Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

¿Qué son los santos?

28 de octubre de 2007


Publicado: BOA 2007, 425.


El domingo 28 de octubre es el día de las beatificaciones de 498 cristianos . Esos mártires nos recuerdan que ser santos es lo propio de los cristianos, de los que siguen a Cristo, los que viven de su amor por la humanidad. La santidad es, en efecto, la sustancia de la vida cristiana, porque el santo no es un superhombre; no, los santos son hombres y mujeres reales, porque siguen a su Dios. En definitiva, la santidad es el reflejo de la figura del único ser en el que la humanidad ha encontrado perfecto cumplimiento: Jesucristo.

La fiesta del 1 de noviembre hace memoria de Todos los Santos. ¿Por qué no volvemos los ojos a los santos para ser mejores personas? Merece la pena, porque la relación con Dios por Jesucristo, su Hijo, es la hipótesis de trabajo más adecuada para incrementar y realizar la unidad de la personalidad humana. Vivir el misterio de la comunión con Dios en Cristo nos enseña a ver las cosas a través del valor único, gracias al cual todos los juicios y decisiones tienen su origen en una única medida.

Pero hay que advertir que el santo es el hombre que más aguda y dramáticamente experimenta la fragilidad natural y la conciencia del pecado. Es lógico, porque el santo reconoce de dónde le viene la fuerza y la gracia. San Francisco de Sales decía: «¿Qué hay de extraño en que la debilidad sea débil?».

Los hombres y mujeres santos saben bien que solamente la compañía del Hijo de Dios, Jesús, que ha entrado en la historia junto a «los que el Padre le ha confiado», puede dar a la vida humana la capacidad de una realización adecuada a su destino. Para el santo, el amor a Cristo es el comportamiento más respetable y sorprendente.

Pero lo curioso es que lo que el santo desea no es la santidad como perfección, que le haga insuperable y alejado de los avatares humanos, sino la santidad como encuentro, apoyo, adhesión, ensimismamiento con Jesucristo. El encuentro con Cristo le da la certeza de una presencia cuya fuerza lo libera del mal y hace que su libertad sea capaz de hacer el bien. La santidad, por esta razón, no consiste en el hecho de que el hombre da todo, sino en el hecho de que el Señor toma todo. En consecuencia, la renuncia cristiana no es objeto de una elección. El santo no renuncia a algo por Cristo, sino que quiere a Cristo, quiere la llegada de Cristo de modo que su vida se empape visual y formalmente de Él: el misterio de Cristo, dice san Pablo en la Carta a los Efesios, nos ha «ensimismado».

«Si uno está en Cristo, entonces es una nueva criatura; el hombre antiguo ha pasado y el nuevo ha nacido». Nada expresa mejor la psicología del santo que lo que dice también el Apóstol: «Vivo yo: mas no yo; es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Por esta razón, a lo largo de la historia ha sido santo aquel o aquella que ha reconocido y ha vivido el misterio de Cristo «en su cuerpo, que es la Iglesia». No hay santos al margen de la Iglesia o viviendo contra ella. La Iglesia se muestra para ellos como un lugar maravilloso donde la verdadera humanidad, la que se ajusta al designio divino, se pone al alcance de todos, porque la vida de la Iglesia es el auténtico tesoro que ensombrece el valor de todo lo demás.