Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Viene el día, tu día, en el que todo florece

1 de abril de 2007


Publicado: BOA 2007, 97.


Este domingo es el pórtico que nos introduce en la Semana Santa. Al igual que Jesús en Jerusalén, nosotros entramos en la semana más densa del Año Litúrgico. Toda ella está llena de sentido. En primer lugar, acompañamos al Mesías humilde, al Rey que entra en la ciudad montado en un pollino porque no quiere inspirar temor: «Él no debe ser severo ni cruel, no tiene escolta, ni le acompaña una multitud de caballeros armados. No obra con rapiña ni exige tasas, ni servicios o funciones no menos viles que enojosas. Sus atributos son la humildad, la pobreza, la modestia» (G. Palamas).

Jesús tiene otro tipo de autoridad; no necesita imponerse por la fuerza para mostrar que es el Mesías. Pero ciertamente Jesucristo entra en Jerusalén para emprender una batalla que será decisiva para el ser humano. En ella se juega el destino del hombre y la mujer: seguir sometidos al pecado o alcanzar la libertad de los hijos de Dios. Jesús dirá ya pocas palabras, está centrado en la voluntad del Padre y en que los suyos no se pierdan; por eso es bello contemplar a la multitud que lo aclama batiendo palmas, que son signo de victoria, diciendo: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

Pero, ¿qué tienen que ver todos estos hechos de la última semana de Jesús con nuestra vida de hoy, con lo que ahora nos preocupa, lo que preocupa a la gente? La religión cristiana no es simplemente una doctrina, es un acontecimiento, una acción del presente en la que el pasado se encuentra y el futuro se acerca. En esto precisamente se encierra el misterio de los días de la Semana Santa: un misterio de fe que se hace actual, de hoy; es la acción que Otro (Cristo) realizó en el tiempo pasado y cuyos frutos vemos hoy y veremos más tarde.

Este es el sentido de la Pascua cristiana: no es una simple conmemoración, es un morir con Cristo para resucitar con Él; es la Cruz y el sepulcro vacío y la alegría desbordante de la Noche pascual y de la mañana del Domingo de Resurrección. Pero ahora no es el Señor el que se pone en cruz para salir de la tumba resucitado; es su cuerpo, la Iglesia, y en su cuerpo somos nosotros, cada uno de sus miembros. Es muerte con Cristo y resurrección con Él, la que nos comunica la vida oculta con Cristo en Dios Padre.

Esta es la perspectiva que se nos abre ya desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de la Pascua. El Hijo de Dios sufre para abrir la puerta de nuestro corazón: para debilitar con su misericordia la dureza del pecado que se ha apoderado de nosotros. Hoy es un día de victoria en el que se anticipa el Domingo de Pascua. La participación en las celebraciones y en las procesiones de la Semana Santa nada tiene que ver con asistir a un espectáculo; son la actualización de algo acaecido en la Historia que de nuevo puede salvarme de lo viejo, lo caduco que está en el interior del pecado de los hombres. Preparemos bien el Triduo Pascual, confesando nuestros pecados. Lo puedes hacer en tu parroquia; también en la Catedral, donde el Martes Santo, día 3, a las 20 horas, celebraremos el sacramento de la Penitencia, con confesión individual.