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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Cuidado de los enfermos

21 de mayo de 2006


Publicado: BOA 2006, 237.


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¿Puede vivirse el dolor y la enfermedad grave estando uno solo, aislado de la comunidad humana? ¿Es lo mismo una vivencia de estas experiencias dolorosas para el ser humano junto a una familia u otras personas, que acompañan, que carecer de esos apoyos humanos? ¿Es igual conseguir una cierta calidad de vida, ser atendido por la Administración con leyes y apoyos económicos, que carecer los enfermos tetrapléjicos o pentapléjicos de todo estímulo para seguir adelante? Cientos de lesionados medulares, por ejemplo, navegan por la red haciendo amigos, aprendiendo, trabajando, leyendo libros; no quieren saber nada de la muerte como solución. Tienen su vida, dura, pero muy viva. «Cuando nuestra lucha es la vida digna, se nos hace poco caso, pero nos hacemos famosos cuando uno se suicida», afirmaba Javier Romanach, de 43 años, un tetrapléjico desde hace 15.

¡Qué importante es estar cerca de nuestros enfermos! Es duro, pero ¡cuánto se aprende de ellos! Aprovecho esta ocasión que me brinda, en este VI domingo de Pascua, la celebración de la Pascua del enfermo, para agradecer y reconocer la inestimable labor de los profesionales de la salud, en su dedicación al tratamiento y curación de las enfermedades, de los enfermos en definitiva; también para bendecir a Dios por el cuidado de tantos hermanos enfermos por parte de los que hacéis la Pastoral de la salud. Entiendo ese cuidado pastoral en un sentido amplio, en el que entra también acoger y ayudar a la experiencia de Dios en la vida de las personas enfermas.

Acompañar espiritualmente al enfermo nada tiene que ver con cualquier forma de compasionismo superficial, que poco ayuda y, con frecuencia, entristece al mismo enfermo. Estar ahí animando y escuchando igualmente las quejas posibles y las preguntas del enfermo: «¿Por qué me ha hecho esto Dios? ¿Por qué tanto sufrimiento?» Tal vez no hay, en estos casos, mucho que decir; hay que ponerse simplemente junto a la persona que tiene necesidad de recibir algún tipo de aliento, y hacer realidad la caridad cristiana, incluso con el silencio. Ese consuelo espiritual a la larga será recibido.

Todo menos crear un efecto desmoralizador en quienes viven una existencia signada por el dolor; todo menos incitar al ánimo maltrecho. Morir dignamente no puede identificarse con la eutanasia. Eso es fraude, pues muchos deciden afrontar los innombrables dolores que su enfermedad lleva consigo. Creo que es una gran verdad lo afirmado hace pocos días por Juan Manuel de Prada (ABC, 15-5-2006): «... los verdaderos héroes, quienes de verdad demandan nuestro reconocimiento y gratitud, son los miles de personas que, aún en medio de la postración, mantienen invicto su deseo de morir cuando la naturaleza lo decrete. Que ésta es, por mucho que la propaganda cacaree lo contrario, la muerte más digna y valiente».

No todas las enfermedades son tan complejas, por supuesto, como las tetraplejías o pentaplejías, aunque toda enfermedad grave lleva consigo dependencia y postración. ¡Qué importante es la tarea callada de tantos familiares, de tantos miembros de la Pastoral de la salud, de tantos religiosos y sacerdotes! Es «caminar con ellos». Esa es buena cultura y ocupación, lejos de juzgar otras situaciones que, por tantas causas, llevan a alguno a abdicar de la vida, el don y el derecho primero del ser humano.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid