Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Tentaciones

4 de marzo de 2007


Publicado: BOA 2007, 91.


En el Primer Domingo de Cuaresma se proclama siempre el pasaje que narra las tentaciones de Jesús; este año en la versión de san Lucas. ¿De qué somos tentados hoy los católicos en nuestro mundo? El Tentador nunca ha sido demasiado original desde que conspiró junto al árbol del bien y del mal; tampoco en las tentaciones de Jesús: presenta un Dios mezquino, que poco tiene que ver con Dios. Jesús le rechaza con elegancia y decisión. ¿Tendrá éxito con nosotros? Lo tiene muchas veces desde el inicio de la tentación, porque con frecuencia rehuimos afrontar las tentaciones con la fortaleza que proviene del Espíritu Santo. Tampoco es infrecuente que los cristianos decidan no mostrar que lo son en la vida pública, en campos que afectan tanto al buen rumbo de la sociedad.

¿Qué tentaciones pueden tener los que sin ocultar su fe trabajan en los distintos campos de la actividad humana? Pongamos el campo de la ciencia. ¡Tantas cosas dependen de la ciencia! En ocasiones los científicos, o los poderes que existen detrás de ellos, creen que poseen un poder omnímodo, que a nada ni nadie han de someterse. Pero no todo lo que es científicamente factible es éticamente lícito. Puede ser un campo donde fácilmente nos dejemos engañar. La dignidad de la persona y la gramática puesta por Dios en la creación nos ayudarán a leer bien en la vida también de la ciencia experimental.

Si entramos en el campo de la cultura, que es un elemento constituyente de la vida humana, capaz de crear nuevas realidades, también puede ocultarse en él la tentación. Aquí se trata de implicarse en lo gratuito, en la esperanza, en lo sublime, en la belleza en definitiva, para sobreponerse a lo absurdo, a la manipulación de la sociedad, al simple consumismo cultural, apelando a lo objetivo, a lo realmente humano que no degrada, a la libertad. No muchos católicos influyen en la cultura de nuestro tiempo, de modo que el Evangelio sufre el divorcio entre la fe y la misma cultura, y, de este modo, muchos jóvenes no aciertan a seguir a Cristo, porque este seguimiento es culturalmente muy difícil en su mundo.

Otra potencia decisiva de la vida humana es la moral, el mundo de la ética. La moral es ordenación al bien, a la verdad, al reconocimiento de la dignidad del prójimo. Lo moral rompe las mentiras, desenmascara a los violentos, invocando la justicia y las leyes eternas. Si somos incapaces de encarar o trascender la moral de la cultura dominante, porque eso lleva consigo merma de nuestra fama o aceptación social, ¿no estaremos haciendo nuestra moral, escondiéndonos en ella?

Y, ¿qué decir de cuantos cristianos emprenden la actividad política y social? Pueden ser tentados de creer que esta en sí noble tarea puede llevarse a cabo sin las dimensiones éticas y religiosas, con lo que se fracasa en conseguir que la política sea verdaderamente creadora y liberadora. Aquí la tentación radica en anular o no apoyar la verdadera ciencia, en vivir la política sin una ética de la persona humana, dejándose dominar por los programas del partido o las exigencias de la empresa. Deber de la política es establecer primacías a la luz de las necesidades reales de la gente y ayudar a aquéllos que con menos medios o carencias severas no pueden ayudarse a sí mismos, y no en “programas” tantas veces irreales o partidistas.

Necesitamos ayudarnos porque en estos campos no es sencillo vivir el Evangelio. Las tentaciones se vencen con Cristo, el que hoy muestra su fulgor, no comparable a nada de este mundo, cuya luz nos es imprescindible para no caer en el escándalo de la Cruz.