{\sc Arzobispo} \\ Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Homilía

Beatificación de 498 mártires del siglo XX en España

Misa de Acción de Gracias por los doce mártires nacidos en la Archidiócesis de Valladolid

18 de noviembre de 2007


Publicado: BOA 2007, 505.


\documentclass[a4paper, 12pt]{article} \usepackage{larva} \usepackage{charter} \usepackage{titlesec} \usepackage{amssymb} % Para \blacksquare \titleformat{\section}{\centering \Large \color{blue} \bf}{}{0mm}{} %\setlength{\parindent}{0mm} \setlength{\parskip}{2mm} %\hyperbaseurl{http://www.archivalladolid.org/} % agenda.php?DI= . date ('Y-m-d') . \&Evento=} % \includegraphics[width=0.15\textwidth]{../arzobispado.jpg} \begin{document}

Un saludo cordial a cuantos estáis en la Catedral en este domingo, día del Señor, para celebrar la obra de la salvación realizada por Cristo en su Misterio Pascual y reconocer el testimonio de vida de nuestros mártires, beatificados en Roma el 28 de octubre pasado . Deseo saludar de manera especial a los familiares y paisanos de estos testigos del Señor, de Zaratán, Rábano, Melgar de Abajo, Bercero, Mayorga, Fuensaldaña y la ciudad de Valladolid. También a las familias religiosas de estos hermanos nuestros: agustinos, salesianos, carmelitas y dominicos.

Los que estuvimos en la plaza de san Pedro esa mañana del 28 de octubre escuchamos las sencillas palabras del Papa pronunciadas por el cardenal Saraiva Martins: «Acogiendo los deseos de nuestros hermanos obispos, en virtud de nuestra autoridad apostólica, otorgamos la facultad, a saber, que los Venerables Siervos de Dios (...), que en España durante el siglo XX derramaron su sangre por dar testimonio del Evangelio de Jesucristo, en adelante se llamen con el nombre de Beatos y su fiesta pueda celebrarse anualmente el día 6 de noviembre en los lugares y modos establecidos por el derecho. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén».

Allí aplaudimos con fuerza y emoción, porque ellos supieron sellar con un pacto de sangre su amor a Cristo y a la Iglesia; vencieron muriendo y murieron amando y perdonando. No es correcto decir que los mataron en guerra, porque ellos nunca lucharon en los campos de batalla, pues no estaban en guerra con nadie ni hicieron la guerra contra nadie. Eran hombres y mujeres de paz, que trabajaban por la paz, que vivían en paz y que nunca hicieron nada para alterar la pacífica convivencia ciudadana.

No ocultamos que murieron en un tiempo en el que en España muchos murieron injustamente, de enfrentamiento entre hermanos, en episodios tristes que nunca quisiéramos que volvieran, para que los que piensan o viven de manera distinta no sean considerados nunca más en nuestra Patria enemigos a abatir, cuando tengamos diferentes maneras de encarar la vida y la cosa pública. Pero estos mártires no fueron militantes de partidos políticos beligerantes, sino que desarrollaban su vida y su actividad en noviciados, escuelas, colegios, hospitales, parroquias, asilos, leproserías, etc., es decir, una labor social inmensa. Y su vida quedó truncada brutalmente por ser católicos, por su fe.

Los mártires son sencillamente testigos de la fe y del amor. Y ante nuestra generación de cristianos, ellos testimonian la firmeza en la fe, y en las convicciones, hasta dar la vida, porque tantas veces estamos también nosotros participando de un relativismo general respecto a la verdad, de un vacío de valores fuerte. Frente al individualismo, las divisiones, discordias, antagonismos y violencia de aquella sociedad española, pero que no están ausentes en la nuestra, los mártires escogieron no provocarlos, sino perdonar a los verdugos y dar la vida; testimoniaron la verdad, no trataron de imponerla con actitudes intolerantes o fundamentalistas; en definitiva, supieron dar la vida con la convicción de que «la victoria de la verdad es el amor» (san Agustín, Sermón 358,11).

Nosotros, Iglesia de Valladolid, presentamos en esta tarde a los mártires como testimonio de la fe y ejemplo de reconciliación. En realidad se trata de una forma de evangelizar, no de recriminar o condenar a nadie, sino de mostrar la fe y la categoría humana de nuestros mártires en su seguimiento de Jesucristo y en su adhesión al Evangelio, así como su actitud de paz y no violencia: prefirieron morir antes que acrecentar la división y la discordia. Ser declarado beato no es, pues, un homenaje a determinadas personas. Presentarlos ahora como beatos públicamente nada tiene que ver con revanchas, oportunismos y otras acusaciones que se nos han hecho a la Iglesia y, en concreto, a sus obispos en España. ¡Pero si ellos no fueron enemigos de nadie, y pueden ser considerados como signos de esperanza, modelos para nosotros en la forma de vivir un Evangelio no aguado o light, que nos recuerde cómo amó Jesucristo!

Ellos han conseguido lo que decía Jesús del que se preciara ser discípulo suyo: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14). ¿Y vamos a ocultar su luz? ¡Si en ellos no hay ambigüedades ni adherencias, sino la pura afirmación del único señorío de Cristo! He leído no hace mucho algo sobre los mártires que me llamó la atención: en las historias concretas de estos hombres y mujeres queda siempre un punto de misterio indescifrable para los cálculos humanos de ayer y de hoy. Son gentes frágiles, con limitaciones y pecados —alguno dice tener miedo a morir—, pero a la hora de la verdad no quisieron anteponer sus legítimos proyectos a proclamar su amor incondicional a Jesús. Humanamente es imposible explicar estos hechos.

Así que prefiero volverme a la tradición cristiana y beber en ella la sabiduría que explica la vida de estos nuestros mártires. Ellos, y los santos en general, no son ciertamente una suplencia y menos un desplazamiento de lo que de suyo es único: Jesucristo, su Persona y su Palabra. Pero tienen una función que la tradición cristiana siempre ha reconocido en ellos: la intercesión y la ejemplaridad; así tenemos que vivir, siendo santos. Pero tenemos muy mala memoria y olvidamos lo que no debiéramos olvidar. Padecemos también de lentitud en el seguimiento de Cristo. Y eso que hemos oído muchas veces que siendo sus amigos encontramos la felicidad, pero lo olvidamos o no lo ponemos en práctica. Y el Espíritu prometido por Jesús nos viene a contar de nuevo con la vida y el ejemplo de los mártires esas viejas palabras, esas cosas ya escuchadas, y que a fuerza de no vivirlas o descuidarlas, terminamos por olvidarlas.

Por eso hemos de hacer memoria de los mártires en la Iglesia. El término «recordar» es muy hermoso, porque significa sencillamente ‘volver a pasar por el corazón’. Y aquí radica la belleza de este gesto: que el Señor nos acompaña con el regalo de la vida y de la muerte de sus mártires, porque en la luz que ellos son descubrimos la hermosa luz que los alumbra y nos alumbra, y en el consuelo de sus palabras y obras reconocemos la sabiduría que los alienta y nos alienta. No son, pues, desplazamiento ni alternativa de Jesús, sino ocasión de reconocerle a Él. Ya uno de los primeros escritos cristianos, la Didajé, se lo decía a aquellos cristianos: «Cada mañana buscarás el rostro de los santos para encontrar consuelo en sus palabras».

Pero, ¿no nos basta con Jesucristo, el Mediador, el único Salvador, el Hijo de Dios? ¡Ah, qué poco entendemos en ocasiones! Consideremos este caso que sucede cada día: decimos que los tiempos están tan malos que hoy es imposible ser buen cristiano. Y nos lo creemos haciendo de este pensamiento una excusa o coartada para no hacer nada que cambie el panorama. Y hasta nos gustaría que nadie fuera verdadero discípulo de Jesús hoy, es decir, santo o santa, para concluir: «Lo veis, es imposible lo que nos manda el Evangelio». ¡Pues no! Jesucristo nos espabila con los santos, con los mártires, para decirnos: «Es posible el Reino de mi Padre que traje conmigo, se puede aceptar la invitación del banquete del Reino y no poner excusas de que has comprado un campo, unas juntas de bueyes o te has casado para no ir a la invitación de Dios. Ahí tienes a estas y estos siervos míos que te están diciendo que se puede triunfar y vivir como hombres y mujeres nuevos, nacidos a la vida en la iniciación cristiana».

Con los mártires, además, no se trata de fijarse en una simple respuesta que una persona da a Dios privadamente, sino que esa fidelidad hasta la muerte siempre tiene unas consecuencias públicas, sociales, eclesiales. ¿O acaso la vida plena de santa Teresa, de san Agustín, de santo Domingo, de san Juan Bosco, de san Juan de la Cruz o de cualquier santo no ha influido en la sociedad en que vivieron? ¿Se quedó su vida encerrada en las tapias de sus casas o de su época? No, en absoluto.

¿Y no será que el ejemplo de estos mártires nos está diciendo que siempre que la vida eclesial está en peligro de perder su fuerza, porque no se vive el espíritu, sino la letra, aparecen estos heraldos de Dios, que nos hablan en su nombre, como profetas? Pensemos, hermanos. Decía un teólogo muy importante del siglo XX que un santo, un mártir, por tanto, es siempre como una nueva interpretación, un enriquecimiento de la doctrina de Cristo, que indica nuevos rasgos hasta entonces poco considerados. No serán tal vez todos nuestros mártires doctos teólogos, pero su existencia sí contiene una doctrina verdadera y viva, dada por el Espíritu Santo a su Iglesia. Son, en definitiva, “evangelio viviente”.

«Danos, Señor, la gracia y la alegría de la conversión / para asumir la exigencias de la fe; / ayúdanos, por su intercesión (de los mártires del siglo XX en España), / y por la de María, Reina de los mártires, / a ser siempre artífices de reconciliación en la sociedad y / a promover una viva comunión / entre los miembros de tu Iglesia en España; / enséñanos a comprometernos, con nuestros pastores, / en la nueva evangelización / haciendo de nuestras vidas / testimonios eficaces del amor a Ti y a los hermanos. / Te lo pedimos por Jesucristo, / el Testigo fiel y veraz, / que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén». (LXXXIX Asamblea Plenaria de la CEE, Mensaje con motivo de la beatificación de 498 mártires del siglo XX en España) .