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Mensaje

XVI Jornada Mundial del Enfermo 2008

La Eucaristía, Lourdes y la atención pastoral a los enfermos

11 de febrero de 2008


Temas: María (150° Aniversario de las apariciones de la Inmaculada en Lourdes), Eucaristía (Congreso Eucarístico Internacional de Quebec) y enfermedad (pastoral de la salud).

Web oficial: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/sick/documents/hf_ben-xvi_mes_20080111_world-day-of-the-sick-2008_sp.html

Publicado: BOA 2008, 31.


Queridos hermanos y hermanas:

1. El 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra la Jornada Mundial del Enfermo, ocasión propicia para reflexionar sobre el sentido del dolor y sobre el deber cristiano de asumirlo sea cual sea la situación en que se presente. Este año, en esa fecha coinciden dos acontecimientos importantes para la vida de la Iglesia, como se puede apreciar en el tema elegido —“La Eucaristía, Lourdes y la atención pastoral a los enfermos”—: el 150º Aniversario de las apariciones de la Inmaculada en Lourdes y la celebración del Congreso Eucarístico Internacional en Quebec (Canadá). De ese modo se nos ofrece una ocasión singular para considerar la unión íntima que existe entre el misterio eucarístico, el papel de María en el plan de la salvación, y la realidad del dolor y el sufrimiento del hombre.

El 150º Aniversario de las apariciones de Lourdes nos invita a dirigir la mirada hacia la Virgen santísima, cuya Inmaculada Concepción constituye el don sublime y gratuito de Dios a una mujer, para que pudiera adherirse plenamente a los designios divinos con fe firme e inquebrantable, a pesar de las pruebas y los sufrimientos que debía afrontar. Por eso, María es modelo de abandono total a la voluntad de Dios: acogió en su corazón al Verbo eterno y lo concibió en su seno virginal; se fio de Dios y, con el alma traspasada por la espada del dolor (cf. Lc 2,35), no dudó en compartir la pasión de su Hijo, renovando en el Calvario, al pie de la cruz, el “sí” de la Anunciación.

Meditar sobre la Inmaculada Concepción de María es, por consiguiente, dejarse atraer por el “sí” que la unió admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de la humanidad; es dejarse tomar y guiar de la mano para pronunciar el mismo fiat a la voluntad de Dios, con toda la existencia jalonada de alegrías y tristezas, de esperanzas y desilusiones, convencidos de que las pruebas, el dolor y el sufrimiento dan un sentido profundo a nuestra peregrinación en la tierra.

2. No se puede contemplar a María sin ser atraídos por Cristo y no se puede mirar a Cristo sin descubrir inmediatamente la presencia de María. Existe un vínculo inseparable entre la Madre y el Hijo engendrado en su seno por obra del Espíritu Santo, y este vínculo lo percibimos, de manera misteriosa, en el sacramento de la Eucaristía, como pusieron de relieve desde los primeros siglos los Padres de la Iglesia y los teólogos.

«La carne nacida de María, procediendo del Espíritu Santo, es el pan bajado del cielo», afirma san Hilario de Poitiers; y en el Sacramentario Bergomense, del siglo IX, leemos: «Su seno hizo florecer un fruto, un pan que nos ha colmado de un don angélico. María restituyó a la salvación lo que Eva había destruido con su culpa». Asimismo, san Pedro Damián dice: «Aquel cuerpo que la santísima Virgen engendró y alimentó en su seno con solicitud materna; aquel cuerpo sin duda, y no otro, ahora lo recibimos en el altar sagrado, y bebemos su sangre como sacramento de nuestra redención. Esto es lo que nos dice la fe católica; esto es lo que enseña fielmente la santa Iglesia».

El vínculo de la Virgen santísima con su Hijo, Cordero inmolado que quita el pecado del mundo, se extiende a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Como afirma el siervo de Dios Juan Pablo II, María es «mujer eucarística» con toda su vida, por lo cual la Iglesia, contemplándola a ella como su modelo, «ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio» (Ecclesia de Eucharistia, 53) . Desde esta perspectiva se comprende mucho mejor por qué en Lourdes el culto a la santísima Virgen María va unido a un fuerte y constante culto a la Eucaristía, con celebraciones eucarísticas diarias, con la adoración del Santísimo Sacramento y la bendición a los enfermos, que constituye uno de los momentos más intensos de la visita de los peregrinos a la gruta de Massabielle.

La presencia en Lourdes de muchos peregrinos enfermos y de voluntarios que los acompañan ayuda a reflexionar sobre la preocupación maternal y tierna que la Virgen manifiesta con respecto al dolor y a los sufrimientos del hombre. María, Mater dolorosa, asociada al sacrificio de Cristo, sufriendo al pie de la cruz con su Hijo divino, es percibida particularmente cerca de la comunidad cristiana cuando ésta se congrega en torno a sus miembros que sufren, llevando los signos de la pasión del Señor. María sufre con quienes pasan por la prueba, espera con ellos y es su consuelo, sosteniéndolos con su ayuda maternal. ¿No es acaso verdad que la experiencia espiritual de tantos enfermos lleva a comprender cada vez más que «el divino Redentor quiere penetrar en el alma de todo paciente a través del corazón de su Madre santísima, primicia y culmen de todos los redimidos» (Salvifici doloris, 26)?

3. Si Lourdes nos impulsa a meditar sobre el amor maternal de la Virgen Inmaculada a sus hijos enfermos y sufrientes, el próximo Congreso Eucarístico Internacional será una ocasión para adorar a Jesucristo presente en el Sacramento del altar, para encomendarnos a Él como Esperanza que no defrauda y para recibirlo como medicina de inmortalidad que cura el cuerpo y el alma. Jesucristo redimió al mundo con su sufrimiento, con su muerte y resurrección, y quiso quedarse con nosotros como “pan de vida” en nuestra peregrinación terrena. El tema del Congreso Eucarístico, “La Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo”, subraya que la Eucaristía es el don que el Padre hace al mundo de su Hijo único, encarnado y crucificado. Él es quien nos reúne en torno a la mesa eucarística, suscitando en sus discípulos una solicitud amorosa en favor de los que sufren y los enfermos, en los que la comunidad cristiana reconoce el rostro de su Señor.

Como puse de relieve en la Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis , «nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás» (n. 88). Esto nos estimula a servir personalmente a los hermanos, en especial a los que atraviesan dificultades, pues la vocación de todo cristiano consiste verdaderamente en ser, como Jesús, pan partido para la vida del mundo.

4. Así pues, es evidente que la pastoral de la salud encuentra precisamente en la Eucaristía la fuerza espiritual necesaria para socorrer de forma eficaz al hombre y para ayudarle a comprender el valor salvífico de su sufrimiento. Como dijo el siervo de Dios Juan Pablo II en la citada Carta Apostólica Salvifici doloris, «la Iglesia ve a los hermanos y hermanas que sufren como un sujeto múltiple de la fuerza sobrenatural de Cristo» (n. 27). El hombre que sufre con amor y con abandono dócil a la voluntad divina, unido misteriosamente a Cristo, se transforma en ofrenda viva para la salvación del mundo. Mi amado predecesor afirmó también que «cuanto más amenazado se siente el hombre por el pecado que lleva en sí el mundo de hoy, tanto más grande es la elocuencia que posee en sí el sufrimiento humano. Y tanto más la Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo» (ibíd.).

Por consiguiente, si en Quebec se contempla el misterio de la Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo, en la Jornada Mundial del Enfermo, con un paralelismo espiritual ideal, no sólo se celebra la participación efectiva del sufrimiento humano en la obra salvífica de Dios, sino que también se puede gozar, en cierto sentido, de los valiosos frutos prometidos a quienes creen. Así, el dolor, acogido con fe, se convierte en la puerta para entrar en el misterio del sufrimiento redentor de Jesús y para llegar con Él a la paz y a la felicidad de su resurrección.

5. A la vez que dirijo mi saludo cordial a todos los enfermos y a quienes los atienden de diversas maneras, invito a las comunidades diocesanas y parroquiales a celebrar la próxima Jornada Mundial del Enfermo valorando plenamente la feliz coincidencia del 150º Aniversario de las apariciones de Nuestra Señora de Lourdes y el Congreso Eucarístico Internacional.

Se trata de una ocasión para subrayar la importancia de la santa misa, de la adoración eucarística y del culto a la Eucaristía, haciendo que las capillas de los centros de salud se transformen en el corazón palpitante en el que Jesús se ofrece incesantemente al Padre para la vida de la humanidad. También la distribución de la Eucaristía a los enfermos, hecha con decoro y espíritu de oración, es verdadero consuelo para quienes sufren por cualquier forma de enfermedad.

La próxima Jornada Mundial del Enfermo ha de ser, además, una circunstancia propicia para invocar de modo especial la protección materna de María sobre quienes se encuentran probados por la enfermedad, sobre los agentes sanitarios y sobre todos los que trabajan en la pastoral de la salud. Pienso, en particular, en los sacerdotes comprometidos en este campo, en las religiosas y en los religiosos, en los voluntarios y en todos los que con una entrega activa se dedican a servir en cuerpo y alma a los enfermos y a los necesitados. Encomiendo a todos a María, Madre de Dios y Madre nuestra, Inmaculada Concepción. Que ella ayude a cada uno a testimoniar que la única respuesta válida al dolor y al sufrimiento humano es Cristo, el cual al resucitar venció a la muerte y nos dio la vida que no tiene fin. Con estos sentimientos, imparto de corazón a todos una bendición apostólica especial.

Vaticano, 11 de enero de 2008.