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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Un Dios capaz de pasión y compasión

19 de febrero de 2006


Publicado: BOA 2006, 33.


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No hace todavía un mes (25 de enero) aparecía la primera encíclica de Benedicto XVI, “Dios es amor”. Una preciosa carta, que ha sorprendido gratamente a algunos, pero que para el gran público ha sido sólo noticia de unos días, y los que mueven la cultura dominante se han apresurado a decir categóricamente: el Papa presenta en ella el punto de vista católico sobre el sexo. Es una apreciación poco profunda y acertada, y una manera, además, de neutralizar su contenido. Benedicto XVI ha hablado, sí, del amor, pero de un modo magistral, pues es un diálogo con toda la historia del pensamiento humano.

Tiene razón Olegario González de Cardedal cuando comenta que hay palabras que, al bien decirlas, nos sentimos bendecidos por ellas, mientras que otras, por el contrario, al mal decirlas terminan siendo malditas, desgastadas. Sólo recobran su belleza y fecundidad originarias cuando un genio o un santo, pasándolas por su alma, las pronuncia de nuevo. Eso es lo que ha hecho en esta encíclica Benedicto XVI con la palabra amor (Diario ABC, 13-2-2006). Para ello pone el amor en su fuente: en la manifestación de Dios en Cristo. Y no se comienza a vivir ese amor cristiano sino por el encuentro con ese acontecimiento, con esa Persona que es Jesucristo. Ahí está la afirmación esencial del cristianismo: Él ha descendido hasta nosotros por amor, ha compartido nuestro destino, sabe lo que es nuestro existir y así se ha revelado como amor, don previo a toda respuesta, no exigencia. El amor de Dios no es amor que distancia, sino que en su compasión asume nuestra debilidad.

Para muchos, la encíclica recupera la visión unificada de creación y redención, pero sobre todo unifica amor divino y humano, eros y ágape. El Papa, en efecto, distingue entre amor/eros, amor/ágape y amor/philia. Pero no está ahí la profundidad de Benedicto XVI. Está en abordar el tema que es clave hoy para poder evangelizar a adolescentes y jóvenes: mostrar la novedad del amor cristiano, demostrando que el cristianismo no ha dado a beber al amor erótico un veneno, de modo que la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, no ha convertido en amargo lo más hermoso de la vida.

El ambiente dominante en nuestra sociedad es que el sexo o lo que se denomina impropiamente sexualidad es ante todo derecho a unas relaciones genitales seguras y sin riesgo, algo a lo que no hay que oponer ninguna traba. De ahí la aceptación social de la contracepción, las relaciones prematrimoniales, la infidelidad conyugal, la unión entre personas del mismo sexo, mal llamada “matrimonio”. Basta que haya “amor”. Pero, ¿qué es amor? Importa mucho conocer qué es esta realidad hermosa del amor, porque ahí radica el gran reto del cristianismo. Para el Papa, el amor está radicado en la naturaleza profunda del ser humano, creado por Dios.

Rebatir, pues, esa caricatura que se ha creado al hablar del amor, el divino y el humano, es algo que consigue el Papa; el amor humano no puede ser una banalización y un objeto de consumo. Cuando en el amor no hay sino egoísmo y encerramiento en sí mismo buscando sólo el propio placer, los demás son reducidos a mercancías. Ahí caen nuestros adolescentes y jóvenes y tantos adultos. Nuestro Dios ama personalmente, con amor apasionado de predilección. Escoge a Israel y lo ama, dice el Papa, con amor que puede calificarse de erótico. Es un amor que, además, perdona, lo cual le pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. Así es Dios, manifestado en Cristo; así somos exhortados a amar: dándonos a los demás, saliendo de nosotros mismos, y recibiendo a la vez de ellos.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid