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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Iglesia, sacerdocio, laicado

22 de enero de 2006


Publicado: BOA 2006, 27.


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Me gustaría, tras glosar la semana pasada un estupendo y luminoso discurso de Benedicto XVI , reflexionar, con la brevedad de este espacio, sobre estos tres temas sin duda vitales para la comunidad cristiana: Iglesia, sacerdocio y laicado.

Veo a los que pertenecemos a la Iglesia todavía en un dilema: ¿Ser Iglesia enviada en Pentecostés o grupo encerrado en sí mismo? ¿Nos dedicamos a mantener lo que supuestamente tenemos, sin pensar que nada ha cambiado en nuestra sociedad, o estamos dispuestos a crear, a llegar a campos nuevos y a personas que poco conocen de Cristo, del Padre de los cielos, de su Iglesia? Ciertamente nuestras comunidades deben tener una clara identidad cristiana, pero también salir de la privatización de la fe. No cabe ni la huída del mundo ni dejarse secuestrar por la sociedad.

No hay que tener miedo a ensayar nuevas estructuras pastorales, nuevos carismas, si lo que queremos es trasparentar el misterio que la Iglesia encierra, para descubrir la novedad que es Jesucristo y su Evangelio. Pero hemos de huir de reduccionismos: la Iglesia no es simple administración organizativa; aunque deba tener estructuras visibles y administrativas, nunca debe ser una estación de servicios. La Iglesia no la hemos inventado nosotros ni está hecha a nuestro gusto, según modelos sociológicos. Nuestros arciprestazgos y parroquias, donde están las comunidades cristianas, deben parecerse cada vez más a un hogar, en el que se teje la fraternidad, una escuela, donde se forma para el apostolado y un taller, en el que incluso ensayamos nuevos modelos de evangelización.

Los sacerdotes no debemos olvidar que el discurso cultural dominante ve la misión del sacerdote como la de una especie de agente comercial que no logra colocar su producto, por tanto un poco anacrónica. ¿Debe esto desanimarnos? Al contrario, al tener irrelevancia social, al sentirnos tal vez poco acogidos, poco amados o comprendidos, debe nacer en nosotros mayor cercanía a los fieles y más ayuda mutua; y también que dejemos ya de pensar que el sacerdote es un director de cine que dirige y gestiona las personas bajo su dirección. Nosotros no somos los dueños de los misterios que celebramos. Somos administradores y servidores de misterios, que ayudamos a los demás cristianos en algo fundamental, que deseamos actuar con justicia y responsabilidad, maestros de oración y de la experiencia de la gracia, que ayudan a crear en los demás cristianos corresponsabilidad en las comunidades que presidimos; ministros de la misericordia, testigos de esperanza que quieren llevar el Evangelio en comunión con los demás presbíteros, el obispo y los fieles.

Por eso los fieles laicos no son clientes, ni tampoco beneficiarios de nuestras concesiones. También son protagonistas activos de la comunión y de la familia de la Iglesia, con una misión específica fundada en el bautismo y la confirmación. Los laicos son sencillamente miembros de la Iglesia, que realizan su específica vocación y misión, no son simples voluntarios para no sé qué acciones que yo, sacerdote, organizo. Son esenciales para que existan comunidades vivas (como la familia, la parroquia, las escuelas, los movimientos), que mantienen el tipo ciertamente porque Cristo les ama y porque piden ayuda al Espíritu Santo, alma de la Iglesia.

Cuando evangelizan o dan catequesis, o cuidan enfermos, excluidos e inmigrantes, o ayudan en la Liturgia de la Iglesia, los fieles laicos no se entiende que lo hagan por suplencia o por falta de sacerdotes. Están ahí por su propia entidad y misión, y no se dedican sólo a “lo que manden” ni sólo a lo intraeclesial. Los fieles laicos son, permítasenos expresarlo así, piezas insustituibles en la edificación del Pueblo de Dios, para cristianizar las redes sociales y culturales de nuestra sociedad.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid