Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

¿Qué quiere el Señor de mí?

18 de marzo de 2007


Publicado: BOA 2007, 94.


Cuando, en la visita pastoral a las parroquias, me encuentro con niños y adolescentes e incluso jóvenes, no es raro que me pregunten: «¿Cómo supiste que querías ser cura u obispo?» Es una curiosidad muy extendida, porque los chavales piensan en grandes revelaciones o en sucesos extraordinarios. Y no es así. Dios es muy directo y, a la vez, muy sencillo. El año pasado, el papa Benedicto XVI se encontró en Roma con un grupo de jóvenes , y también uno, que estudia ciencias de la educación, preguntó cómo descubrió él su vocación. Y el Papa lo contó, como hemos hecho tantas veces obispos y sacerdotes.

Pero una segunda pregunta hizo el estudiante romano: «¿Puede darnos consejos para comprender mejor si el Señor nos llama a seguirlo en la vida consagrada o sacerdotal?». El Papa dijo sencillamente: «Es importante estar atentos a los gestos del Señor en nuestro camino. Él nos habla a través de acontecimientos, a través de personas, a través de encuentros; y es preciso estar atentos a todo esto. Pero hay que avanzar más, y hay que entrar realmente en amistad con Jesús, en una relación personal con Él; no debemos limitarnos a saber quién es Jesús a través de los demás o de libros, sino que debemos vivir una relación cada vez más profunda de amistad personal con Él. Ahí podemos comenzar a descubrir lo que Él nos pide».

Pero —digo yo ahora—, ¿cómo es posible esto si nunca oro, o leo la Biblia, la Palabra de Dios, si no me acerco el domingo a la Eucaristía? «Luego —continúa el Papa—, debo prestar atención a lo que soy, a mis posibilidades: por una parte, valentía; y, por otra, humildad, confianza y apertura, también con la ayuda de los amigos, a los sacerdotes, a la familia. Sólo así se podrá decir: “¿Qué quieres de mí, Señor?”. Ciertamente, eso sigue siendo una gran aventura, pero únicamente podemos realizarnos en la vida si tenemos la valentía de afrontar la aventura, la confianza en que el Señor no me dejará solo, en que me acompañará, me ayudará».

El Papa es muy lúcido, como veis, y muy claro. Pero el problema está en que una de las carcomas de nuestro siglo es el miedo a lo irrevocable, esa indecisión ante las decisiones que no tienen vuelta de hoja, esa tendencia a lo provisional, a lo que no nos compromete. Eso les pasa a los chicos y a los padres cristianos. Es el «pero no del todo», «sólo en tanto en cuanto». Estoy convencido de que Dios llama y si la comunidad cristiana tiene carencia de sacerdotes es por culpa nuestra, no de Dios. Exactamente igual que ocurre con el problema del hambre o del subdesarrollo: no le echemos la culpa a Dios, sino a nosotros.

Es precioso lo que dice nuestro Julián Marías en sus memorias: «Siempre he creído que la vida no vale la pena más que cuando se la pone a una carta, sin restricciones, sin reservas; son innumerables las personas, muy especialmente en nuestro tiempo, que no lo hacen (ser sacerdote, o casarse) por miedo a la vida, que no se atreven a ser felices porque temen lo irrevocable, porque saben que si lo hacen, se exponen a la vez a ser infelices». Así educamos en tantas ocasiones a los hijos en el momento actual. Los chavales son majísimos, pero no pidas cosas difíciles, que se arrugan inmediatamente. Algo muy contrario a que pueda haber vocaciones al sacerdocio o al matrimonio. ¿Reaccionaremos? Dios lo quiera.