{\sc Arzobispo} \\ Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

Cada ser humano, un reflejo de Dios

26 de marzo de 2006


Publicado: BOA 2006, 120.


\documentclass[a4paper, 12pt]{article} \usepackage{larva} \usepackage{charter} \usepackage{titlesec} \usepackage{amssymb} % Para \blacksquare \titleformat{\section}{\centering \Large \color{blue} \bf}{}{0mm}{} %\setlength{\parindent}{0mm} \setlength{\parskip}{2mm} %\hyperbaseurl{http://www.archivalladolid.org/} % agenda.php?DI= . date ('Y-m-d') . \&Evento=} % \includegraphics[width=0.15\textwidth]{../arzobispado.jpg} \begin{document}

No hace todavía un mes, se reunía en Roma la Asamblea General de la Academia para la Vida sobre un tema apasionante: “El embrión humano antes de la implantación” . ¡Qué distinto pensamiento hay en estos trabajos del que subyace en la recién aprobada Ley de Reproducción Asistida Humana de nuestro Parlamento! El nulo respeto por el embrión humano en esta ley, que llega a utilizar el acientífico concepto de pre-embrión, contrasta, en efecto, con las palabras del Papa a los miembros de esta Academia para la Vida : «el tema es fascinante, pero difícil y arduo, dada la delicada naturaleza del sujeto que se examina y la complejidad de los problemas, en el ámbito del conocimiento, que tiene que ver con la relación entre los datos científico-experimentales y la reflexión sobre los valores antropológicos».

Tras recordar que la Biblia «muestra el amor de Dios por cada ser humano, antes incluso de que se forme en el seno de la madre», el Santo Padre afirmó: «El amor de Dios no hace distinciones entre el ser humano recién concebido y que se encuentra en el seno materno, y el niño, o el joven, o el hombre maduro o el anciano, porque en cada uno de ellos ve la huella de su propia imagen y semejanza». «Este amor sin límites, y casi incomprensible, de Dios por el ser humano —continuó— revela hasta qué punto la persona humana es digna de ser amada en sí misma, independientemente de cualquier otra consideración —inteligencia, belleza, salud, juventud, integridad, etc. En definitiva, la vida humana es siempre un bien». Este juicio moral vale ya en el inicio de la vida del embrión, antes de que se implante en el seno materno.

En el día de la Anunciación (25 de marzo) recordamos el dato escalofriante de los 85.000 abortos perpetrados en 2004 en España. Precisamente es potestad y deber del Estado, y fundamento del estado de derecho, velar por la integridad física, la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos. Para ello el Gobierno recibe del pueblo el mandato de gestionar los servicios públicos para garantizar estos bienes sociales. Pues bien, desde hace veinte años, el Estado está haciendo dejación de sus funciones en el caso de miles de sus posibles ciudadanos que necesitan protección de su parte: son los ciudadanos que viven en el seno de su madre y que se preparan para integrarse en el mundo exterior, pero no lo consiguen porque un aborto se lo impide.

He dicho muchas veces que los católicos rechazamos el aborto no sólo porque tengamos una fe que no acepta ese disparate, sino también porque razonando no se entiende. Por eso, es un verdadero despropósito pensar y decir que la aceptación del aborto, aún apoyándose en los tres supuestos despenalizados por el Estado, y la eutanasia, es un signo de avances sociales acordes con el mundo en que vivimos. Ese parece ser el juicio que merece a los que nos gobiernan alguno de los artículos que se aprobarán del Estatuto de Cataluña.

Pese a todo, aunque ninguna ley permisiva del aborto curará las heridas que éste ha producido en las mujeres que se han visto abocadas al aborto por la presión del ambiente y la falta de alternativas, deseo llevar un mensaje de esperanza a esas mujeres, “víctimas del aborto”, y luchar por proyectos o por centros de atención a las madres y ofrecerles alternativas en caso de embarazo, y ayuda humana y espiritual. Por ahí deberían ir nuestros gobernantes, resolviendo los problemas reales de la gente y no los ficticios. Los que defendemos la vida no debemos callar ni quedarnos quietos.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid