Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Escuchar con el corazón

16 de septiembre de 2007


Publicado: BOA 2007, 416.


¿Cómo empezar un nuevo curso pastoral? En esta misma semana hemos visto a los más pequeños volver al colegio; los que cursan enseñanzas medias y bachillerato lo harán este lunes, y pronto comenzará la enseñanza universitaria. Nuestro comienzo pastoral coincide en las fechas, pero es diferente, aunque tenemos que aprender y escuchar a un Maestro, Cristo. Sin embargo, me parece que todos los que formamos la Iglesia necesitamos una actitud de espíritu que me gustaría describir en este corto espacio de tiempo que estoy con ustedes en antena o en algún texto escrito.

Los cristianos tenemos dos mesas en las que alimentarnos, a las que hemos de invitar a todos: la Palabra de Dios y la Eucaristía. Ambas se parecen en que una y otra deben ir al corazón, aunque por vías diferentes: una por la boca y otra por el oído. Lógicamente la Palabra de Dios conduce a la Eucaristía y ésta abre el apetito de conocer profundamente la Palabra. Hay que prestar oído por dentro. Si me preguntan qué significan estas palabras, responderé que se trata de escuchar atentamente. Pero, ¿a quién? ¿Al Obispo? ¿Al sacerdote, catequista, guía espiritual, testigo? La atención se dirige a Otro. Pero debemos antes explicar dos cosas: lo necesaria que es la atención y en qué parte de nuestra alma debe estar esa atención.

He aquí una verdad cristiana imprescindible: además del sonido que hiere al oído, existe una voz secreta que habla interiormente. El Papa la llamaba no hace mucho tiempo «la gramática», de la que podemos ayudarnos. Este discurso espiritual e interior es la verdadera predicación, sin la cual las demás tienen poco efecto; sin ella todo lo que dicen los hombres y mujeres será un ruido inútil. Por eso, el Hijo de Dios no nos permite que nos hagamos llamar maestros.

Si oímos esta palabra, dice san Agustín, veremos que sólo Dios nos puede enseñar; ni los hombres ni los ángeles pueden hacerlo. Éstos pueden hablarnos de la verdad, pueden, por así decirlo, señalarla con el dedo, pero sólo Dios puede enseñarla porque sólo Él nos ilumina para distinguir bien los objetos. Es Dios quien nos da un cierto sentido que se llama el sentido de Jesucristo, por el que gustamos lo que es de Dios.

Esta actitud al comenzar los trabajos de un nuevo curso es buena para todos, empezando por el Obispo, los presbíteros y diáconos, los catequistas, los evangelizadores, los acompañantes, los que dan testimonio de la fe cristiana en tantos lugares diferentes: Sé muy bien que únicamente Dios da el toque delicado que, respetando siempre la libertad, nos hace cambiar y nos conduce, si nos dejamos, al sentido profundo de la fe, al encuentro gozoso con Cristo. Nada se anteponga a Cristo, decía ya san Benito. No somos nosotros los únicos que llevamos adelante la Iglesia; con nosotros está el imprescindible: Dios, por su Hijo, presente en la Iglesia, por el Espíritu Santo.