Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Fiesta entrañable

10 de junio de 2007


Publicado: BOA 2007, 248.


Pocas fiestas son tan entrañables para el pueblo cristiano como la del Corpus Christi. Nada más natural: en la persona entera de Jesús, entregado por todos, nos unimos los cristianos formando el cuerpo y la comunidad de la Iglesia. En Él nos encontramos y nos reconocemos todos. En Él todos los creyentes somos uno.

Por eso mismo lo que celebramos en esta fiesta nos juzga a todos en muchas ocasiones, pues nos encuentra muy lejos de lo que creemos y profesamos. Es extraño, pero el corazón del ser humano puede ser tan doble que, por un lado, crea en Jesucristo y, por otro, odie o se cierre a su hermano. ¿Qué explica este doblez? Tal vez que no acabamos de creer de veras en Jesucristo.

El Concilio Vaticano II nos recordaba que una de las causas del ateísmo en nuestros países consiste en que los cristianos no hemos enseñado a veces cómo es Dios de veras y no hemos probado con nuestra vida que Dios es como lo enseñamos. Por eso muchos han dejado de creer en Dios y no cuenta nada en sus vidas. Y es que las dos cosas van juntas: saber quién es de veras Dios y querer de veras al prójimo.

En esta fiesta entrañable del Corpus, el Sacramento del Cuerpo de Cristo ocupa, triunfante, el centro de pueblos y ciudades. Pero no olvidemos que en este día proclamamos por calles y plazas no sólo la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el Santísimo Sacramento, sino también el amor de quien se entregó y se entrega por nosotros. Ambas cosas son inseparables. No podemos, por tanto, adorar al Señor del amor y de la gracia y dejar de pensar hoy en la desgracia de tantas gentes.

No podemos adorar el Cuerpo del Señor en el Sacramento con buena conciencia y no acercarnos a tanto hijo de Dios excluido de la vida. Quien adora el Cuerpo que se entrega por nosotros, quien comulga en Él, reconoce por ello que la razón de toda salvación y esperanza está en la entrega de Jesucristo hasta la muerte por nosotros y se compromete a vivir desde este amor en el amor a Dios y al prójimo.

Por eso, el Día de Caridad en la fiesta del Corpus te pide algo más que la limosna que se da para acallar momentáneamente la conciencia; te pide que te detengas un poco y pienses por qué sucede esto, cómo está montada la vida para que ocurran estas cosas. Te pide, quizá, además, que cambies tu forma de vivir, tu estilo y tenor de vida. Te pide sobre todo que colabores con quienes están trabajando por librar de la miseria a sus hermanos y hermanas.

Muchos cristianos dividen los bienes en “materiales” y “espirituales”, y piensan que su comunión con Cristo sólo les obliga a compartir los espirituales con los demás. Es ésta una de las perversiones mayores de los cristianos. Todo bien es de Dios y en todo bien se da Dios. Y, conforme al juicio de Jesucristo mismo, entra en comunión con Él quien remedia la necesidad del prójimo también con bienes materiales, estableciendo una comunicación de bienes entre todos.