Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Conferencia

Centenario de la Asociación Vallisoletana de Ayuda a la Ancianidad y a la Infancia

Pobrezas del siglo XXI

25 de octubre de 2007


Publicado: BOA 2007, 429.


  • Introducción
  • 1. Pobreza en Valladolid
  • 2. Algunas consideraciones
  • 3. Soluciones a la pobreza

    Introducción

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    Permítanme introducir una cuestión que puede ayudar a comprender el título global de mi intervención: ¿Cómo entender que la Iglesia, por un lado, luche contra la pobreza, y se esfuerce por exhortar a sus hijos y a los poderes públicos y sociales para que se atienda a los pobres, y por otro, aconseje la pobreza e incluso a los consagrados les invite a hacer un voto o promesa de pobreza (junto con la castidad y la obediencia)? Intentemos aclarar todo esto.

    Lo primero que hay que decir es que en el Antiguo Testamento se encuentra, en efecto, una doble postura frente a los bienes económicos y la riqueza en general:

  • El Antiguo Testamento enseña la bondad fundamental de toda la creación y, en consecuencia, ve en el disfrute apacible de sus bienes una positiva bendición de Dios. Así se puede ver, por ejemplo, en las bendiciones de los patriarcas judíos, los hijos de Jacob, en Gn 49.
  • Pero ocurrirá muy pronto, con la instalación de Israel en la Tierra Prometida, que las riquezas se convertirán para los israelitas, como para los demás hombres y mujeres, en ocasión de una idolatría al mismo tiempo que de una injusticia de los muy dotados respecto a sus hermanos.
  • No es extraño encontrar en la literatura sapiencial que la pobreza se describa como una consecuencia negativa del ocio y de la falta de laboriosidad (cf. Pr 10,4), pero también como un hecho natural. Lo cual significa que los bienes económicos y la riqueza no son condenados en sí mismos, sino por su mal uso. De ahí las maldiciones pronunciadas por Isaías contra los que ponen su confianza en sus bienes (Is 5) y su afirmación, tomada del profeta Oseas, de que Dios va a retirar sus dones a los suyos para que le busquen de nuevo.

    La tradición profética rechaza las estafas, la usura, la explotación, las injusticias evidentes, especialmente con los más pobres (cf. Is 58,3-11; Jr 7,4-7: Os 4,1-2; Am 2,6-7). Esta tradición, si bien considera un mal la pobreza de los oprimidos, débiles e indigentes, también ve en la pobreza un símbolo de la situación del hombre delante de Dios: de Él viene todo bien como un don que hay que administrar y compartir. De ahí la figura de un profeta como Jeremías, que aparece como el que ha renunciado a todo para ser fiel a su Dios (cf. Jr 16), preparando de este modo la imagen del Siervo de Dios por excelencia (cf. parte II de Isaías), que no sólo es un pobre sino el oprobio de todo el pueblo. Se irá, pues, desarrollando en el Antiguo Testamento, sobre todo en el libro de los Salmos, una espiritualidad del pobre, representado como el creyente por excelencia, pues no puede sino confiar en el Señor.

    La pobreza que exaltó el judaísmo en tiempos de Jesús, que es la espera mesiánica, y que encarnó san Juan Bautista, el Precursor, es, pues, un desprendimiento voluntario con respecto a todas las cosas, a base de fe y para vivir por la fe en la Providencia. Lógicamente se vive así porque se cree en los bienes futuros, en la vida del siglo futuro: es la espiritualidad del desierto, es decir, del despojamiento y de la soledad con Dios. También Jesús, en conjunción con el anuncio del Reino de Dios, sobre todo en el Sermón de la Montaña, donde están sus Bienaventuranzas, ofrece un llamamiento a liberar ese Reino de los cielos de las potencias del mal, pues los suyos no se pueden mantener en esclavitud, conocido el apego idolátrico que tenemos a los bienes terrenos y a darles el corazón. Jesús nos abre, por el contrario, a la potencia regeneradora del agapé, del amor de Dios Padre.

    La pobreza, pues, cuando es aceptada o buscada con espíritu religioso, predispone al reconocimiento y la aceptación del orden de la creación; en esta perspectiva, el “rico” es aquel que pone su confianza en las cosas que posee más que en Dios, el hombre y la mujer que se hacen fuertes mediante las obras de sus manos y que confían sólo en esta fuerza. La pobreza se eleva a valor moral cuando se manifiesta como humilde disposición y apertura a Dios, confianza en Él. Estas actitudes hacen al ser humano capaz de reconocer lo relativo de los bienes económicos y de tratarlos como dones divinos que hay que administrar y compartir, porque la propiedad originaria de todos los bienes pertenece a Dios.

    Jesús, por lo tanto, asume toda la tradición del Antiguo Testamento sobre los bienes económicos, sobre la pobreza y la riqueza, pero para ello Cristo, infundiendo su Espíritu y cambiando los corazones, instaura el “Reino de Dios”, que hace posible una nueva convivencia en la justicia, en la fraternidad, en la solidaridad y en el compartir. Lo que decimos los cristianos es que el Reino inaugurado por Cristo perfecciona la bondad originaria de la creación y de la actividad humana, herida por el pecado. Todo hombre o mujer puede continuar la obra de Jesucristo con la ayuda de su Espíritu: hacer justicia a los pobres, liberar a los oprimidos, consolar a los afligidos, buscar activamente un nuevo orden social, en el que se ofrezcan soluciones adecuadas a la pobreza material y se contrarresten más eficazmente las fuerzas que obstaculizan los intentos de los más débiles para liberarse de una condición de miseria y esclavitud.

    1. Pobreza en Valladolid

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    Algunos datos nos están diciendo que existe pobreza en Valladolid: se dan 110 comidas diarias en el comedor junto al Calderón; las 45 plazas del albergue municipal se llenan; 120 personas van a desayunar cada día a Cáritas diocesana en la calle José María Lacort; vemos personas mendigando; leemos noticias en prensa de muertes llamativas; hay todavía algo de chabolismo y algunos casos llamativos de ancianos en situación precaria están a la vista.

    ¿A cuántas personas afecta esta pobreza? A personas de los grupos que antes hemos señalado: 740 personas en Valladolid cobran el IMI (ingreso mínimo de inserción); 440 personas están internas en Villanubla, no necesariamente todos procedentes de Valladolid. Podemos calcular que el 2% de la población vallisoletana vive en pobreza severa: unos 10.000, de los cuales 8000 en la capital. La tasa de desigualdad está cifrada en el 20%, lo cual implica entre 80.000 y 100.000 personas. ¿Cuántas personas cobran las pensiones no contributivas, o el paro de larga duración (mayores de 47 años)? No tenemos datos del todo precisos. Hay que contar también a las personas sin techo, sin hogar, o las que viven en habitaciones de alquiler, pensiones y casas de acogida.

    2. Algunas consideraciones

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    A. Pobreza en las sociedades desarrolladas

    ¿Por qué hay pobres en los países ricos? Primero, porque se nace en una familia pobre, con pocas posibilidades o con dificultades; en segundo lugar, porque existen problemas psicológicos que padecen los individuos; en tercer lugar, la precariedad prolongada incapacita un tanto a las personas para vivir una situación normal de trabajo, de estabilidad, de saber comprar, gastar, ahorrar, etc.; en cuarto lugar, por una desestructuración familiar y personal, que impide aprovechar las ocasiones que da la vida para salir de la precariedad.

    Por otro lado, en las sociedades desarrolladas las políticas sociales corrigen unos 16 puntos la situación de la pobreza, lo que hace bajar tanto la tasa de desigualdad como la de pobreza severa. Desde Cáritas Española se nos dice, sin embargo, que se da entre nosotros una tendencia a no corregir con rigor las desigualdades sociales y así vamos hacia una sociedad desigual.

    Pero la pobreza ¿se debe siempre a falta de medios económicos y a referencias a la subsistencia? En muchos casos, la pobreza se debe a privación de derechos o a no poder acceder al ejercicio de determinados derechos sociales, por ejemplo, lo que afecta a educación y sanidad. Educación y sanidad que, en mi opinión, tienen un excelente nivel entre nosotros.

    Pobreza y falta de derechos llevan con frecuencia a falta de identificación con el proyecto social y comunitario de la sociedad en que se vive. Estas personas sienten que la sociedad no es la suya, lo cual genera un déficit de legitimación democrático, tal vez en niveles no muy altos, pero que lleva consigo en esas personas pobreza y absentismo electoral y, por ello, no participación en el sistema democrático.

    Un trabajo legal no quiere decir que siempre genere los medios económicos suficientes para una existencia digna. Son trabajadores pobres aquellos que trabajando dentro de la legalidad no son capaces de obtener, sin embargo, unos recursos adecuados para vivir.

    Existe entre nosotros un peligro potencial, al vivir en una sociedad muy competitiva: el fracaso escolar. Este grave deterioro en los chicos que estudian, que alcanza hasta un 32%, habla por sí solo. Tenemos chicos con 19 años aprendiendo a multiplicar.

    Aparece, además, el problema de la vivienda, problema de nuestro tiempo, que en ocasiones es más problemático que el paro. Se puede hablar en estos momentos de tasa de exclusión residencial: un 22% de la población no podrán acceder a una vivienda digna. Una consecuencia del problema de la vivienda es que las ciudades, entre ellas Valladolid, producen el “efecto expulsión” de la misma ciudad, pues los pisos, aunque caros, son más baratos en el alfoz que en la ciudad.

    B. Pobreza e inmigración

    El boom de la inmigración es fenómeno muy reciente. Pero marroquíes y portugueses llegaron a España hace ya 25 años. La intensidad fuerte llega —especialmente desde 1999— con la llegada de búlgaros, rumanos, ecuatorianos y otros iberoamericanos, y norteafricanos con los subsaharianos. Piensen que se considera que hay en España 3,8 millones de inmigrantes, a los que hay que añadir 1,2 de inmigrantes irregulares (sin papeles). Esos 5 millones son justamente el doble de la población de Castilla y León.

    ¿Es realmente España un país pluricultural? Bueno, creo que no se pueden hacer afirmaciones rotundas en este campo. No es tan fácil esa multiculturalidad entre nosotros. Pienso que no se puede hablar de multiculturalidad, sino de intentos: queda mucho trecho por recorrer. Es preciso evitar el folclorismo, pues vemos que han aparecido conflictos en España que eran impensables hace 25 años.

    No hay que olvidar tampoco que la cultura dominante en nuestro mundo ha igualado mucho a personas de distintas procedencias, por ejemplo, entre los jóvenes. Hoy, en 2007, hay menos diferencia entre un chico ecuatoriano y un español que la que había en los años 50 entre un extremeño y un catalán. Pero las diferencias continúan, porque el problema de la integración y la interculturalidad es complejo.

    Los inmigrantes, ¿son pobres o delincuentes por el hecho de ser inmigrantes? Ni son pobres ni delincuentes. En general tienen necesidades de atención primaria en los primeros momentos de estancia entre nosotros; carecen de muchas cosas, pero es un colectivo que se puede afirmar que es agradecido y que se adapta. No me toca a mí juzgar sobre la política sobre inmigración de nuestro Gobierno. Son análisis en los que no tengo competencia.

    Lo que observo es que estos millones de inmigrantes tienen un papel en nuestra economía, pues hacen trabajos que los españoles de origen no hacemos en general. Y creo que si no fuera así no les hubiéramos dejado entrar o hubiéramos puesto muchos más impedimentos. En cualquier caso, repito que no quiero emitir juicios donde no debo hacerlo, pues puedo equivocarme.

