Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Te saqué de la esclavitud

29 de abril de 2007


Publicado: BOA 2007, 102.


El capítulo 20 del libro del Éxodo narra la entrega de los Diez Mandamientos a Israel por parte de Dios. Dice el texto: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud». Los mandamientos, si se analizan con profundidad, son el instrumento que el Señor nos da para defender nuestra libertad tanto de los condicionamientos internos de las pasiones como de los abusos externos de los maliciosos. El “no” de los mandamientos («No matarás, no adulterarás, no hurtarás...») son otros tantos “síes” al crecimiento de la libertad auténtica.

Hay una realidad, la del trabajo, que hoy está en el centro de cambios rápidos y complejos de nuestro mundo. Y en ese ámbito, por desgracia, existe el peligro para muchos hermanos nuestros de que no consigan esa libertad auténtica de la que habla el texto bíblico, o por no tener sencillamente puestos de trabajo debido a los expedientes de regulación de empleo, que no faltan, o por ser éstos precarios y no estables, o también por estar amenazados por la llamada «deslocalización del trabajo». Las grandes empresas buscan con frecuencia llevar sus factorías a lugares donde los salarios son más bajos y hay, por ello, menos costes para la empresa. Ya hemos visto recientemente qué angustia crean esas situaciones con empresas amenazadas de deslocalización entre nosotros. En estos fenómenos se da una cierta impotencia de los gobiernos, y también cierto beneplácito o, al menos, pasividad y desinformación a los trabajadores de esas empresas.

Ante el 1º de mayo conviene recordar que en numerosas páginas la Biblia muestra cómo el trabajo pertenece a la condición originaria del hombre. Sólo por el pecado, el trabajo se transformó en fatiga y sudor, pero el proyecto divino mantiene inalterado su valor, hasta el punto de que Cristo quiso ser llamado el «hijo del carpintero» (Mt 13,55), pues el trabajo reviste una importancia primaria para la realización del ser humano y el desarrollo de la sociedad, y por eso es preciso que se organice y se desarrolle siempre en el pleno respeto de la dignidad humana y el servicio del bien común. ¡Cuánto sufre esa dignidad de aquel o aquella que no tiene un trabajo digno o cuando ante problemas laborales sólo se tiene en cuenta el factor del rendimiento económico! La familia es la primera afectada cuando el padre o la madre están en estas zozobras laborales; igualmente cuando los padres mayores dependen del sueldo de los hijos.

Otras veces nos dejamos dominar por el trabajo, casi lo idolatramos, pretendiendo encontrar en él el sentido último y definitivo, y nos olvidamos de fiestas, de la familia, de los amigos, de pensar un poco más allá de lo cotidiano y material. El descanso para un creyente permite recordar y revivir las obras de Dios, y dar gracias por la vida y la subsistencia, sobre todo en la misa dominical.

Pero no quisiera olvidar, cercano el 1º de mayo, a cuantos, teniendo tal vez un trabajo, éste es tan poco remunerado y tan expuesto a accidentes laborales que se convierte en una verdadera opresión y esclavitud. Estoy pensando en nuestros inmigrantes, que han conseguido llegar hasta nosotros pensando en mejores condiciones para ganarse la vida y su precaria situación es aprovechada por empleadores sin escrúpulos. Esos no se pueden llamar cristianos, pues Cristo es verdadero manantial de solidaridad. A san José quisiera encomendar sobre todo a los jóvenes que con esfuerzo logran insertarse en el mundo del trabajo, y a los desempleados que sufren la crisis laboral.