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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Como en los días de Noé

2 de diciembre de 2007


Publicado: BOA 2007, 497.


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«Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras». Así se abre la oración inicial que da paso al tiempo litúrgico del Adviento, palabra que significa ‘venida’. Es Cristo quien viene y hay que salir a su encuentro. Pero, ¿acaso puede suceder esta venida de Cristo hoy? Normalmente, en la vida cotidiana, los acontecimientos acaecen con un ritmo casi fijo, de la mañana a la noche; pero también cada día sucede alguna cosa agradable o desagradable, que es imprevista e inesperada.

¿Cómo ve Dios todas estas posibilidades? Decimos que Él dirige el curso del mundo, en un ritmo normal, pero debemos pensar que este ritmo no tiene por qué ser mecánico. El mundo no es solo una máquina que corre: es un campo de trabajo, donde se encuentran personas libres que crean relaciones mutuas y con Dios, porque así lo quieren.

Ante los imprevistos, no todos los hombres reaccionan igual. Unos ven por todas partes fuerzas malignas y adversas contra las cuales el ser humano es impotente; otros piensan en el destino, creen en él: todo está predestinado. Conclusión: «vive como estás viviendo, la muerte vendrá a la hora señalada; aprovecha, pues, el tiempo mientras puedas». ¿Cuál debe ser la actitud de los cristianos en este contexto? Creer en el destino es contrario a la fe en Dios; también lo es pensar que no nos puede ocurrir jamás nada malo. Hay que velar, mirar de otro modo. Ninguno sabe lo que le ocurrirá mañana. Sin embargo, el creyente está convencido de que Alguien lo conduce por un camino seguro al encuentro definitivo con todos y todo, incluso aunque en ocasiones parezca que todo está perdido.

Por tanto, nuestra vida está bajo el signo del Adviento, es decir, de aquello que debe venir o, mejor, de Aquel que debe venir. Nosotros hablamos de la primera y de la última venida de Cristo. La primera sucedió al comienzo de nuestra era; la segunda será el fin del mundo, pero ambas son momentos culminantes y determinantes de la historia del mundo. Así es, en efecto, puesto que la primera venida de Jesús la conmemoramos en Navidad; la segunda también y, de esta manera, se anticipa de algún modo. ¿Cómo es posible? Porque creemos que en este tiempo de la Iglesia podemos encontrarnos con Cristo, el Resucitado, Señor del tiempo y de la historia. Dios, que vino progresivamente, viene de modo definitivo en Cristo, y el encuentro con Él en la Liturgia de la Iglesia da sentido a nuestra vida.

Debemos pedir, en tiempo de Adviento, que la atracción ejercida por Cristo se haga sentir de una manera cada vez más fuerte y ayude a todos los pueblos a buscar de verdad la paz con empeño generoso. Debemos ser capaces de acoger la venida del Señor en este tiempo de Adviento. Él viene como reconciliador, como dador de paz. Viene a enseñarnos los caminos de Dios, para hacernos conocer la voluntad del Padre, una voluntad muy positiva, de salvación, de paz, de justicia y de amor. Si sólo concebimos Navidad como fiesta social, tradicional, de regalos y grandes comidas, no alcanzaremos a ver su riqueza ni conseguiremos la alegría que proporciona.