Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Una plegaria

29 de julio de 2007


Publicado: BOA 2007, 357.


Al final del mes de julio, cuando el curso pastoral se acaba con una peregrinación a Lourdes con la Hospitalidad de nuestra Diócesis, sí me gustaría orar y agradecer profundamente al Señor cuanto Él ha hecho en nuestras comunidades, en tantas personas que han experimentado el amor de Jesucristo en este curso pastoral. Y como estaremos de peregrinación a un santuario mariano, a la Madre del Señor le pedimos ayuda para proseguir nuestro caminar eclesial.

Hay muchas cosas por las que pedir. Quien no se sabe peregrino no suele salir de sí mismo ni reza, porque no se siente pequeño. La vida cristiana es tan hermosa, tan sugestiva, tan exigente, que es imposible vivirla sin la fuerza del Espíritu Santo, sin la gracia de Cristo, sin la intercesión de la Virgen y los Santos. Tenemos que estar convencidos de que cuando no está el Espíritu Santo en nuestras vidas, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia, una mera organización, la autoridad parece dominación, la misión es propaganda, el culto, un simple recuerdo o costumbre, y la acción cristiana se convierte en una moral de esclavos. Por desgracia, hay cristianos que la viven así. Y sin el Espíritu Santo la Iglesia vive en el miedo.

Con el grupo de hermanos enfermos, que vamos a Lourdes, con quienes les cuidan en estos días, con los peregrinos con quienes formamos una verdadera comunidad cristiana durante esos pocos días de peregrinación, queremos orar por la Iglesia de Valladolid, para que sepamos mostrar con mayor claridad lo grande que es ser cristiano, lejos de polémicas y de controversias.

En muchas cosas tenemos que empezar de nuevo, y dejarnos ya de mirar al pasado: la condición normal de los cristianos en el mundo es vivir en diáspora, es decir, que ya no vivimos en una sociedad completamente cristianizada. Eso es la excepción. Somos ciudadanos de una sociedad secularizada. Lo cual no debe asustarnos, ni ponernos nerviosos o histéricos. El cristianismo es ante todo un fermento bueno, el don de las cosas nuevas que hay que ofrecer al mundo. Al hablar de la familia, por ejemplo, no hay que utilizar fórmulas negativas, solamente proponer y admirar la belleza de la familia cristiana, que es algo más que la familia tradicional.

Queremos pedirle a la Virgen que nos conceda del Señor lo que Benedicto XVI dijo antes de ir al encuentro con los jóvenes en Colonia: ser cristiano es «como tener alas», pues el cristianismo no es una infinitud de prohibiciones ni «algo arduo y agobiante que vivir». Mientras no vivamos así la fe católica, ese encuentro bellísimo con Jesucristo en su Iglesia, ¿a quién vamos a convencer sólo con argumentos?

¿Qué hacer, entonces, frente a legislaciones civiles y proyectos de ley que están en contraste no sólo con los principios de la moral cristiana, sino con la ética elemental y natural? A mí no me asusta que la ley civil no coincida con los preceptos del Evangelio o con lo que es razonable y objetivo. Me asusta más que no se sepa por qué no coincide y que los católicos no vivan su fe y vida moral inteligentemente y porque les da dignidad humana. La fe no es racional, pero es razonable.

En fin, que hay mucho por lo que orar en Lourdes. Sin duda que el Señor nos dará capacidad, alegría, conversión y fortaleza para el futuro. Las personas de nuestros enfermos son para nosotros una garantía.