Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Homilía

V Encuentro Mundial de las Familias 2006 - Valencia (España)

Envío de las familias de Valladolid

4 de julio de 2006


Publicado: BOA 2006, 318.


El V Encuentro Mundial de las Familias con el Papa puede equipararse a una peregrinación a un lugar de honda resonancia espiritual. La honda resonancia espiritual es, por un lado, la familia misma, la «estupenda novedad» (Familiaris consortio, 51), el “Evangelio de la Familia”, cuyo valor es central para la Iglesia y la sociedad; y, por otro, la resonancia espiritual está en el encuentro con aquél en el que hoy vive Pedro, en el que, con sus hermanos apóstoles, Jesús funda la Iglesia. Iglesia que de nuevo aparece en la lectura que hemos escuchado en clave nupcial, porque ella es la Esposa del que asiste a la boda de aquellos judíos en Caná de Galilea.

Es bueno recordar que fue Juan Pablo II, ya muy enfermo, quien convocó este V Encuentro en Valencia para esta primera semana de julio de 2006. El tema es bien sabido y siempre urgente: “La transmisión de la fe en la familia”. Y ese es el objeto principal de nuestro Encuentro, por el que hoy también hemos rezado aquí, siendo la Iglesia. Recuerdo con emoción las dos veces que he asistido a Encuentros de las Familias con el Papa: en Roma (1994) y en Río de Janeiro (1997). En el primero, fui acompañado de alguno de mis hermanos y hermanas, teniendo que dejar aquí a mi padre, por su edad avanzada y el cansancio que suponía tal viaje. Pero él quería estar en Roma.

Hay que alentar esta «estupenda novedad» que es la familia. El Papa recordaba al cardenal López Trujillo (en carta de mayo de 2005) cómo tuvo oportunidad de ser Relator general de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos sobre la Familia, celebrada en Roma en 1980. Cuando yo leí el fruto de esa Asamblea, la exhortación Familiaris consortio, quedé impresionado y recuerdo que fue texto para dos años de reunión de un equipo de matrimonios en mi última parroquia como presbítero. Ningún documento como éste analiza más profundamente la identidad y la misión de la familia; la califica, por ejemplo como “iglesia doméstica” y santuario de la vida.

Me duele profundamente cuando se califica de «familia tradicional» ese proyecto en común, comunidad de vida y amor, entre una mujer y un hombre, y que en nuestra sociedad se haya sido capaz de equipararla a otras formas de unión afectiva. Eso es profundamente injusto. La sociedad no puede ignorar el bien precioso de la familia, fundada sobre el matrimonio entre hombre y mujer. La alianza matrimonial es un consorcio para toda la vida, que está ahí como bien natural para el bien de los cónyuges. He ahí un patrimonio de la humanidad, tantas veces poco respetado. Si, además, sabemos que esa familia está de acuerdo con los planes de Dios (cf. Mt 19,3-9), ¿cómo va a dejar de anunciar la Iglesia que el matrimonio y la familia son insustituibles y no admiten otras alternativas?

Lo que seguro dirá el Papa en Valencia, embargado sin duda por el dolor de las familias valencianas que ayer han perdido a alguno de sus miembros, es la nobleza que tiene la misión de la familia de anunciar y transmitir la fe. Evidentemente para esto hemos de contar con Jesucristo y su Espíritu; hemos de contar con la entrega a Jesucristo muerto y resucitado como lo más grande que tenemos en la Iglesia. Se nos pide ser evangelizadores a todos los que formamos la Iglesia, y no podemos callarnos ante semejante tesoro que es el Evangelio de Cristo para los humanos. Pero sois los padres quienes hacéis mejor esa entrega de la vida de Cristo a vuestros hijos y nietos. Y los que, siendo todavía jóvenes cristianos, seréis un día padres, prepararos bien, pues nos quieren arrebatar esa alegría de dar a vuestros hijos la felicidad de la fe en el Dios Padre, en el Dios Hijo por nuestra salvación y en el Dios Espíritu Santo, alma y vida de los cristianos, que nos da en la Iglesia a este mismo Cristo, Maravilla de Dios, esperanza de la Humanidad.

Vamos a Valencia a disfrutar del gozo de la fe, del gozo de ser familia cristiana, del gozo de compartir esta fe y esta alegría. No vamos a Valencia a una simple fiesta, organizada por los que se opusieran a no sé qué derechos, ni a asistir a espectáculos. Compartiremos también el dolor y nuestra fe en la resurrección de Cristo con las familias que sufren el terrible dolor de la muerte en el Metro de Valencia. Nada nos distraiga de este fin. Dios nos ayude y nos dé fortaleza para la gran misión de ser cristianos en nuestro mundo. Santa María la Virgen, Madre nuestra, que acompañó su Hijo en las bodas de Caná, interceda por todos los hogares del mundo.