Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Viene el Señor:
El juicio del Hijo del Hombre

3 de diciembre de 2006


Publicado: BOA 2006, 462.


Es curioso: la preparación a la Navidad, que comienza este domingo, resulta que tiene que ver con el fin de toda la historia del mundo. No creo que se hayan encendido las luces navideñas para ese fin, pero es lo que muestra el evangelio de hoy (Lc 21,25-28.34-35). No obstante, no debe sorprendernos, pues lo que comenzó siendo algo muy pequeño —la llegada de Jesús en su nacimiento— se conoce mejor sólo en su grandioso final. La venida del Redentor se comprende de manera más clara en la conclusión de esa venida que los cristianos tenemos la costumbre de llamar su “retorno”. Y ese retorno/advenimiento está realizándose todavía. ¿Qué misterio encierra esto?

Somos incapaces de entender la Navidad, si no entendemos que nuestro Adviento litúrgico no es simplemente un recuerdo del pasado: el nacimiento de Jesús en Belén. Gracias a la fe, la esperanza y la caridad, la entrada del ser humano en un proceso de desarrollo comenzó cuando el mismo Hijo de Dios penetró en la historia del mundo, que Él hizo suya, de manera que esta historia tiende de modo ineludible hacia la hora que el evangelio de hoy nos pone proféticamente delante de los ojos, para que podamos conocer lo que sucede de verdad en lo profundo de nuestra vida y de nuestra realidad actual.

Pero esto sucede, como la primera venida de Jesús, no de modo espectacular, sino dulcemente, de manera tan discreta que nuestra ceguera culpable nos impide notarlo. Y nada valen las luces navideñas de las calles, que cada Navidad se encienden antes, ni el mucho ruido o los espectáculos preparados para no sé qué celebración, que decimos navideña. Pero el caso es que, cuando se manifieste que Él ya está aquí, le veremos como Hijo del Hombre, como uno de nosotros, como una persona que ha tomado parte en nuestra vida, habitando entre nosotros. Le veremos en la realidad tal cual es: repentina, amarga, oscura. Dios nos pedirá cuenta de nuestra vida precisamente como Hijo del Hombre, porque Él se ha hecho carne. No es un Dios lejano, sino el Hijo del Hombre quien será juez y remunerador de nuestra vida. El hombre que es Dios, Cristo, es quien nos citará al banquillo.

¿Y no sería mejor que nos juzgara un Dios que no hubiera tomado parte en la historia que Él asume en su sentencia? ¡Quién lo sabe! Pero el Evangelio nos anuncia que será así efectivamente: el que ha recorrido nuestro camino en su advenimiento hace veinte siglos, desde el seno de su Madre hasta su retorno al seno de la tierra, Él será nuestro juez. Pero es también, desde ese nacimiento en Belén, el que nos aparece en todo rostro humano, porque todos son sus hermanos: en el rostro puro del niño; en el de los pobres, marcado por la tristeza; en el de los pecadores, cubierto de lágrimas; incluso en el rostro, feroz, de nuestros pretendidos adversarios y enemigos.

Es necesario ya en este tiempo de preparación que «alcemos la cabeza» para ver de cara al que viene como Hijo del Hombre, mientras es, sin embargo, el Dios de la eternidad. Una palabra saldrá de sus labios: «Lo que hicisteis al más pequeño de mis hermanos... lo que no hicisteis...». Entonces la palabra que saldrá de su boca llenará nuestra eternidad una vez por todas. ¿Podemos, entonces, levantar la cabeza hacia el rostro del Hijo del Hombre con la certeza de ser elegidos para la vida? Sí, y de este modo podemos preparar la venida/Navidad.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid