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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Lo que hemos celebrado

8 de enero de 2006


Publicado: BOA 2006, 24.


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En Navidad no hemos celebrado el aniversario del nacimiento de un gran hombre, de uno de los grandes hombres que han existido en la historia de la humanidad. Tampoco hemos celebrado el misterio de la niñez, o la fiesta de los niños, como protagonistas de la Navidad y la fiesta de los Reyes Magos. Los niños, sin duda, nos permiten tener esperanza, y nos dan valor para contar con nuevas posibilidades. Ahora bien, si sólo celebráramos esto en Navidad, pudiera ocurrir que al final de ésta sólo nos quedara tristeza, pues también la vida del niño se gastará alguna vez y dejará de ser niño.

También este niño habrá de tomar parte en la lucha competitiva de la vida, participar en sus compromisos y humillaciones, y, al final, será, como todos, presa de la muerte. En ese caso, sería legítimo preguntar si haber nacido no es una circunstancia verdaderamente triste, pues a fin de cuentas lleva sólo a morir.

Por eso es tan importante tener en cuenta que en la Navidad ha ocurrido algo más que luces, ruidos, comidas, encuentros de amigos, días de vacaciones: en Navidad el Verbo se ha hecho carne. Este Niño de Belén es Hijo de Dios, el Hijo, como cantan tantos villancicos clásicos. Aquí ha ocurrido algo colosal, inimaginable, y, sin embargo, siempre esperado, algo necesario para los hombres y mujeres: Dios ha habitado y habita entre nosotros. Se ha unido tan inseparablemente con el ser humano que el hombre Jesús es también Dios de Dios, luz de luz, verdadero Dios y verdadero hombre.

Este Verbo de Dios ha venido a nosotros de una forma tan efectiva que lo podemos tocar y ver, pues lo que san Juan llama «Verbo» o «Palabra» significa también en griego «pensamiento», como si dijera «el pensamiento se hizo carne». Ahora bien, este pensamiento no es meramente una idea general que se esconde dentro del mundo. Ese pensamiento se ha dirigido a nosotros, es palabra, un saludo que se nos hace, de modo que el Verbo nos conoce, nos llama, nos dirige. El pensamiento es persona: el Hijo de Dios vivo nacido en el portal de Belén.

De ahí que, al acabarse el tiempo de Navidad, los cristianos no estemos tristes; al contrario, tenemos actitudes renovadas para vivir en enero, en febrero o en cualquier mes o tiempo con un sentido nuevo y profundo, sabiendo que el tiempo es donación de Dios para llenarlo de su amor con nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, nuestro deseo de hacer el bien a los demás, y que la vida humana tiene sentido, desde el momento en que el Hijo de Dios la aceptó y la vivió con toda intensidad. ¿Se puede decir lo mismo de quienes viven estos días como simples vacaciones o simples fiestas de invierno? No lo creo, sinceramente.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid