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Mensaje

XCIV Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2008

Los jóvenes migrantes

13 de enero de 2008


Temas: migración y juventud (educación y evangelización).

Web oficial: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/migration/documents/hf_ben-xvi_mes_20071018_world-migrants-day_sp.html

Publicado: BOA 2007, 459.


Queridos hermanos y hermanas:

El tema de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado invita este año a reflexionar en particular sobre los jóvenes migrantes. En efecto, las noticias diarias hablan con frecuencia de ellos. El gran proceso de globalización del mundo lleva consigo una necesidad de movilidad que impulsa también a muchos jóvenes a emigrar y a vivir lejos de sus familias y de sus países. Como consecuencia de esto, los jóvenes dotados de los mejores recursos intelectuales abandonan a menudo sus países de origen, mientras que en los países que reciben a los migrantes rigen normas que dificultan su integración efectiva. De hecho, el fenómeno de la emigración está siempre expandiéndose y alcanza a un número creciente de personas de todas las condiciones sociales. Por consiguiente, con razón, las instituciones públicas, las organizaciones humanitarias y también la Iglesia católica dedican muchos de sus recursos a atender a estas personas en dificultad.

Los jóvenes migrantes están particularmente afectados por la problemática de la denominada «dificultad de la doble pertenencia»: por un lado, sienten fuertemente la necesidad de no perder su cultura de origen, mientras, por el otro, surge en ellos el deseo comprensible de insertarse orgánicamente en la sociedad que los acoge, sin que esto, no obstante, implique una asimilación completa y la consiguiente pérdida de sus tradiciones ancestrales. Entre esa juventud están las jóvenes, más fácilmente víctimas de la explotación, de chantajes morales e incluso de toda clase de abusos. ¿Qué decir de los adolescentes, de los menores no acompañados, que constituyen una categoría en peligro entre los que solicitan asilo? Estos chicos y chicas terminan con frecuencia en la calle, abandonados a sí mismos y víctimas de explotadores sin escrúpulos que, más de una vez, los hacen objeto de violencia física, moral y sexual.

Si observamos más de cerca el sector de los migrantes forzosos, de los refugiados y de las víctimas del tráfico de seres humanos, encontramos también, desafortunadamente, muchos niños y adolescentes. A este respecto, es imposible callar ante las imágenes desgarradoras de los grandes campos de refugiados existentes en distintas partes del mundo. ¿Cómo no pensar que esas pequeñas criaturas han llegado al mundo con las mismas legítimas esperanzas de felicidad que el resto? Y al mismo tiempo, ¿cómo no recordar que la infancia y la adolescencia son fases de importancia fundamental para el desarrollo del hombre y de la mujer, y requieren estabilidad, serenidad y seguridad? Estos niños y adolescentes han tenido como única experiencia de vida los “campos” de los que no pueden salir, donde se hallan segregados, lejos de los lugares habitados y sin la posibilidad de ir a la escuela con normalidad. ¿Cómo pueden mirar con confianza hacia su propio futuro? Aunque es cierto que se está haciendo mucho por ellos, es necesario dedicarles mucha más ayuda, mediante la creación de estructuras de acogida y de formación adecuadas.

Desde esta perspectiva, precisamente, se plantea la siguiente pregunta: ¿cómo responder a las expectativas de los jóvenes migrantes? ¿Qué hacer para satisfacerlas? Desde luego, hay que contar, en primer lugar, con el apoyo de la familia y la escuela. Pero, ¡qué complejas son las situaciones y qué numerosas las dificultades que encuentran estos jóvenes en sus contextos familiar y escolar! En las familias se han olvidado los papeles tradicionales que existían en los países de origen y se produce con frecuencia un choque entre los padres, que han permanecido ligados a la cultura propia, y los hijos, aculturados con gran rapidez en los nuevos contextos sociales. No hay que descuidar, sin embargo, el esfuerzo que los jóvenes deben realizar para integrarse en los sistemas educativos vigentes en los países que los acogen. El mismo sistema escolar, por tanto, debería tener en cuenta su situación y prever itinerarios formativos específicos de integración para los jóvenes inmigrados, adaptados a sus necesidades. Será muy importante, también, tratar de crear en las aulas un clima de respeto mutuo y diálogo entre todos los alumnos, sobre la base de los principios y valores universales que son comunes a todas las culturas. El empeño de todos -docentes, familias y estudiantes- contribuirá, ciertamente, a ayudar a los jóvenes migrantes a afrontar del mejor modo posible el desafío de la integración y les dará la posibilidad de adquirir todo lo que pueda ser provechoso para su formación humana, cultural y profesional. Esto vale aún más para los jóvenes refugiados, para los que habrá que preparar programas adecuados, tanto en el ámbito escolar como en el laboral, con el objeto de garantizarles su preparación, proporcionándoles las bases necesarias para una integración correcta en el nuevo mundo social, cultural y profesional.

La Iglesia contempla con especial atención el mundo de los migrantes y pide a los que han recibido una formación cristiana en sus países de origen que hagan fructificar ese patrimonio de fe y de valores evangélicos para que se pueda dar un testimonio coherente en los distintos contextos existenciales. Por esto, precisamente, invito a las comunidades eclesiales de llegada a que acojan cordialmente a los jóvenes y a los niños con sus padres, tratando de comprender sus vicisitudes y de favorecer su integración.

Existe, además, entre los migrantes, como ya escribí en el Mensaje del año pasado , una categoría que se ha de tener especialmente en cuenta: la de los estudiantes de otros países que, por motivos de estudio, se encuentran lejos de casa. Su número aumenta continuamente; son jóvenes que necesitan una pastoral específica porque no sólo son estudiantes, como todos, sino también migrantes temporales. A menudo se sienten solos, presionados por el estudio, y a veces también por las dificultades económicas. La Iglesia, con solicitud maternal, los mira con afecto y procura realizar intervenciones específicas, pastorales y sociales, que tengan en cuenta los grandes recursos de su juventud. Es preciso, igualmente, ayudarles a abrirse al dinamismo de la interculturalidad, enriqueciéndose al estar en contacto con otros estudiantes de culturas y religiones distintas. Para los jóvenes cristianos, esta experiencia de estudio y de formación puede ser un campo útil para madurar su fe, estimulada a abrirse a ese universalismo que es elemento constitutivo de la Iglesia católica.

Queridos jóvenes migrantes: preparaos para construir con el resto de jóvenes una sociedad más justa y fraterna, cumpliendo escrupulosamente y con seriedad vuestros deberes con vuestras familias y con el Estado. Respetad las leyes y no os dejéis llevar nunca por el odio y la violencia. Procurad, más bien, ser protagonistas, desde ahora, de un mundo donde reinen la comprensión y la solidaridad, la justicia y la paz. Os pido en particular a vosotros, jóvenes creyentes, que aprovechéis vuestro periodo de estudios para crecer en el conocimiento y el amor a Cristo. Jesús quiere que seáis verdaderos amigos suyos, y para ello es necesario que cultivéis constantemente una íntima relación con Él en la oración y en la dócil escucha de su Palabra. Él quiere que seáis sus testigos y por eso es preciso que os comprometáis a vivir con valor el Evangelio, traduciéndolo en gestos concretos de amor a Dios y de servicio generoso a los hermanos. La Iglesia también os necesita y cuenta con vuestra aportación. Podéis desarrollar un papel providencial en el contexto actual de la evangelización. Originarios de culturas distintas, pero unidos todos por la pertenencia a la única Iglesia de Cristo, podéis demostrar que el Evangelio está vivo y es adecuado para todas las situaciones; es un mensaje antiguo y siempre nuevo; Palabra de esperanza y de salvación para los hombres de todas las razas y culturas, de todas las edades y de todas las épocas.

A María, Madre de toda la humanidad, y a José, su castísimo esposo, ambos refugiados con Jesús en Egipto, les encomiendo cada uno de vosotros, vuestras familias, los que trabajan de distintos modos en vuestro amplio mundo de jóvenes migrantes, los voluntarios y los agentes de pastoral que os acompañan con su disponibilidad y su apoyo de amigos.

Que el Señor esté siempre cerca de vosotros y de vuestras familias, para que, juntos, podáis superar los obstáculos y las dificultades materiales y espirituales que encontréis en vuestro camino. Acompaño estos deseos con una especial Bendición Apostólica para cada uno de vosotros y para vuestros seres queridos.

Vaticano, 18 de octubre de 2007.