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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Amor a la Santa Iglesia

15 de enero de 2006


Publicado: BOA 2006, 25.


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Me sigue pareciendo que los católicos no conocemos bien qué es la Iglesia, qué somos como Iglesia. Y lo que no se conoce no se ama. Es penoso que muchos católicos de toda la vida tengan una idea de la Iglesia que no va más allá de ver en ella una estructura vieja, irrelevante; no me extraña que caigan en el error de pensar que la Iglesia es su jerarquía. No la tienen como Madre, como seno que les ha dado la vida en el Bautismo y la Confirmación, donde encuentran a Cristo Eucaristía, y la que nos salva del relativismo y la desorientación.

Por esta razón, me parece muy importante un discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana, con motivo de las felicitaciones navideñas . Fue el 22-12-2005: un buen premio de lotería. Es, en realidad, un balance de todo el año, en el que murió Juan Pablo II, de feliz memoria, y el cardenal Ratzinger aceptó su elección como Papa que hicieron los cardenales electores. Es preciso leer ese texto por lo que dice Benedicto XVI de su antecesor, o por lo que resume de la Jornada Mundial de la Juventud 2005 en Colonia . Hablando de la adoración eucarística, por ejemplo, con pocas palabras desmonta el falso dilema que se planteó, concluido el Concilio, sobre la celebración de la Misa y la adoración de Cristo fuera de esta celebración: el Pan eucarístico no se nos ha dado sólo para comerlo sino también para contemplarlo. Con san Agustín manifestó el Papa: «ninguno come esta carne sin haber adorado antes; (...) pecaríamos si no la adoramos».

Pero la aportación teológica personal que el Papa dedica, en la última parte de su discurso, a analizar el Concilio Vaticano II, del que se ha celebrado el cuarenta aniversario de su clausura, es ciertamente interesante, clarificadora y de un gran servicio a la Iglesia actual. «¿Cuál ha sido el resultado del Concilio? ¿Ha sido correctamente acogido? En su recepción, ¿qué ha sido bueno y qué insuficiente o erróneo? ¿Qué es lo que queda aún por hacer?». Son preguntas del Papa en esta ocasión, a las que responde.

Todo depende de la correcta interpretación del Concilio, de su correcta clave de lectura. Dos interpretaciones contrarias se han visto enfrentadas y han reñido una con la otra: la de la ruptura o discontinuidad, por un lado, y la de la reforma, de la renovación en la continuidad de la única Iglesia que el Señor nos ha dado, por la otra. Es la Iglesia la que crece con el tiempo y se desarrolla, sin dejar, con todo, de ser ella misma, el único Pueblo de Dios en marcha.

La primera corre el peligro de desembocar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar, pues considera que no hay que seguir los textos del Concilio sino su espíritu, y que el Vaticano II fue una especie de Cortes Constituyentes que reciben un poder del pueblo al que sirven. Olvida que los padres conciliares «no tenían tal mandato y ninguno se lo había dado nunca», porque «la constitución esencial de la Iglesia viene del Señor», y los obispos son simples «administradores de los misterios de Dios».

¿Qué queda, pues? La interpretación de la reforma como la expusieron Juan XXIII en su discurso de apertura y luego Pablo VI en el de clausura, que vieron que «una cosa es el depósito de la fe, las verdades contenidas en la veneranda doctrina» y otra «el modo con el cual son presentadas de forma que correspondan a las exigencias de nuestro tiempo». ¿Se dan entre nosotros esas interpretaciones de ruptura o discontinuidad? Con algunos matices, se dan, y no dejan de preocupar al que esto escribe, porque suponen estilos que no favorecen ni la comunión ni la evangelización como la quiere la Iglesia.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid