Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Mártires

14 de octubre de 2007


Publicado: BOA 2007, 422.


¿Qué decir ante la beatificación de 498 españoles , mártires por seguir a Jesucristo? Antes de otra afirmación, el acontecimiento en Roma el 28 de octubre, es «un gran signo de esperanza». Así lo interpreta la Conferencia Episcopal . Estos hombres y mujeres, la inmensa mayoría religiosos, son mártires de la violencia y de una guerra incivil y absurda. Sé que hubo otras víctimas, que nunca debieron morir. Toda vida segada violentamente es una ofensa al Creador, y merece un repulsa instantánea, pues todas las criaturas son amadas por Dios y por ellas ha entregado a su Hijo a la muerte, y una muerte de cruz. La muerte provocada por contiendas fratricidas es fruto del pecado y ha de ser siempre lamentada.

¿Por qué fueron muertos estos 498 católicos, entre los que hay que contar a algunos religiosos extranjeros? ¿Por qué los llamamos mártires? Lo que menos desea la Iglesia es politizar este acontecimiento. Por muchas razones; la primera porque esa es una salida miserable y mezquina. Otra razón fundamental radica en que quienes ahora van a ser beatificados no fueron asesinados por simpatizar con tal o cual ideología; tampoco lo fueron por batallar en este o aquel bando de nuestra guerra civil. Fueron asesinados únicamente por profesar la fe católica, por ser testigos de Cristo. Murieron perdonando a sus absurdos asesinos y su sangre se alza precisamente contra ese deseo cainita de considerar al adversario un enemigo a liquidar.

¿Qué tipo de adversario puede considerarse, por ejemplo, a Luis Gómez de Pablo, carmelita descalzo, nacido en Valladolid y martirizado en Toledo con 24 años, cuando todo lo que hizo fue prepararse para su subdiaconado en fecha próxima atendiendo a la vez el servicio de la casa y de la iglesia? Antes de entrar en el noviciado de Segovia estudió en un colegio como tantos chavales y prosiguió su formación en el Instituto General y Técnico de la ciudad. Eso sí, se escondió en alguna casa toledana amiga, perseguido sólo por ser católico, y, encontrado, fue fusilado sin más.

¿Y qué hizo para morir Federico Cobo Sanz, aspirante salesiano de 16 años, nacido en Rábano, que muere en Madrid exclusivamente por ser alevín de religioso en su tercer año de estudios junto a su hermano, aspirante a sacerdote salesiano? Todos entendieron que la fe que profesaban merecía entregar lo más valioso, su vida, por Cristo, el que murió perdonando y les ayudó a ellos a perdonar.

La vida y la muerte, pues, de estos hermanos —doce de los cuales nacieron en la provincia de Valladolid y otros muchos se educaron aquí o ejercieron su tarea entre nosotros— no fueron inútiles en aquel momento de nuestra historia; tampoco queremos que lo sean en el presente. Los mártires no lo son contra nadie, sino a favor de todos; no es posible considerarlos banderas contra otros bandos. Y aquí radica la naturaleza desafiante de sus muertes: su entereza no tembló ante la injusticia de su muerte. Aquí radica la belleza de su sacrificio: murieron con la alegría de saberse amados por Quien los acogería en su seno, amando a quienes les odiaban, seguros de que su sangre acabaría propiciando una cosecha de reconciliación. Sencillamente así.