Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Día de la Iglesia Diocesana 2007

Iglesia diocesana

18 de noviembre de 2007


Publicado: BOA 2007, 494.


Hace ya algunos años que en el tercer domingo de noviembre la celebración del Día del Señor se colorea con la reflexión y la vivencia de lo que es la Iglesia en sí, y, en concreto, la Iglesia Diocesana. Tiene importancia grande que los católicos sepamos lo que somos y de qué modo formamos parte de la Iglesia. Sigo constatando que muchos católicos, incluso entusiastas, cuando hablan de la Iglesia, desconocen lo que ésta es y lo que son ellos como miembros de la comunidad fundada por Jesucristo, y se refieren a la Iglesia teniendo en mente siempre curas y obispos. Caen en la trampa que tiende la cultura dominante.

Pero, ¿por qué es tan importante saberse y sentirse Iglesia? ¿Acaso no es ésta una mera institución que nos queda lejos y poco tiene que ver incluso con nuestros sentimientos religiosos, que nosotros manejamos a nuestro antojo? Para responder a estas preguntas, es preciso antes contestar a otra: ¿Por qué pertenezco a la Iglesia? Hace ya mucho tiempo que el teólogo Joseph Ratzinger abordaba este tema. Aprovechemos su claridad de mente.

Es bueno pensar en la Iglesia católica comparándola con la luna: por la relación luna-mujer (madre), pero sobre todo por el hecho de que la luna no tiene luz propia, sino que la recibe del sol, sin el cual sería oscuridad completa. La luna, en efecto, resplandece, pero su luz no es suya, sino de otro: la luna es en sí y por sí misma desierto, arena y rocas. Sin embargo, es también luz. ¿No es ésta una imagen exacta de la Iglesia, incluso después de los vuelos espaciales?

Quien explora la Iglesia y la excava con la sonda espacial, como a la luna, descubrirá sólo desierto, arena y piedras, las debilidades del hombre y la mujer y su historia. Pero el hecho decisivo es que la Iglesia, aunque tenga arena y rocas, es también luz en virtud de otro, del Señor. Y yo estoy en la Iglesia porque creo que, hoy como ayer, e independientemente de nosotros, detrás de nuestra Iglesia vive su Iglesia y no puedo estar cerca de Cristo si no es permaneciendo en su Iglesia. Yo estoy en la Iglesia porque a pesar de todo creo que no es en el fondo nuestra, sino suya.

La Iglesia es la que, a pesar de todas las debilidades humanas existentes en ella, nos da a Jesucristo; solamente por medio de ella puedo yo recibirlo como una presencia viva y poderosa, aquí y ahora. Y sin la Iglesia, Cristo se evapora, se desmenuza, se anula. Y, ¿qué sería de la humanidad privada de Cristo?

Por otro lado, no se puede creer en solitario. La fe es posible en comunión con otros creyentes. La fe por su misma naturaleza es fuerza que une. Así que o esta fe es eclesial o no es tal fe. El teólogo Joseph Ratzinger afirma: «Yo permanezco en la Iglesia porque creo que la fe, realizable solamente en ella y nunca contra ella, es una verdadera necesidad para el ser humano y para el mundo. Permanezco en la Iglesia porque únicamente la fe de la Iglesia salva al hombre».

En este mundo, el dolor no se deriva sólo de la desigualdad en las riquezas y en el poder. Se nos quiere hacer creer que se puede llegar a ser hombre y mujer sin dominio de sí, sin la paciencia de la renuncia y la fatiga de la superación; que no es necesario el sacrificio de mantener los compromisos aceptados, ni el esfuerzo para sufrir con paciencia la impaciencia de lo que se debería ser y lo que efectivamente se es. Solamente así el hombre llegará a ser libre. Todas las demás ofertas a mejor precio están destinadas al fracaso. Para esto existe también la Iglesia. Pregúntate si puede ser de otro modo.