Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La educación de los niños
y los medios de comunicación social

20 de mayo de 2007


Publicado: BOA 2007, 243.


¿Qué hay más importante que la formación de los niños? ¿Cómo favorecer esta educación contando con los MCS? ¿Cómo utilizar éstos para una buena educación? Nadie duda de la importancia de radio y televisión y de otros medios escritos, cuando se trata de educar a nuestros niños. Son un bien para la humanidad... pero bien utilizados. Estos medios tienen ciertamente un influjo penetrante en nuestro mundo, para bien y para mal. Si la influencia formativa de los medios se contrapone negativamente a la de la escuela, la Iglesia y, sobre todo, a la del hogar, estamos ante una catástrofe. Y no podemos ser idealistas: para muchas personas la realidad es lo que los medios tienen como tal. Lo demás no existe. Si su influencia, pues, es buena, será una bendición; si es nociva, un riesgo real para nuestros niños.

En la XLI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que celebramos en el domingo de la Ascensión, hemos de reflexionar acerca de la relación entre los niños, los medios de comunicación social y su educación, para formar bien o mal a los pequeños. Como es lógico, en una sana antropología, educar a los niños para que hagan un buen uso de los medios de comunicación es responsabilidad de los padres, a quienes ayudan la Iglesia y la escuela. El papel de los padres es de vital importancia. ¿Cuentan éstos con la ayuda de las parroquias y la escuela? Así debería ser, de modo que este aspecto de la paternidad, difícil pero gratificante, sea adecuadamente favorecido.

Pero los padres deben querer jugar su papel en este campo y no abdicar de este deber. El ejemplo ha de esperarse de los padres, con una actitud positiva. Realmente, si ponen ante sus hijos lo que es estética y moralmente excelente, ¿cómo no van a influir en ellos? La belleza, que es como un espejo de lo divino, inspira y vivifica los corazones y las mentes de niños y jóvenes, mientras que la fealdad y la tosquedad tienen un impacto deprimente en actitudes y comportamientos.

Los medios pueden ser buenos o malos, buenas o malas producciones, pero en toda labor educativa, también en la comunicación, se requiere el ejercicio de la libertad, que es costoso pero imprescindible. Por desgracia, muchos padres prefieren no practicarlo con sus hijos ni discernir qué es bueno o malo para sus hijos: no tienen la valentía, por ejemplo, de apagar la televisión y otras pantallas, cuando se emiten programas que exaltan la violencia, reflejan comportamientos antisociales, banalizan la sexualidad humana; todo lo cual no salvaguarda el bien común, ni preserva la verdad; tampoco promueve el respeto por las necesidades de la familia.

Los programas escolares y las parroquias deberían estar a la vanguardia en lo que respecta a la educación para los medios de comunicación. ¿Por qué no difundir una guía para padres y educadores como “Las nuevas pantallas y la familia: Televisión, videojuegos, móviles e Internet” de la Dra. María Rosa Pinto Lobo, que difunde la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal? Significaría algo más que lamentarse.