Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

La resurrección de Jesús: ¿hecho o mito?

15 de abril de 2007


Publicado: BOA 2007, 99.


Hoy termina la gran semana de Pascua, con la que empezó la Cincuentena Pascual 2007. Han sido siete días de fiesta ininterrumpida en la Liturgia de la Iglesia. Espero que también en vosotros, quienes me leéis. Y es que le resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobables. Los Apóstoles, en efecto, dieron testimonio de lo que habían visto y oído. Por ejemplo, san Pablo, a poco más de veinte años después de la muerte de Jesús, escribe: «Porque os transmití en primer lugar lo mismo que yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas, y después a los Doce» (1Co 15,3-5).

Esta es la fe de los cristianos. ¿Es fiable? ¿No será una manipulación de la realidad que ha tenido un eco extraordinario en la historia humana y no un hecho real que sigue siendo tan sorprendente e inesperable ahora como resultaba entonces para sus aturdidos discípulos? A estas cuestiones sólo es posible responder investigando cómo eran las creencias de los hombres y mujeres del tiempo de Jesús sobre la vida después de la muerte, para valorar si la idea de una resurrección como la que narran los Evangelios era una ocurrencia lógica en sus esquemas mentales.

En el mundo griego hay referencias a una vida tras la muerte, pero poco se parece a una resurrección, es decir, un regreso a la vida corporal en el mundo presente, por parte de individuo alguno. La situación en el judaísmo es en parte distinta y en parte común. El sheol del que habla el Antiguo Testamento es el lugar de la gente dormida, como el Hades griego, pero hay una puerta a la esperanza: el Señor es el único Dios, tanto de los vivos como de los muertos; por tanto, es posible un triunfo sobre la muerte, pero nunca se piensa que el Mesías resucitará después de su muerte, antes del fin de este mundo: es algo que no pasaba por la imaginación de un judío piadoso e instruido.

¿No habrán robado los discípulos de Jesús su cuerpo? Es un bulo impensable, pues el sepulcro vacío en sí mismo no indica que Jesús resucitara. Lo que afirman los Apóstoles es que han contemplado algo que jamás habrían imaginado y que, a pesar de su perplejidad y de las burlas que con razón pensarían que iba a suscitar su testimonio, se veían en el deber de hacerlo. Ese algo viene descrito en Jn 20,3-8, un texto que narra cómo Pedro, más viejo, y Juan, más joven, corren al sepulcro, cuando Magdalena ve la piedra retirada. Las palabras que utiliza el evangelista para describir lo que Pedro y él vieron en el sepulcro vacío expresan con un vivo realismo la impresión que les causó lo que pudieron contemplar.

Allí están los lienzos: ¿se habrían entretenido en quitárselos a Jesús para llevarse sólo el cuerpo? No parece lógico. Pero es que además el sudario estaba «todavía enrollado» como lo había estado desde el viernes por la tarde alrededor de la cabeza de Jesús; y los lienzos que envolvieron el cuerpo de Jesús permanecían «aplanados», huecos. Ese sudario, pues, estaba «en el sitio de antes», esto es, conservando la misma disposición que había tenido cuando estaba allí el cuerpo de Jesús. No es extraño que el evangelista diga que hasta tal punto fue significativo lo que vieron en el sepulcro vacío, que les hizo intuir de algún modo la resurrección del Señor, pues «vieron y creyeron».