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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

¿Somos adversario político?

15 de julio de 2007


Publicado: BOA 2007, 354.


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«Actualmente, en las instituciones europeas existe un fuerte prejuicio respecto al cristianismo. En los diez últimos años el Parlamento europeo ha condenado públicamente al Papa y a la Santa Sede por violación de los derechos humanos hasta treinta veces. Mientras que a Cuba y a China, no más de diez». Son palabras de extrañeza de Mario Mauro, vicepresidente del Parlamento europeo. El pasado abril, con ocasión de la resolución contra la homofobia, socialistas, verdes, liberales y comunistas pretendieron que el Parlamento europeo condenara al presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, monseñor Bagnasco. No lo consiguieron, pero a punto estuvieron.

En España los juicios de representantes de un laicismo militante caminan en la misma dirección. Podemos ser tachados de fundamentalistas en cualquier círculo pseudoprogre. ¿Tienen razón? Yo evidentemente afirmo que no. Pero debo dar razones objetivas. Una muy clara me parece que es que la Iglesia (no confundir con la jerarquía, por favor) es una realidad irreductible al dogmatismo de una razón que se pretende medida de todas las cosas. De ahí que tantas veces se acuse a la Iglesia de poner coto a la libertad de los individuos, a sus deseos y a su derecho a satisfacerlos siempre y de cualquier manera.

Alguno, sin embargo, puede preguntarse: ¿Por qué habrían de amar a la Iglesia los hombres y mujeres de hoy? ¿Por qué habrían de amar sus leyes? ¿Qué ofrece la Iglesia? «Ella —decía hace ya mucho tiempo T. S. Eliot en “Los coros de ‘La Piedra’”— les habla de Vida y Muerte, y de todo lo que ellos querrían olvidar. Ella es tierna cuando ellos quieren ser duros, y dura cuando a ellos les gusta ser blandos. Ella les habla de Mal y Pecado, y otros hechos desagradables. Ellos tratan constantemente de escapar de las tinieblas de fuera y de dentro a fuerza de soñar sistemas tan perfectos que nadie necesita ser bueno».

¿Y cuál es la razón de que la jerarquía de la Iglesia y muchos católicos se opongan a la Educación para la ciudadanía, si en otros países se imparte? Habría que decir primero que no en todos los países es obligatoria, como el Gobierno quiere para esa edad de 10 a 17 años. Lo más grave está, sin embargo, en otra esfera. La asignatura se presenta como una materia “neutral”, que respeta las opiniones de los alumnos y fomenta un mínimo común ético aceptable por todos. Pero su carácter obligatorio sólo se puede deber a la convicción de que por encima de las diferentes tradiciones religiosas, ideológicas o de pensamiento (que el alumno recibe en su entorno familiar), hay unos valores comunes y unos criterios comunes, previos a aquellas tradiciones, que convierten al alumno en ciudadano.

La idea de neutralidad es cuanto menos ingenua; a mí me parece que esconde algo que no dice el Gobierno: el deseo de generar una nueva mentalidad que, más que neutral, es unificadora en cuestiones como qué es la realidad, que es lo verdaderamente importante, lo que tiene una dignidad cultural, lo que todos reconocemos como verdadero y real, lo que vale, y, por el contrario, lo que es superfluo, vergonzante, lo que es privado. Y todo eso se decide en la escuela y lo decide la figura siempre poderosa del profesor. Por eso debería ser asignatura no obligatoria, ya que Educación para la ciudadanía tiene la pretensión de ser un espacio eminentemente práctico, un lugar donde se discutan los criterios válidos para moverse los chicos. No es esa la Educación para la ciudadanía que se lleva por Europa.