    Déjenme que les diga algo respecto al mundo de las cárceles, que en tantas ocasiones es un verdadero drama. En nuestras cárceles hay un gran porcentaje de inmigrantes; también en ellas existen toxicómanos. Es preciso conocer un poco este mundo; no vale simplemente inhibirse, pues la situación de nuestras cárceles y la capacidad que tenemos para reinsertar a presos son un síntoma de cómo somos y estamos. De momento hemos sacado nuestras cárceles, casi en su totalidad, de las ciudades. Sin duda que hay muchos motivos para ello, pero no está ausente el deseo de que no molesten. Y eso no es bueno.

    C. Pobreza en el Tercer Mundo

    En todos estos temas de pobreza, cárceles, inmigrantes, toxicomanía, es preciso no olvidar las enormes desigualdades entre los diversos países de nuestro planeta, o entre países con un desarrollo económico y social y otros que no saben qué es esta realidad. También se habla de Tercer y Primer Mundo, o de mundialización/globalización de la economía. Yo no puedo entrar en todos los detalles de este enorme tema. Tampoco me considero apto para desarrollarlo. Pero si puedo afirmar algunas cosas, pues para eso han querido ustedes que les hable esta tarde, siendo el Obispo de esta Iglesia.

    No debemos olvidar que la violencia que en ocasiones vemos por los MCS, y que sucede tantas veces en los países del Sur o del Tercer Mundo no es casual: es la consecuencia del desmoronamiento de las estructuras estatales de esos países dependientes y del abandono de zonas enteras de nuestro mundo a la anarquía social. Esa violencia se produce porque la convivencia entre las personas está afectada seriamente por el hambre, la falta de futuro, de desarrollo, producida muchas veces por desequilibrios mundiales, gobiernos corruptos, indefensión de los más pobres...

    Está también el eterno problema de la deuda externa de los países pobres, que es también complejísimo, pero real. ¿Y qué me dicen ustedes de la política de las multinacionales farmacéuticas? que, por los precios altísimos, impiden el acceso a los medicamentos de tanta gente, dañando lógicamente su salud, pero también la garantía del derecho a la salud, que nos parece tan lógico en nuestro país.

    Ahí está también el acceso a la educación, que es uno de los Objetivos del Milenio fijado en los organismos internacionales, y por el cual están luchando las organizaciones católicas como Cáritas o Manos Unidas. Podíamos incluso hablar de la globalización del trabajo cualificado. ¿Dónde van los hombres y mujeres mejor preparados? Normalmente de los países con menos fuerza económica a los países más ricos, que pueden pagarlos. Lo cual tiene unas consecuencias negativas en dos vertientes: fuga de cerebros y abaratamiento del trabajo no cualificado en países como China, Indonesia, Corea del Sur y otros del Tercer Mundo con una mano de obra muy barata. Ustedes han oído hablar igualmente del calentamiento climático. Algunos piensan que se exagera, pero es una verdad incómoda para los países más industrializados. Pero hemos de hablar también de soluciones, no únicamente de problemas.

    En julio de 2007, el arzobispo Silvano Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas e Instituciones Internacionales, decía estas palabras durante la sesión del Consejo Económico Social de la ONU: «... si la comunidad internacional quiere lograr un desarrollo humano integral, debe seguir esforzándose en afrontar la situación de las personas que se hallan atrapadas por la pobreza y buscar nuevos modos y medios para liberarlas de sus consecuencias destructivas (...). La eliminación de la pobreza —continuó— requiere una integración entre los mecanismos que producen riquezas y los mecanismos para la distribución de sus beneficios a nivel internacional, regional y nacional (...)». Y señalaba este arzobispo: «Los proyectos de las instituciones multilaterales y países desarrollados para reducir la pobreza y mejorar el crecimiento en las regiones pobres (...) han hecho algún provecho, aunque limitado (...)»; de modo que «la eliminación de la pobreza es un compromiso moral». «Las diferentes religiones y culturas —concluyó— consideran este objetivo la tarea más importante porque libera a las personas de mucho sufrimiento y marginación, las ayuda a vivir juntas y en paz, y proporciona a los individuos y a las comunidades la libertad para proteger su dignidad y contribuir activamente en el bien común».

    3. Soluciones a la pobreza

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    Llegado este momento de soluciones contra la pobreza, no deseo largar un discurso moralizante o un sermón que les anime a luchar por erradicarla, hablando y hablando. Quisiera ser un poco práctico, sabiendo que la humanidad lleva luchando contra la pobreza, la marginación y la atención a los más necesitados desde que el mundo es mundo. ¿Podemos encontrar soluciones prácticas en Jesucristo?

    Jesucristo no da recetas; se dirige a cada persona de modo insistente y apremiante. Pero conociendo su persona, su vida y sus palabras, sí podemos saber por dónde ir, también en el momento actual (siglo XXI). La pobreza de miles de millones de hombres y mujeres es, sin duda, «la cuestión que, más que cualquier otra, interpela nuestra conciencia humana y cristiana» (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 14). La pobreza manifiesta un dramático problema, en efecto, de justicia: en definitiva, la pobreza, en sus diversas formas y consecuencias, se caracteriza por un crecimiento desigual y no reconoce a cada pueblo el «igual derecho a sentarse en la mesa del banquete común» (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 33).

    La lucha contra la pobreza encuentra una fuerte motivación en la opción preferencial de la Iglesia por los pobres, dijo Juan Pablo II en la conferencia de Puebla (28-1-1979). Me gustaría que muchos más cristianos, y también quienes no se sienten vinculados a la Iglesia, o se han alejado de ella, conocieran la riqueza de su enseñanza social, y como no se cansa de confirmar principios fundamentales como el destino universal de los bienes, el principio de solidaridad, que invita a todos a ponerse en acción contra la pobreza, y el principio de subsidiariedad, gracias al cual es posible estimular el espíritu de iniciativa, base fundamental de todo desarrollo socioeconómico en los mismos países pobres. Por cierto, a los pobres se les debe mirar «no como un problema, sino como los que pueden llegar a ser sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo» (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 14).

    Podemos hablar igualmente de una serie de principios cristianos sobre la vida económica, la riqueza y la pobreza. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento aparece cómo la disponibilidad de bienes materiales considerados necesarios es algo bueno; los bienes económicos y la riqueza no son condenados por sí mismos, sino por su mal uso. Por eso, a la luz de la Revelación de Dios, la actividad económica en su conjunto ha de considerarse y ejercerse como una respuesta agradecida a Dios. Pero la actividad económica y el progreso material deben ponerse al servicio del hombre y de la sociedad. Las riquezas, pues, realizan su función de servicio al ser humano cuando son destinadas a producir beneficios para los demás y para la sociedad, porque la riqueza existe para ser compartida.

    La Doctrina Social de la Iglesia insiste en que la economía debe tener una connotación moral; es necesario así que actividad económica y comportamiento moral se compenetren y no estén separados, porque la dimensión moral de la economía hace entender que la eficiencia económica y la promoción de un desarrollo solidario de la humanidad han de ir unidos. De lo contrario, un capitalismo salvaje irá en contra del ser humano, como ocurre tantas veces en nuestro mundo globalizado. Se puede entender un capitalismo que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, o de la economía de mercado, de la propiedad privada, de la responsabilidad de los medios productivos, de la libre creatividad de los hombres y mujeres en una economía libre, pero ese capitalismo se puede desarrollar también sin ponerse al servicio del bien común y de la libertad humana, creando injusticias.

