Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Cuaresma

17 de febrero de 2008


Publicado: BOA 2008, 15.


En el tiempo de preparación de la Pascua, en la Cuaresma, se muestra con mayor nitidez a qué nos invita la Iglesia: a renovar la vida nueva que recibimos en el Bautismo y la Confirmación los ya cristianos, y a prepararse convenientemente a esa irrupción de vida según el Espíritu los adultos o niños en edad escolar no bautizados, en la recepción de esos sacramentos pascuales. Lógicamente también quiere la Iglesia que niños, que se inician en la Eucaristía como primera comunión —y sus padres—, y adolescentes y jóvenes, que reciben la plenitud del Bautismo que es la Confirmación, aprovechen este tiempo de gracia y preparación. No olvidamos, por supuesto, que convertirnos acogiendo el perdón de Dios en el sacramento de la Reconciliación al confesar nuestros pecados personalmente es una prioridad cuaresmal, pues se trata de vivir la alianza con Dios en Cristo, que se rompe por el pecado y se recobra por el perdón.

Todo este conjunto tiene que ver con la transmisión de la fe en un tiempo complejo como es el nuestro, con luces y sombras, con incertidumbres, con obstáculos. La Iglesia tuvo durante los primeros siglos de paganismo ambiental un proceso de Iniciación a la fe sólido, bien trabado, completo, que acogía a los candidatos a ser cristianos a las puertas de la fe, los acompañaba a lo largo de varias etapas y los conducía a la fe adulta.

Aquel paganismo era, sin embargo, religioso. Hoy la situación es muy distinta. Como decía el papa Juan Pablo II, «Hoy es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia se ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Cristo» (Ecclesia in Europa, 47) .

Entonces, la Iniciación cristiana ofrecía eficazmente a las nuevas generaciones de cristianos una adhesión firme a Jesucristo, una vinculación estable a la Iglesia, una vertebración de contenidos doctrinales del mensaje cristiano, un programa de conducta moral, una dirección para el compromiso y una experiencia de oración individual y litúrgica. ¿Se da hoy eso mismo? Gracias a Dios en muchos cristianos sí, pero en un número no pequeño se da envuelto tantas veces en la periferia del alma, con ambigüedades, quedándose en lo exterior. La Iglesia, se ha dicho, es «la madre que ofrece su regazo a los no regenerados y amamanta a los ya regenerados». Dejemos que actúe la gracia del Señor en nosotros. Las comunidades cristianas, y, dentro de ellas, grupos, movimientos, cofradías de Semana Santa, padres e hijos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos, vivamos con vigor esta Cuaresma.

Pensemos en qué debemos cambiar; miremos nuestro interior, renovemos nuestro corazón, nuestras entrañas, para que sean de misericordia y perdón hacia los demás, sobre todo a los más empobrecidos. Crezca nuestra caridad, que otros llaman solidaridad. Tengamos cerca a Cristo, que nos ama apasionadamente; preparemos nuestra reconciliación con Él y con la Iglesia. Vivamos la experiencia cuaresmal de verdad, sin ficción. Dios nos ayudará a todos.