Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Un silencio que acoge la presencia

3 de junio de 2007


Publicado: BOA 2007, 246.


«Desde los primeros siglos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que se han sentido llamados a imitar la condición del Verbo encarnado y han seguido sus huellas viviendo de modo específico y radical, en la profesión monástica, las exigencias derivadas de la participación bautismal en el misterio pascual de su muerte y resurrección». Así describe Juan Pablo II la condición de monjes y monjas de clausura en la Exhortación Vita consecrata. Son hombres y mujeres auténticamente espirituales, capaces de fecundar secretamente la historia con la alabanza y la intercesión continua. Quieren transfigurar el mundo y la vida en espera de la definitiva visión del rostro de Dios.

Contemplan, sencillamente; esto es, dan prioridad a la conversión, a la renuncia de sí mismo y la compunción del corazón, a la búsqueda de la paz interior, a la oración incesante, al ayuno y las vigilias, al combate espiritual y al silencio, y, por eso, a la alegría pascual por la presencia del Señor. Pero se ofrecen a sí mismos y renuncian a sus propios bienes, porque buscan a Dios y se dedican a Él, Trinidad Santa. ¿Y qué hacen? ¿Viven de pedir o de limosnas? En absoluto: concilian la vida interior y el trabajo para ganarse la vida. Eso sí: dan primacía a la meditación de la Palabra de Dios, la celebración litúrgica y la oración. Sus monasterios son entrañables lugares de paz y silencio en medio de la vorágine de la vida moderna.

Viven nuestras monjas en Valladolid en un silencio elocuente. ¡Ah, el silencio! ¡Cuánto cuesta a nuestros adolescentes y jóvenes! Decía el obispo presidente de la Comisión para la Vida Consagrada en su mensaje : «Dios nos dirige su Palabra y nos dirige también su Silencio. Puede parecer una frase hecha, pero ¡cuántas veces Él nos dice tantas cosas... callándolas!» Las monjas contemplativas hacen del silencio su forma particular de seguimiento de Cristo, pero se trata de un silencio que custodia una Palabra especial, de una soledad que alberga una Presencia única: la del Verbo de Dios, Cristo Jesús.

No es la vida contemplativa la única manera del seguir a Cristo; hay otras muchas formas de hacerlo, pero ésta es tan sencilla, tan nítida, tan elocuente, tan pobre evangélicamente y tan profunda que si desapareciera sufriríamos, en mi opinión, una verdadera catástrofe. Les acucia a nuestras monjas (31 monasterios) la falta de vocaciones; también les cuesta muchísimo mantener sus casas, muchas veces monumentos artísticos, para que tengan, sí, pobreza, pero además un hábitat algo adaptado a las monjas más mayores y a la misma vida contemplativa.

Yo quiero dar gracias a estas hermanas contemplativas. Su vida es preciosa para la Iglesia, y «les alentamos a que no confundan su camino..., y a que tengan la santa libertad de no dejarse confundir por nadie». Que sigan contemplando al Verbo de Dios, escuchando su susurro, lejos —de algún modo— del trasiego de nuestros conflictos y contiendas que no llevan a la paz.