    Será legítima la justa función del beneficio de las empresas, para que funcionen bien, lejos de un colectivismo inane, pero ese beneficio hay que conjugarle con la irrenunciable tutela de la dignidad de las personas que trabajan en esas empresas. El justo beneficio es aceptable, la usura o la ley del más fuerte no valen. Es bueno el papel del empresario y del dirigente, pero ellos no pueden tener en cuenta exclusivamente el objetivo económico de la empresa. Hay otros ámbitos de la vida humana que hay que tener en cuenta, sobre todo la familia, horarios humanos, trabajo de la mujer y el hombre, y vida familiar.

    Es bueno el libre mercado, como instrumento insustituible de regulación, pero se necesita sujetarlo a finalidades morales que aseguren que el libre mercado no es todo: por encima está la dignidad de la persona, que ha de respetarse en esas leyes de mercado, que ha de regular el Estado, quien ha de definir un marco jurídico apto para regular las relaciones económicas. Es importante también el ahorro y el consumo equilibrado.

    Los principios de la Doctrina Social de la Iglesia pueden, sin duda, ayudar mucho en estos temas, donde se juega la pobreza y la riqueza de los hombres y mujeres de nuestro mundo. Piensen en el tema del bien común de toda la vida social; en el destino universal de los bienes y la propiedad privada, que han de complementarse para evitar desajustes insoportables; o en la opción preferencial por los pobres, pues la miseria humana es el signo evidente de esa condición de debilidad del ser humano; hay que pensar también en la participación democrática y su incidencia en una buena economía. La Doctrina Social de la Iglesia nos indica igualmente la necesidad de aplicar la verdad, la justicia y la libertad. Y está la vía de la caridad que presupone pero que trasciende la justicia.

    Todos estos principios son muy válidos, qué duda cabe, y aplicarlos adecuadamente significaría un enorme cambio en nuestro mundo, para nivelar y así luchar contra la pobreza. Pero los principios son verdades que deben ser vividas por personas concretas, pues si el sujeto no está sano, los principios no valen por sí mismos. Por esta razón, prefiero acabar mis palabras, y no cansarles más, indicando dos cosas: la necesidad, sí, de conocer la Doctrina Social de la Iglesia y su Compendio , que es un estupendo instrumento; y citar una homilía preciosa de Benedicto XVI el domingo 23-9-2007 en la plaza de la catedral de Velletri (Italia), que muestra que Jesús no empieza por los principios al enseñar, sino dirigiéndose a la persona concreta en su situación real. He aquí las palabras del Papa:

    «Queridos hermanos y hermanas, sé que os habéis preparado para mi visita con un intenso camino espiritual, adoptando como lema un versículo muy significativo de 1 Jn: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en Él” (1Jn 4,16). Deus caritas est, Dios es amor: con estas palabras comienza mi primera encíclica , que atañe al centro de nuestra fe: la imagen cristiana de Dios y la consiguiente imagen del hombre y su camino. (...) Hemos conocido el amor: ésta es la esencia del cristianismo (...), hace que el creyente y la comunidad cristiana sean fermento de esperanza y de paz en todas partes, prestando atención en especial a las necesidades de los pobres y desamparados. Esta es nuestra misión común: ser fermento de esperanza y de paz porque creemos en el amor. El amor hace vivir a la Iglesia, y puesto que es eterno, la hace vivir siempre, hasta el final de los tiempos.

    En los domingos pasados, san Lucas, el evangelista que más se preocupa de mostrar el amor que Jesús siente por los pobres, nos ha ofrecido varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación, y amar a Dios y a los hermanos.

    También hoy, con una parábola que suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba (cf. Lc 16,1-13), analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria: habla de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: “El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido” (Lc 16,8).

    Pero, ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión sorprendente? Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de la tierra. Son pequeñas frases que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior constante.

    En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: “Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso al segundo”. En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse: “no podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13). La palabra que usa para decir dinero, mammona, es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.

    Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y mammona; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos».