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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La venida del Señor

10 de diciembre de 2006


Publicado: BOA 2006, 463.


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Conviene, en un mundo tan veloz como el nuestro, reflexionar: ¿Qué es Navidad? ¿Por qué el tiempo de Adviento? Nada mejor para ello que ir a las fuentes litúrgicas. Nos fijamos en el Prefacio II de Adviento, que se recita en la semana anterior a Navidad: «... por Cristo, Señor nuestro. A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza».

Aquí se presenta el Adviento como «el tiempo de preparación a la Navidad». Nos menciona los personajes que vivieron con mayor intensidad la venida del Salvador: los profetas, Juan Bautista, la Virgen María. Nos insinúa el tema de las tres venidas de Cristo: la futura, por prepararnos para celebrar el misterio de Navidad; la presente, por la llamada a vivir «velando y cantando su alabanza»; la histórica, cuando nació en Belén, gracias a la mención de los personajes aludidos.

Las actitudes de velar y cantar la alabanza son, por tanto, las disposiciones con que hay que enfocar el Adviento y la Navidad. «El cristianismo es gracia, es la sorpresa de un Dios que, no satisfecho con la creación del mundo y del hombre, se ha puesto al lado de su criatura, y después de haber hablado en muchas ocasiones y de muchos modos “por boca de los profetas, en estos días últimos nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1,1-2)» (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 4).

Para los cristianos consecuentes el Adviento y la Navidad es una época del año de celebración de los misterios de Jesucristo vistos desde la perspectiva de sus venidas. Es un memorial que nos da la salvación, paz y alegría, porque la venida del Señor es motivo de acción de gracias. Con la paradoja que significa el agradecer algo que, en parte, todavía tiene que pasar. Pero ésta es la dinámica de todo el culto cristiano. La Eucaristía es memorial de las acciones divinas pasadas, presentes y futuras, porque entronca con el presente eterno de Dios, para quien no hay tiempo. Pero Él se ha insertado en la historia, especialmente por la encarnación del Hijo. Y la Navidad quiere hacernos testigos del canto de los ángeles, de la sencillez de los pastores y de la ofrenda de los magos.

¡Oiga!, ¿pero usted cree que vive así la gente la Navidad? Mucha gente sí; no todos los cristianos, lamentablemente, porque son atrapados por un consumismo feroz y un desquiciamiento de lo que es central en esta fiesta. ¿Hay, pues, motivo para despreciar la Navidad porque no se viva en su genuina sencillez y riqueza espiritual? En absoluto. Y mucho menos verter la infamia de que la Navidad es una invención cristiana. Lo he visto escrito así varias veces en las cartas al director de El Norte de Castilla (por ejemplo el 6-12-2006, p. 6). Un lector quiere recordarnos a los ingenuos cristianos que las Navidades «tienen un origen pagano y son los cristianos los que las adaptaron a sus necesidades y creencias».

¡Un poco de objetividad y respeto, por favor! Una cosa es que los que creían en Cristo, nacido de María en Belén un determinado día, vean la oportunidad de cambiar el contenido de la ya entonces caduca fiesta romana del Sol invicto, por la del nacimiento del verdadero Sol invicto, Cristo Resucitado; y otra, hablar de invenciones. Habría que decirle a este lector que los cristianos, tanto de Oriente como del Occidente cristiano, han celebrado el nacimiento de Cristo apoyados en otras poderosísimas razones que a él se le escapan; y, en segundo lugar, que no busque en la mala vivencia de la Navidad por muchos cristianos un argumento estúpido para abogar por la supresión del crucifijo en la escuela pública.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid