Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

Alguna precisión

17 de septiembre de 2006


Publicado: BOA 2006, 374.


He leído en los días de las pasadas vacaciones un libro interesante. Su autor, el norteamericano G. Weigel, escribe cartas (son en concreto catorce) a un joven católico acerca de diversos temas, que casi siempre asocia a personajes o lugares concretos: Baltimore, san Pedro, Roma, Jerusalén, la Virgen, el Sinaí, Juan Pablo II, el cardenal Newman, Evelyn Waugh, Miguel Ángel, el P. Popieluszko, Chartres, Cracovia... La sexta carta la dedica a un católico singular, muerto hace 70 años: G. K. Chesterton, escritor inglés de gran agudeza. El autor le denomina «uno de los más grandes trovadores del mundo y de su sacramentalidad».

Pero en realidad se desarrolla aquí un tema interesante para nuestros jóvenes católicos: el catolicismo no desprecia al mundo en que vivimos. Aconseja, por ello, G. Weigel que si el joven que lea sus cartas ha oído que el catolicismo no se siente a gusto en el mundo, sino que lo desprecia, no lo crea ni un segundo más. Nada hay más gratificante para apreciar las cosas buenas que Dios ha hecho que vivir la fe católica. El catolicismo acepta el mundo y las realidades que en él existen con mucha más seriedad que los que presumen de ser mundanos. He aquí una gran falacia: pensar que ser cristiano es fastidiarse o ver el mundo creado y sus cosas bellas a lo lejos. Muchos nos vienen con el reduccionismo de pensar que todo lo que podemos conocer se acaba en lo que podemos probar. Eso es deshumanizador, no lo creáis.

G. K. Chesterton afirma, por ello, que el mundo católico es mucho más que un conjunto de templos, sacristías o locales parroquiales. Es también un mundo de bibliotecas, de mares y montañas, de campos de deporte, de salas de conciertos, de cines, de encuentros en la calle, de convivencia de amigos e incluso de cafeterías o los famosos pubs ingleses que él conoció, de una buena comida que hace posible una buena amistad y una agradable conversación. Este católico inglés mantuvo de hecho una actitud de asombro de un niño de cinco años frente al mundo que lo rodeaba y a la gente con la que se encontró.

Nadie nos debiera arrebatar la alegría cristiana frente a las cosas bellas, sencillas, amables de las que está llena la vida, o frente a la amistad y el sano esparcimiento, frente al sentido no sofisticado de la fiesta. Chesterton defendió siempre lo que él llama la «imaginación sacramental», es decir, la profunda convicción de que Dios salva y santifica al mundo y a los hombres con elementos mundanos. Continúa de este modo la gran tradición cristiana del gozo que muestra la verdad que se encierra en una amistad, en el amor, o en una buena obra de teatro o en una música que deleita.

Tal vez debamos los católicos volver a aprender a gozar con nuestra fe en este mundo, hecho bueno por Dios, para mostrar con más fuerza que creer nos hace felices y mejores personas. ¿Acaso no estamos necesitados de esto? Sencillamente sí. «El catolicismo —acaba de afirmar el Papa— no es un cúmulo de prohibiciones, sino una opción positiva (...). Tenemos una idea positiva que proponer». Pues eso mismo.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid