Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Semana Santa: junto a Cristo

9 de abril de 2006


Publicado: BOA 2006, 123.


A cualquier católico la Semana Santa, sobre todo el Triduo Pascual, debe importarle cómo vivirla y cómo se vive en el ambiente que le rodea: casa, familia, amigos, vecinos, parroquia a la que pertenece. Algunos cristianos piensan que ya no se vive la Semana Santa como en otros tiempos. Dicen: la Semana Santa de ahora ya no es la de antes. ¿Por qué razón? Lo que celebramos es exactamente lo mismo. Sí, pero se ha profanado un poco todo. De hecho muchos amigos aprovechan estos días para irse de vacaciones, al menos para un turismo que, a lo más, podríamos llamarlo “religioso”: consumimos procesiones en tal o cual lugar, mezclado con viajes de aquí para allá, salir a tomar copas o tomar los primeros soles en alguna playa, pero la vivencia profunda de la fe se va diluyendo imperceptiblemente.

Puede haber quejas de este tipo, quién lo duda: los cines anuncian la misma violencia o la misma pornografía de las otras semanas, y en la televisión ya ni se nota la Semana Santa. Y siguen las lamentaciones: si uno no hace lo que hacen los demás, se siente solo, y se pregunta si no seremos nosotros los idiotas que no aprovechamos las vacaciones. Y si tú no te lo preguntas y eres padre o madre, te lo preguntan tus hijos, que quieren irse al extranjero, o a la montaña, pues todavía hay nieve, como todos sus amigos.

¿Qué me aconsejas que haga? Si yo tuviera que responder, diría primero que no todo el mundo tiene dinero para irse de vacaciones; en segundo lugar, que si eres católico, te podrás sentir extraño y solo. Pero entonces me pregunto si Cristo no sentiría también algo parecido. En estos días de la pasión Él sí se sintió realmente solo. Él sí que tuvo que sentirse extraño, redimiendo a unos hombres y mujeres que no se lo merecían ni se lo iban a agradecer. Si Cristo hubiera sido tan cobarde y pasota como nosotros somos tantas veces, habría desistido. Pero Él aguantó porque era legal y verdadero y fiel en su amor. Y subió a la cruz en la soledad más absoluta.

Evidentemente que se puede quedar uno en su lugar de siempre y no vivir la Semana Santa, porque ya nos hemos apañado nosotros para parecer que vivimos y no vivimos la hondura de la fe. Podemos ir a los oficios y ver procesiones, pero sin conmovernos por dentro, como si de pedernal estuviéramos hechos, que, siempre en el lecho del río, su interior no deja penetrar ni una gota de agua. ¿Por qué preguntar entonces lo que hacen los demás?

Al fin y al cabo, lo que a Cristo le interesa no es la compañía de la fanfarria de las calles. Él cuenta con la compañía de los corazones. Y el que no entienda esto sencillamente se queda sin saber qué es la Pascua. Y seguro que Él no va a contar el número de personas que desfilaron en las procesiones, sino el número de creyentes que en esas procesiones y en las celebraciones litúrgicas le acompañaron desde el corazón.

Cada uno de nosotros es responsable de su propia alma. Así lo prometimos en los sacramentos de iniciación, que renovamos en la Pascua. Lo importante es llegar al encuentro con Cristo. Esté o no de vacaciones estos días; esté aquí o allí, lo interesante es que su alma no se vaya estos días de vacaciones.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid