Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Homilía

Año diocesano en el IV Centenario de la muerte de santo Toribio de Mogrovejo

IV Centenario de la muerte
de santo Toribio de Mogrovejo

23 de marzo de 2006


Publicado: BOA 2006, 127.


Era Jueves Santo. Estamos en Saña y el arzobispo Toribio Alfonso se está muriendo; no ha podido consagrar los Santos Óleos, aunque su viaje desde Trujillo era para presidir esa celebración. El Arzobispo es consciente de que se muere y quiere hacerlo bien, pidiendo fuerzas para rechazar cualquier tentación. Pide que le lean lo que el Pontifical Romano trae para cuando muere el prelado; después recibió la Unción, habiendo confesado antes sus pecados, y poder así recibir a Jesucristo en la Eucaristía como Viático para emprender un camino luminoso hasta el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Esa aventura de santo Toribio comenzó aquí, en Mayorga, y en esta casa, hoy ermita. Aquí, entre vosotros, conoció a Jesucristo, vivió la fe con sus hermanos, sus primos, con sus paisanos y vecinos; recibió la catequesis y asistió al templo, a una o varias de las muchas iglesias de Mayorga. Nosotros hoy venimos a hacer memoria de este santo, nuestro y de toda la Iglesia. Formó parte de la Iglesia hermana de León en su infancia; conoció Valladolid con su abadía o colegiata, y Salamanca y Coimbra y Granada y Sevilla, donde fue ordenado obispo. Pero su Iglesia fue sobre todo la de Lima, la ciudad de los reyes. Allí vivió la gran peripecia de llevar el Evangelio a nuevos pueblos, a nuevas gentes, a las que amó. Debemos sentir, hermanos, un sano orgullo de ver de cerca la figura de este santo.

Él vivió siempre mirando a Dios, aprendiendo a conformar su vida con la Revelación divina, en la Santa Iglesia, que le mostró y dio a Jesucristo y toda la belleza de la vida cristiana. Ya conocen ustedes que santo Toribio fue un fiel cristiano laico hasta los 39 años bien cumplidos y no es ordenado obispo hasta los 42, asumiendo en esos años tareas de gran responsabilidad. Había vivido, en efecto, con equidad y justicia su oficio de estudiante, para prepararse bien a hacer el bien común, y su oficio de inquisidor de Granada, aprendiendo a discernir con prudencia la conducta de los seres humanos. Y actuó siempre con justicia.

Siendo obispo, Toribio Alfonso, fiel a la consigna del Concilio de Trento (celebrado cuando él era aún niño y joven) de que el obispo fuese un “espejo” para sus fieles, elevará muy alto el listón del humanismo y de santidad. Este que fue universitario en Salamanca trazará una estela singular, recorrerá un camino por el que podrán caminar todos los peruanos con el único objetivo de llegar a la meta: Dios. A tal fin no ahorrará trabajo ni fatiga hasta llegar a visitar el último rincón de su dilatada Diócesis, convirtiendo sus encuentros, sus visitas pastorales, en jornadas familiares en las que se cimenta la futura convivencia peruana, sobre la base de la dignidad personal y la proyección social.

Con su rostro «lleno de alegría», acariciando a todos con su mirada y con el amor de Dios en el corazón, roturará la geografía de Perú, humanizándola, asentando la nueva cristiandad de las Indias confirmando a sus hermanos (parece que confirmó a unos quinientos mil, entre ellos a santa Rosa y a san Martín de Porres). Gracias a su carácter equilibrado, armónico, evangeliza sin imposiciones, hermana razas sin abrir heridas, crea lazos forjados en amistad exigente y gratuita. Impulsa la universidad limeña de san Marcos, crea cátedras de quechua, legisla en sínodos y concilios y, sobre todo, se entrega de lleno a la tarea de formar, desde el Seminario, una minoría selecta con su clero que esculpirá un nuevo rostro en el nuevo ser de Perú.

El sucesor de santo Toribio, el cardenal Juan Luis Cipriani, en el Tedeum con motivo de las fiestas patrias en la catedral donde está enterrado, nos recuerda la importancia de su tarea eclesial: «Desde esta cátedra y desde este solar varias veces centenario, pienso una vez más en mi egregio predecesor santo Toribio de Mogrovejo, quien recorrió buena parte del Perú, quien respetó la libertad del hombre andino en el proceso fecundo de cristianización, y quien muriera hace casi cuatrocientos años en el pueblo de Saña, cuando se hallaba en una Semana Santa en plena visita pastoral. Él, en su santidad y al lado de ella, sirvió a la educación de los peruanos, y fue un modelo de vida limpia y de fidelidad a los deberes de su consagración episcopal. Lo imagino y lo siento con nosotros, en estas horas en las cuales debemos reiterar nuestra creencia en el Perú» (28-7-2004).

Como hemos dicho, santo Toribio trajo a Perú los vientos nuevos del Concilio de Trento. Sabía de memoria la letra conciliar y aplicó su espíritu a través de los encuentros personales mantenidos con su clero y sus fieles en las visitas. Fue un obispo que «muchas veces puso a riesgo su vida por la salud de sus ovejas principalmente en las visitas de su arzobispado, el cual andaba de continuo sin descansar ni estar jamás de asiento en un lugar, procurando principalmente en que la iglesia nueva de los indios se fundase conforme a la verdadera y santa iglesia romana y que se formase la disciplina eclesiástica y que asimismo recibía con agasajo y benignidad a los hijos pequeños de los indios y les enseñaba la cartilla de la fe cristiana» (Licenciado Gregorio Montero). En él los obispos, también hoy, encontramos ejemplos suficientes de generosidad, pobreza, valentía, santidad y hasta heroicidad, no sólo profética sino martirial. No es poco, sin duda.

Casi a un año de la muerte de Juan Pablo II (2-4-2005) , celebrar hoy la Eucaristía en el lugar del nacimiento de santo Toribio es sin duda una gracia. Curiosamente los dos tuvieron una clara trayectoria universitaria, los dos vivieron un cambio radical de época, ambos vivieron su Bautismo en el compromiso laical, los dos vivieron al calor de un gran concilio ecuménico (Trento y Vaticano II), los dos fueron agentes de comunión en mundos multiculturales: Toribio comprendió el mundo morisco en Granada, aprendió el quechua y se recorrió el Perú de todas las sangres; Juan Pablo II dialogó con todas las culturas, recorrió el mundo entero y fue pastor del mundo.

Podemos asomarnos, aunque sea someramente, al ser, al espíritu, a las motivaciones de nuestro santo Arzobispo. Nos ayudan a esto las respuestas dadas por los testigos del Proceso de Canonización de 1631: Contemplativo. Sin estar atendiendo a parlerías. Corazón virginal. Era un ángel. Santidad. No cometer un pecado. Penitencia. Sin descansar. Sonriente. Boca llena de risa. Trato apacible. Muy llano y muy suave. Sencillez. Regalos y confites para los pequeñuelos. Valentía. Sin haber oído palabra descompuesta. Solidaridad. Todo lo daba a los pobres. Rectitud de conciencia. Nunca cupo mala sospecha. Siempre trataba a todos con suma llaneza y amor de padre y pastor, siempre con el rostro alegre y unas entrañas de ángel.

Tal fue la importancia de su testimonio episcopal que el mismo Papa le declaró en 1983, a petición de los mismos pastores latinoamericanos, patrono de los obispos de América Latina. Cuando Juan Pablo II fue a Perú en 1985, y tuvo que hablar a los obispos peruanos, no encontró mejores palabras que trazar una semblanza sobre su «figura profética, central en vuestras Iglesias», a la luz de los desafíos de nuestro tiempo: «En santo Toribio descubrimos el valeroso defensor o promotor de la dignidad de la persona (...) Él supo ser a la vez un respetuoso promotor de los valores culturales aborígenes». Y es que los santos son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor (cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, 40) .

Este es el hombre, el santo Obispo que nació en Mayorga. ¿Cómo lo vivís los mayorganos? Espero que este Año Diocesano no se pase únicamente en fiestas y festejos; es una ocasión propicia para ver lo que supone en cada uno de nosotros la fe cristiana. Primero porque santo Toribio no se entiende sin el buen Dios y sin su Hijo Jesucristo; primariamente los santos no buscan por sí mismo ser santos: quieren seguir a Jesucristo y ser hijos de la Iglesia, y nada se explica en un santo cristiano sin referirlo a Cristo y a la vida que Él inauguró.

Después porque la Iglesia quiere que, al dar culto a los santos, cada cristiano pueda decir: yo puedo ser como él o como ella; ellos son como yo, hijos de la Iglesia, y sus preocupaciones y ocupaciones como cristianos son las mismas que las de los santos. No puedo poner, de este modo, a santo Toribio en un pedestal, decir que es mi patrón, de los míos, y después vivir la vida cristiana malamente, sin esfuerzo, sin ahondar en su vida y en lo que movió al santo Arzobispo en su vida. Tal actitud es un poco o un mucho contradictoria. No desaprovechemos, pues, la ocasión para preguntarnos por qué santo Toribio es santo, qué movió su vida, por qué vivió de ese modo.

En tercer lugar, yo os lanzo este reto en el Año Diocesano de santo Toribio: ¿estamos dispuestos a luchar porque la fe católica siga siendo fuerte entre nosotros? Pero no me refiero únicamente al aspecto social, esto es, que sigan existiendo las fiestas cristianas en el calendario, por ejemplo, sino comprometiéndonos a que la fe católica sea transmitida a nuestros hijos. Y para eso no basta con la tarea de los sacerdotes; hacen falta comunidades vivas, familias cristianas, fieles laicos que se preocupen de la presencia cristiana en la vida pública, que es donde nos jugamos tantas cosas, pues estamos un poco cansados de escuchar que la fe se vive en la intimidad, para los adentros, sin que se note, para no herir susceptibilidades. Entiendo que no es fácil el tema, pero debemos dar un paso adelante y pasar de una vez de una fe sociológica a una fe confesada porque es personal, don de Dios a quien se lo pide y se esfuerza, pese a sus pecados.

Necesitamos una nueva manera de ser cristiano, de sentirse Iglesia del Señor. Santo Toribio no se improvisó: es alguien que es el resultado de vivir de un modo concreto la fe. No olviden que el Consejo de Indias, a la hora de sustituir al arzobispo antecesor de santo Toribio, Jerónimo de Loayzar, presentó a rey Felipe II este perfil: «Un Prelado de fácil cabalgar, no esquivo a la aventura misional, no menos misionero que gobernante, más jurista que teólogo, y de pulso firme para el timón de nave difícil, a quien no faltase el espíritu combativo en aquella tierra de águilas». Yo creo que santo Toribio superó ese listón y vivió con toda fuerza su vida episcopal. Que él nos ayude en la peripecia eclesial en que estamos hoy; que él interceda por todos vosotros, hermanos. Que así sea.