Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Desafíos para la fe

11 de noviembre de 2007


Publicado: BOA 2007, 493.


En ocasiones, los desafíos son momentos que crean oportunidades que Dios nos concede. Por ejemplo, España se ha acercado mucho al llamado modelo de vida europeo. Con esa expresión se alude a un orden social que combina eficacia económica con justicia social, pluralismo político con tolerancia, liberalidad con apertura. Cosas todas buenas, pero que representan un gran desafío para la economía y la política: que el desarrollo económico y social no se realice a expensas de los países más pobres, de las personas más pobres, y que no vaya en detrimento de las futuras generaciones. Y los católicos debemos ser los que primero demos ejemplo en este ámbito.

Se viven en nuestros ambientes europeos restricciones de la filosofía, de la ciencia y también de la fe; se llega a la degradación del ser humano mediante un materialismo teórico y práctico, y la tolerancia se ha convertido muchas veces en indiferencia a valores permanentes. Este es un desafío formidable, pero no podemos olvidar que significa también una oportunidad de mostrar la fuerza de nuestra fe, a no ser que nosotros seamos los primeros que caigamos en esos riesgos porque participamos de lleno en esa mentalidad.

Fue en Europa donde se formuló por primera vez la noción de derechos humanos. El derecho fundamental, el presupuesto de los demás derechos, es el derecho a la vida misma, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. He aquí un desafío formidable, pero una oportunidad que se convierte en «signo de los tiempos» si sabemos vivir la vida como don y no como estorbo. Decía Benedicto XVI a las autoridades en su reciente viaje a Austria que «al afirmar esto, no expreso solamente una preocupación de la Iglesia. Más bien, quiero actuar como abogado de una petición profundamente humana y portavoz de los niños por nacer, que no tienen voz. No cierro los ojos ante los problemas y los conflictos que experimentan muchas mujeres, y soy consciente de que la credibilidad de mis palabras depende también de lo que la Iglesia misma hace para ayudar a las mujeres que atraviesan dificultades».

Es necesario que los líderes políticos no permitan que los hijos sean considerados una enfermedad, cuando ya han permitido que el aborto sea considerado un derecho humano. Pero es preciso que no lo consideremos nosotros, los católicos, numéricamente mayoría, pero con brazos caídos. Lo mismo ha de decirse acerca del debate en torno a lo que se ha llamado «ayuda activa a morir». ¿Participamos nosotros de esa misma mentalidad? La respuesta adecuada al sufrimiento del final de la vida es una atención amorosa y el acompañamiento hacia la muerte —especialmente con la ayuda de los cuidados paliativos— y no la ayuda activa a morir. Demos ejemplo los católicos y verán que ese comportamiento nuestro hace posibles otras salidas a estos problemas.

Muchos más desafíos podríamos indicar. Pero no quiero abrumar, sino animar a que en la vida diaria, en los entornos en los que vivimos, estemos activos, dialogando y mostrando que entre fe, verdad y razón hay una correspondencia sustancial y no oposición. La convicción de fondo de la vida cristiana es: «En el principio estaba el Logos/la Palabra», es decir, en el origen de todas las cosas está la Razón creadora de Dios, que decidió comunicarse a nosotros, los seres humanos.