Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Caminar en la Pascua

14 de mayo de 2006


Publicado: BOA 2006, 235.


He tenido, gracias a Dios, una grata experiencia en mi viaje a Lima, invitado a la celebración “del cuarto centenario del tránsito de santo Toribio de Mogrovejo al cielo”. Siempre ayuda a ver cómo se vive la fe en otros lugares de la Iglesia Católica: se aprende y se hace uno más realista. Además, la figura gigantesca del santo arzobispo de Lima, nacido en Mayorga, supone recibir una gracia especial. No en vano Juan Pablo II le llamó “el más grande obispo misionero de Hispanoamérica”.

Pero la vida sigue, y hay que encontrarse con el pulso vital de nuestra Iglesia, que vive en esta sociedad. Estamos en la mitad de la Pascua, esos cincuenta días tan especiales para ahondar en la fe, sacar fortaleza para una mayor dedicación a la tarea y llenar los pulmones de la esperanza cristiana, al ver en el cada día cómo en la Vid que es Cristo estamos injertados como sarmientos, que de Él reciben la vida, para producir el vino del amor y de la realización en Cristo Jesús. Lo entenderemos mejor en esta tierra también de vinos, ahora que los brotes de las viñas van creciendo pujantes. Es la vida que recibimos del Padre, por Cristo resucitado en el Espíritu Santo, cuando fuimos bautizados, como la recibimos de nuestros padres al ser engendrados por ellos.

¡Cuántos debates por la vida! He leído con interés la muerte del pentapléjico vallisoletano y la cobertura informativa que se le ha dado en los diarios de esta ciudad. Cada día más de una página. Parece que a esos diarios y a otros medios les interesa resaltar este hecho. Lógicamente es algo doloroso, y lejos de mí juzgar a esa persona que, por lo que se deduce de las noticias, ha sido ayudado a morir dignamente. ¿Dignamente? Algunos lo piensan, no sé si muchos. Parecen pensarlo los medios aludidos, por lo que he podido comprobar en las lecturas de sus páginas, no sólo en la crónica, sino en los apartados de opinión. Es su opinión, desde luego, apoyando un debate en el que se habla del derecho a “morir dignamente”, como si otros enfermos que mueren de otro modo no lo hicieran con dignidad.

Estoy en total desacuerdo con lo que en alguno de estos diarios se dice, cuando afirma que la Iglesia Católica se opone a la eutanasia por razones religiosas. ¿A cuáles se referirá? Es el tópico al uso. Ciertamente que los católicos nos oponemos a la eutanasia por razones religiosas, pero no sólo y principalmente por esas razones. Los que aparentemente son partidarios de la eutanasia apoyan su argumento de la “muerte digna” para intentar justificarla. El argumento puede describirse así: la técnica moderna dispone de medios para prolongar la vida, y muchas se han salvado, pero también se dan casos en que se producen agonías interminables o situaciones irreversibles que dramáticamente degradan a los enfermos. En estos casos, la legislación debería permitir que una persona decidiera, voluntaria y libremente, ser ayudada a morir. Ésta sería una muerte digna, porque sería la expresión final de una vida digna.

¿Es aceptable este argumento? No lo es, porque en él, junto a consideraciones razonables de la crueldad de la obstinación terapéutica, se contiene una honda manipulación de la noción de dignidad. En este argumento subyace la grave confusión entre la dignidad de la vida y la dignidad de las personas. En efecto, hay vidas dignas y vidas indignas, como puede haber muertes dignas y muertes indignas. Pero por indigna que sea la vida o la muerte de una persona, en cuanto tal persona tiene siempre la misma dignidad, desde su concepción hasta la muerte, porque su dignidad no se fundamenta en ninguna circunstancia.

Es digno, ciertamente, renunciar a la obstinación terapéutica sin esperanza alguna de curación o mejoría y esperar la llegada de la muerte con los menores dolores posibles, pero la provocación de la muerte de un semejante, por muy compasivas que sean las motivaciones, es siempre ajena a la noción de dignidad de la persona humana.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid