Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Final

7 de enero de 2007


Temas: Navidad, laicidad y consumismo.

Publicado: BOA 2007, 5.


La cultura dominante organiza el periodo de Navidad —me niego a llamarlo «vacaciones de invierno»— en tres partes, al utilizar, mezclándolos, temas religiosos con reclamos comerciales, ya que es hija del consumismo. En primer lugar, bombardea a la opinión pública con la cena de Navidad, los regalos, Papá Noel, las felicitaciones y algo de nostalgia porque la familia se reúne. De unos años para acá deja caer la sospecha de la veracidad del contenido cristiano de Navidad, como algo ya pasado y que no se debe notar mucho; pero sin insistir mucho, pues de lo contrario el negocio pudiera decaer. Pero ahí está la postura laicista en Navidad, que cree muy peligroso que el contenido cristiano de Navidad impere en la sociedad laica.

Una segunda parte de este periodo navideño se centra en fin de año, pues el tiempo es siempre una dimensión inquietante para el ser humano. Todo es, entonces, desearse un feliz año, en que todo sea nuevo, y para ello lo mejor es ruido, fiesta, espectáculos “mágicos”, borracheras y alguna que otra bacanal, aunque siempre hay gente sensata y con una filosofía sabia de la vida que se reúne y celebra el fin del año bien y sin estridencias, sabiendo que poco cambio puede haber si no cambia el corazón en el año nuevo. En cualquier caso, los gastos y el consumismo suben enteros, ahora sin referencia a ningún motivo cristiano aparente.

La tercera parte de este tiempo de Navidad está orientada de lleno hacia otra noche “mágica”, que puede producir una situación un poco absurda, porque si la costumbre de regalar a los niños empieza el 25 de diciembre, cosa que tiene su lógica, hay que buscar o crear una figura mítica que trae los regalos: Papá Noel. Pero ¡qué malabarismos han de hacer los padres cuando llega el día 6 de enero y los Magos traen de nuevo regalos! ¡Pobres niños, con tantos artificios! Pero quien sale ganando sigue siendo el consumismo y perdiendo quien tiene menor poder adquisitivo, menos dinero. Somos un pueblo rico; al menos es lo que muestran las estadísticas de la Unión Europea, pues superamos en gasto navideño a los demás países en un 50%.

¿Y qué hacemos pasado el día 6 de enero? Esperar a la siguiente fiesta, porque nos aburrimos mucho y no sabemos qué hacer, o procurar ahorrar, aunque enseguida vienen la rebajas de enero. ¡Qué esclavitud! Pero, ¿cuándo se acaban las navidades? ¿Y cómo? Aquí es donde se da el mayor contraste entre esta cultura dominante y el contenido cristiano de Navidad. Para nosotros Navidad es un tiempo de gracia que conmemora aquel estupor que significa conocer y gustar que el Hijo de Dios se haya hecho carne, y ha nacido para nosotros, pues comparte todo lo que somos, menos el pecado. Él ha cambiado el mundo y nos ha descubierto que Dios es Padre que nos ama y nos hace hijos y hermanos. El tiempo tiene otro sentido, la vida apunta al amor de este Hijo, y, cuando nos muestra su divinidad en brazos de María, cuando los Magos le adoran en la debilidad de la carne de Niño, sentimos deseos de regalarnos con este misterio inefable, y nuestro amor se vuelve a los demás, sobre todo a los niños y mayores, a los que más necesitan de ese amor, a los que la injusticia y el desamor humano han descolocado en nuestra sociedad.

La Navidad termina hoy con la fiesta del Bautismo del Señor, en esa teofanía en la que el Padre se complace de este Siervo que es Cristo, el Amado, el Predilecto, pues Dios ya no habla por los profetas ni necesita intermediarios, porque su Hijo ya está en el mundo para obrar la salvación. De su vida hemos participado nosotros en nuestro Bautismo. Ahí está el secreto de la Navidad: podemos ser hombres y mujeres nuevos para la vida de mundo.