Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Navidad

24 de diciembre de 2006


Publicado: BOA 2006, 466.


Ahora sí, esta noche llega la Navidad, para la que los cristianos nos hemos preparado en el Adviento. ¿Cómo ha sido tu preparación? ¿Cómo te encuentras ante su venida, que conmemora aquélla que aconteció en Belén hace dos mil años? Si todavía quieres prepararte, siempre hay tiempo en el corazón: arrepiéntete de tus pecados, confiésalos y disponte a recibir a Cristo: Él viene para nosotros y nuestra felicidad. Viene para todos. Así lo siente san Agustín:

«Alegraos, justos: es la Navidad de Aquél que justifica. / Alegraos vosotros, los débiles y los enfermos: Es la Navidad de Aquél que sana. / Alegraos vosotros, los cautivos: es la Navidad de Aquél que libera. / Alegraos vosotros, los siervos: es la Navidad de Aquél que es el Señor.

Exultad, libres: es la Navidad del libertador. / Alegraos vosotros, cristianos todos: ¡es la Navidad de Cristo!» (san Agustín, Sermón 184).

Es este un tiempo bonito, la segunda fiesta en importancia de los cristianos, pero que puede ser mal vivido, por el peligro de caer en la banalidad y dejarse arrastrar por un sentido de fiesta que hace mal. ¿Acaso no han hecho mal botellones como el que, de algún modo, acabó con la vida del joven dominicano hace menos de una semana? ¿Sólo existe una forma de divertirse, que es entrando en una vorágine sin sentido, con refinamiento o sin él? Nuestro mal radica en el corazón y ése es el que viene a sanar Jesús. No con idílicas visiones de Navidad, sino descubriendo su riqueza profunda, pues «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo» (Tt 2,11-13).

Es verdad: la Navidad nos exige a los católicos mucho, pues el Nacimiento de Cristo nos ha enseñado una forma de vida que poco tiene que ver con la que tantos llevamos: vida de impiedad, de poca relación con Dios y mala relación con los hermanos, con el prójimo; muchas veces no luchamos por la justicia, no construimos una sociedad fraterna, dejamos morir de hambre a mucha gente en el mundo, seguimos marginando a mucha gente. Pero la solución no es suprimir la Navidad, como si fuera un invento o una pantomima, sino vivirla con profundidad y vigor, exigiéndonos más y no despilfarrando.

La Navidad tiene un aspecto de interioridad, de vida según el Espíritu, de cercanía del Señor Jesús a nosotros y de nosotros a Él, que ha nacido para poder dialogar y orar con Él al Padre. Esa dimensión de renovar nuestro amor, purificándonos con el sacramento del Perdón, esa dimensión de vivir la vida de la gracia, de oración profunda y de agradecimiento porque nos sentimos amados en Cristo. Pero no menos importante es la Navidad para darnos nuevos motivos y razones para un amor que salga de sí mismo y llegue a los demás, sobre todo a los que sufren, a los más pobres, aquellos que no cuentan o cuentan menos. Pero empezando por los más cercanos, los que Dios nos ha dado como padres, como hermanos, como familiares, como vecinos o compañeros de trabajo, o de parroquia, como compatriotas, los que comparten con nosotros muchas cosas e incluso aquéllos que no comparten nuestra fe o nuestra manera de entender la vida. Navidad es presencia de Dios en el mundo: no prescindamos de Él. El Señor os conceda una Feliz Navidad.