Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Al comenzar el año

1 de enero de 2006


Publicado: BOA 2006, 23.


Al pasar de un año al otro, los seres humanos notamos el misterio del tiempo, esa realidad que nos rodea y que pasa por nosotros inexorablemente. Es el momento en que yo quiero recordar unas palabras impresionantes del Salmo 15,4: «El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tus manos: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad». Y mi recuerdo tiene que ver con una experiencia humana: en la vida de los hombres y mujeres chocan entre sí dos ideas del tiempo. Una es la concepción pagana del mundo, que juzga que éste es un juego de azar bajo la única ley de la casualidad. Por ello, en esta manera de ver las cosas, el tiempo vomita ciegamente los destinos de los humanos.

La Biblia ha cambiado de arriba abajo esta intranquilizante imagen: en esas palabras del Salmo 15 el destino del hombre se halla «en tus manos», en las manos de Dios, que es lo mismo que decir que en las manos de la razón y del amor eternos. Y esto es lo único que nos permite tener esperanza. Dado que la rueda de la fortuna está en sus manos, el único destino desgraciado para nosotros consiste en querer vivir fuera de las manos de Dios, como si Éste no existiera.

«En tus manos descansa mi tiempo (también el año nuevo)», puede decir un creyente en el Dios que se revela en la Escritura Santa. Esta proposición quiere decir: «en tus manos reposa mi sien, reposa nuestra cabeza», puesta ésta en las manos de Dios. De modo que el tiempo del hombre no es simplemente el de las rotaciones del sol, la tierra o la luna. No, con el hombre y la mujer ha surgido un nuevo centro del mundo, una nueva unidad aritmética: el golpe del corazón, como nueva medida de nuestro ser, de lo que somos los humanos. Las palabras del Salmo 15 ponen nuestro corazón en las manos de Aquél que tiene nuestro tiempo: en las manos de la razón eterna, que es el amor eterno y, por consiguiente, nuestra verdadera esperanza.

Pongamos, pues, el nuevo año, el tiempo nuevo, nuestro futuro, en manos de Dios. Ahí está la razón de por qué la liturgia del primero de enero nos presenta aquellas palabras de la Carta a los Gálatas: «Sois hijos en los que el Espíritu grita “¡Abba!”, Padre». La Iglesia nos presenta este pasaje de san Pablo como una palabra de confianza, que nos debe ayudar a entrar sin temor en el futuro cuyo rumbo no podemos conocer. Además, por ser hijos somos libres, y por ser hijos somos también herederos.

Es verdad que hay una resistencia en nosotros a decir «Padre», que nace de nuestro deseo de mayoría de edad, ya que marchamos con frecuencia en la dirección del hijo menor de la parábola de Jesús, que fuerza a que se le pague su herencia y no quiere saber nada más de su padre, sino sólo del futuro que él mismo se labre. Yo prefiero pedirle al Señor que nos acoja y nos bendiga en este nuevo año de 2006.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid