Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

Navidad

23 de diciembre de 2007


Publicado: BOA 2007, 502.


En la medianoche del 24 al 25 de diciembre, los cristianos celebramos ya la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, que es verdaderamente hombre. Ese es el contenido de esta fiesta. Todos los días y en todo momento la venida de nuestro Señor y Salvador, nacido de una madre virgen, seduce el alma de los fieles que reflexionan sobre las cosas de Dios. Pero nada acapara nuestra atención tan constantemente y con tanta fe y alegría como este misterio: Dios, hijo de Dios, engendrado desde la eternidad por el Padre y a la vez nacido de un alumbramiento humano. Hoy debemos contemplar de forma especial este nacimiento, que ha de ser objeto de adoración en el cielo y la tierra.

Nos apena y mucho que tantos den a la Navidad otro sentido muy diferente, ocultando su sencillez y su alegría humilde, que da paso a un deseo de fraternidad y acogimiento entre nosotros, porque Él nace para todos. Nos entristece, además, que la Navidad sea ocasión de escándalo y gasto innecesario y que hagamos sufrir a los más pobres, que apenas tienen lo imprescindible para vivir, derrochando lo que valdría para socorrer necesidades; todo lo cual es una injusticia.

Pero no podemos ocultar que la fiesta de este día de Navidad renueva en nosotros la venida al mundo de Jesús, nacido de la Virgen María. Y es que, mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, celebramos a la vez nuestros propios orígenes. El nacimiento de Cristo constituye, en efecto, el origen del pueblo cristiano, y el aniversario del nacimiento de la cabeza (Cristo) es también el aniversario del cuerpo (la Iglesia).

Quiero fijarme en que Jesús no nace simplemente: nace en una familia. Lo expresa bien una sencilla poesía de autor desconocido: «Entre los brazos, / José bendito, / meces al Niño, / que Dios nos dio. / Y con tus labios / besas el rostro / del más hermoso / capullo en flor. / Y es un mandato / de las alturas / que con tu ayuda / crezca en vigor, / y, esposo bueno / de Santa esposa, / que seas sombra / del mismo sol. / Pues tu palabra / será la guía / de la familia / del Creador. / Y con tu paso / de peregrino / hagas camino / al Salvador. / ¡Viva a tu lado / la Virgen Madre, / y sé tú el padre / del Niño Dios! / Y por nosotros / pide a tu hijo, / José bendito, / la Salvación. Amén».

¿Recordamos cuando san José quiso alejarse de María, tras saber que esperaba un hijo del Espíritu Santo? ¿Por qué razón quiso despedir a María? Sencillamente porque a la que iba a ser su esposa se la reservaba Dios para sí, y de ninguna manera podía tener pretensión alguna sobre ella, y por esta razón pensaba dejarla en secreto. Pero no eran esos los pensamientos de Dios: «No temas llevarte a María contigo, y sé un padre para este niño, cumple los deberes de padre para con este niño que el cielo ha dado a tu prometida». Esta es la misión confiada a José. ¿Cómo, si no, hubiera sido conocido Jesús como hijo de David? Una casa, un hogar, una familia: lo que hay detrás de Jesús con María y José. Una casa, un hogar, unos padres que se quieren, una familia unida: lo que falta tanto en nuestra sociedad. ¿Nos irá bien así? Yo no lo creo. Pido por las familias, las cristianas y otras que se esfuerzan por vivir su amor y el de sus hijos. ¡Feliz Navidad!