{\sc Arzobispo} \\ Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Los monasterios \\y el valor de los contemplativos

11 de junio de 2006


Publicado: BOA 2006, 241.


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Nuestra Iglesia contiene verdaderos tesoros de humanidad, de belleza, en tantos cristianos que aceptan a Jesucristo en su vida y ésta se transforma en existencia luminosa. ¡Cómo trabaja el Espíritu en la total libertad de la apertura a Dios y al Evangelio de Cristo! El Señor, por ejemplo, nos bendice a cada generación cristiana con las diversas formas de vida consagrada. Son visibles y palpables los espacios en los que trabajan los misioneros, la solicitud caritativa hacia los pobres, los enfermos o los ancianos, la tarea educativa, etc. Hay verdaderos testimonios evangélicos.

Este domingo de la Trinidad Santa hablamos de las monjas contemplativas, esas personas que discreta y silenciosamente oran por toda la Iglesia y por toda la humanidad. ¿Qué hacen? ¿Por qué su existencia en el claustro, sus vidas escondidas? Cada contemplativa se deja afectar por el misterio fascinante que alienta en cada cosa, viendo en ello a Dios, que le sale al encuentro en Cristo y que pronuncia su propio nombre. La contemplación —que es una dimensión de la vida de todo cristiano— en la monja de clausura es la dimensión determinante de su forma de vida personal en una comunidad; en torno a ella, la contemplativa estructura la vida cotidiana, creando un espacio que favorezca el abrirse con fuerza y dedicación al misterio de Dios en Cristo y al encuentro con Él.

En realidad, quienes se retiran a un monasterio no buscan otra cosa que lo que todo cristiano persigue, por más que los medios que utilizan las monjas puedan ser distintos: vivir el Evangelio amando a Dios y siguiendo a Jesucristo. Así de sencillo: vivir el Evangelio optando por el Dios de la vida tal como se nos revela en Jesucristo. Fundamentan, pues, las monjas contemplativas su existencia, no en una ideología o filosofía o costumbre curiosa, sino en la fe y en el amor a Cristo y a su Iglesia. A esto han sido llamadas al claustro. Ellas quieren vivir en plenitud la vocación cristiana fundamental, afirmar la primacía de Dios en la vida —algo tan olvidado— y expresarla en la propia existencia con la mayor nitidez.

Este es el sentido del monasterio de clausura, de la vida contemplativa. No hay otro. ¿Cómo se vive? Viviéndolo... Acercaos, cristianos laicos y sacerdotes, a nuestros 31 monasterios y preguntad a las monjas cómo viven su llamada. Ellas seguro que os contestan con la sencillez de su vida, de su fe y de su pobreza, pues se puede ser muy feliz viviendo de este modo.

Este año, la Jornada Pro orantibus (Por los que oran por nosotros) subraya el aspecto de la vida de los contemplativos que es un verdadero reclamo para los demás cristianos: cómo los monasterios y los que en ellos viven (en Valladolid, sólo monjas de clausura) son una escuela de fe y de comunión en el corazón de la Iglesia. Y esto en un mundo dividido, sin paz en tantos hogares, en tantos pueblos y grupos. Un aprendizaje de fraternidad y de unidad que asume las diferencias personales y los particularismos que rompen. Decía el papa Juan Pablo II: «Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu, escuelas de fe y verdaderos laboratorios de estudio, de diálogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de aquella celestial» (Vita consecrata, 16).

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid