{\sc Arzobispo} \\ Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

Matrimonio y familia

15 de octubre de 2006


Publicado: BOA 2006, 379.


\documentclass[a5paper, landscape, 12pt]{article} \usepackage{larva} \usepackage{charter} \usepackage{titlesec} \usepackage{amssymb} % Para \blacksquare \titleformat{\section}{\centering \Large \color{blue} \bf}{}{0mm}{} %\setlength{\parindent}{0mm} \setlength{\parskip}{2mm} %\hyperbaseurl{http://www.archivalladolid.org/} % agenda.php?DI= . date ('Y-m-d') . \&Evento=} % \includegraphics[width=0.15\textwidth]{../arzobispado.jpg} \begin{document}

Muchas de las acciones de la programación diocesana 2006-2007 giran en torno a un eje fundamental: el matrimonio y la familia, en definitiva, en torno a los esposos. Si queremos que el Día del Señor y la Misa dominical den identidad cristiana a los hijos de la Iglesia; si queremos que la iniciación cristiana de los niños en edad escolar no bautizados tenga consistencia; si deseamos que la preparación de los novios para el matrimonio se renueve y tenga futuro la fidelidad conyugal; si queremos educar a los adolescentes para el amor; si seguimos trabajando en el arciprestazgo el conjunto “familia/parroquia/escuela”; necesariamente hemos de centrarnos en los padres, que son quienes forman el hogar, ámbito fundamental de transmisión de la fe y de su educación.

Pero, ¿no está amenazado el matrimonio por la ruptura? ¿No escuchamos a menudo: «¿Cuándo la Iglesia admitirá el divorcio, como hacen las leyes del Estado? ¿No ven cuántos católicos están ya divorciados y vueltos a casar?»? Una respuesta airada a estas preguntas provocadoras sería afirmar que muchos crímenes, atentados y robos también aumentan y no tenemos el más mínimo deseo de justificarlos. Pero no es buena respuesta. El matrimonio y el matrimonio cristiano es un bien inmenso y todo creyente debe tener de él una idea justa. Para ello nos vale un poco de conocimiento de la historia, tan mal conocida por tantos de nuestros contemporáneos.

Los estoicos, al final de la era romana, comenzaron a defender la igualdad de los hombres. Todos podían adquirir la ciudadanía romana, privilegio entonces de muy pocos, ya que todos los humanos tienen una misma naturaleza. Los cristianos abrazaron enseguida esta idea y la afianzaron con el argumento bíblico de que todos venimos de Adán y Eva y, por ello, debemos considerarnos hermanos y hermanas. El emperador Juliano el Apóstata, sin embargo, quería demostrar lo contrario: si son tantas las diferencias entre los hombres, es falso decir que son iguales.

Los Padres de la Iglesia defendían lógicamente la igualdad del género humano contra el parecer de este emperador. Pero decían que existe una diferencia que no se puede eliminar: la diferencia de sexo. Ya existía en el paraíso, proviene de Dios. Sin embargo, en cierto sentido no atribuían demasiada importancia al carácter masculino o femenino, porque, en realidad, la dignidad del ser humano (varón o hembra) está en haber sido creado a imagen de Dios. Y ésta reside en lo que llamamos espíritu o alma, no en el cuerpo. El alma es igual en el hombre y en la mujer.

Hay que dudar, pues, de un “feminismo absoluto” —cabría decir lo mismo del machismo—. Varón y mujer tienen igual valor en la vida espiritual. Deberían respetarse, claro está, las diferencias psicológicas de unos y otros. Provienen de la creación. ¿Por qué el Creador hizo estas diferencias? Responde san Juan Crisóstomo: ya en el paraíso Dios creó al varón y la mujer y al mismo tiempo instituyó el matrimonio. Dividió la unidad humana natural para crear una unidad superior, donde la relación no es sólo la naturaleza, sino el amor, la caridad. Los dos se unen, no porque son totalmente iguales, sino porque se aman y unen sus vidas inseparablemente en la fidelidad. El matrimonio es, por lo tanto, una institución santa, imagen de la Santísima Trinidad, en la que las personas divinas son una sola cosa a través del vínculo del amor recíproco.

Por eso abandona el hombre a su padre y a su madre, es decir, la unión natural, y se une con su mujer para formar una nueva familia sobre el principio de la caridad y de la fidelidad. Lo que hay que hacer, entonces, es cuidar esta familia, porque rebajar la unidad matrimonial significa destruir lo más precioso que existe en el ser humano, esto es, la imagen de Dios.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid