Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La familia inmigrante

14 de enero de 2007


Temas: migración.

Publicado: BOA 2007, 7.


Hemos vivido recientemente otra conmemoración de la Navidad. En la “manifestación” (Epifanía) a los Magos, Cristo, el Verbo de Dios, ha aparecido como Mesías y Salvador universal de las naciones. No vino sólo para Israel ni ha venido sólo para los cristianos, sino para toda la familia humana. La venida de los Magos, en efecto, es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se sientan hijos del mismo Padre y hermanos entre ellos. La misión de los discípulos de Cristo es crear la unidad entre las razas, pueblos y lenguas.

Traslademos toda esta “teoría” a la “práctica” con ocasión de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, para la que Benedicto XVI ha escrito un Mensaje . Recuerda el Papa actual que Pío XII escribió en 1952 palabras muy actuales: «La familia de Nazaret en exilio, Jesús, María y José, emigrantes en Egipto y allí refugiados para sustraerse a la ira de un rey impío, son el modelo, el ejemplo y el consuelo de emigrantes y peregrinos de cada época y país, de todos los prófugos de cualquier condición que, acuciados por las persecuciones o por la necesidad, se ven obligados a abandonar la patria, la amada familia y los amigos entrañables para dirigirse a tierras extranjeras».

Ese drama de la familia de Nazaret se reproduce, dice el Papa, también hoy en las familias obligadas a refugiarse en otros países, a vivir las duras condiciones de todo emigrante. Hemos de hacer el esfuerzo de percibir las dificultades de cada familia emigrante, las penurias, las humillaciones, la estrechez y la fragilidad; y es que el Papa nos invita en este año a reflexionar sobre la situación de la familia emigrante. Sin duda en esa familia que forman Jesús, María y José se refleja la imagen de Dios custodiada en el corazón de cada familia humana, pero hay que decir que en este caso está desfigurada y debilitada por la emigración.

No pensemos sólo en superar lo mejor posible el enero difícil, por gastos tantas veces innecesarios en las fiestas; miremos a la situación de las familias emigrantes que viven en nuestros pueblos, ciudades y barrios, que se acercan a nuestras cáritas parroquiales; a nuestras parroquias, en definitiva. El Papa no calla las dificultades de esas familias: la lejanía entre sus miembros, que a menudo es ocasión de roturas de los vínculos originarios, al olvidarse el pasado y los propios deberes, puestos a dura prueba por la distancia y la soledad. Hemos comprobado qué es morir en un atentado criminal etarra dos jóvenes ecuatorianos, lejos de la patria, y qué sufrimientos se unen al dolor de la familia lejana.

Nuestras parroquias, nuestras comunidades deben luchar por una posibilidad real de inserción y participación de las familias emigrantes, sobre todo si son católicas; sin duda es difícil prever su desarrollo armónico. Sé que hacemos mucho, pero hay mucho más que hacer. «En estos casos, es necesaria —dice el Papa— una atenta presencia pastoral que, además de prestar asistencia capaz de aliviar las heridas del corazón, ofrezca por parte de la comunidad cristiana un apoyo capaz de restablecer la cultura del respeto y redescubrir el verdadero valor del amor».

Es verdad que a los que llegan se les pide que cultiven una actitud abierta positiva hacia la comunidad que les acoge, pero hemos de huir de posturas xenófobas, que también pueden darse entre nosotros. Como Iglesia del Señor hemos de hacer menos dolorosa la ausencia de apoyo familiar de jóvenes o adultos todavía separados de sus familias, de sus tradiciones y valores.