Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Objetivo de la Cuaresma: la conversión

24 de febrero de 2008


Publicado: BOA 2008, 17.


No pocos cristianos de buena voluntad se preguntan por qué la Iglesia se empeña en ordenar muchas cosas tan de cara al pasado. Una de ellas sería la Cuaresma, tan pasada de moda, hace ya tantos años. ¿Para qué sirve la Cuaresma? ¿Qué utilidad se sigue de su celebración? ¿No sería cosa de dejarla en su sitio: en el museo de los recuerdos históricos del cristianismo? Hacer semejante cosa sería un disparate, pero hay que explicar por qué. Nos valemos de la oración del sábado de la primera semana de Cuaresma, pues el centro de esta oración es la palabra latina converte: «Padre eterno, convierte a ti nuestros corazones, para que a nosotros, buscando siempre lo único necesario y ejercitándonos en las obras de caridad, nos concedas/nos proporciones que estemos dedicados a tu culto».

Esta oración señala la dirección de la conversión: queremos volver a la casa del Padre; la conversión es un retorno. En la conversión buscamos al Padre, la casa del Padre, la patria. Con estas palabras, la oración alude a la parábola del hijo pródigo. Víctima de su arrogancia, perdida la verdad de su ser, se ha exiliado, ha salido fuera de la casa paterna. Olvidado de Dios y de sí mismo, vive lejos del Padre. Lo aceptemos o no, la vida fuera de la verdad es camino que conduce a la muerte; también en su retorno a la patria, el hijo encuentra de nuevo la verdad de su vida. Y este viaje interior llega a su término en la confesión.

En el fondo, la conversión es el descubrimiento de la primacía de Dios: «Nada se anteponga a las obras de Dios», decía san Benito; no sólo a los monjes, vale para cualquier cristiano tributar a Dios el honor debido. Es lo que decía Jesús: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33). Y es ésta una regla que me parece sumamente importante en la situación que vivimos hoy. Por ejemplo, ante la miseria ingente e injusta que sufren hoy tantos países del Tercer Mundo, muchos, incluso buenos cristianos, piensan que hoy ya no es posible atenerse a este mandato de dedicarnos a tributar a Dios el honor debido; piensan incluso que ha de diferirse durante un cierto tiempo el anuncio de la fe, el culto y la adoración, y tratar primero de dar solución a los problemas humanos.

Pero con semejante inversión resulta que crecen los problemas, y se incrementa la miseria. Es lógico: Dios es y será siempre la necesidad primera del hombre y la mujer, de suerte que allí donde se pone entre paréntesis la presencia de Dios, se despoja al hombre de su humanidad, se cae en la tentación del diablo en el desierto y, a la postre, no se salva al ser humano, sino que se le destruye.

Volviendo a esa oración que estamos comentando, vemos que en ella se alude al relato de Marta y María, exhortando a buscar lo único necesario. La principalidad de Dios, el estar con el Señor, la escucha de su palabra, el «buscad primero el reino de Dios», continúa siendo el núcleo y el centro del texto. Pero, al añadir «ejercitándonos en las obras de caridad», se aclara que el amor y el trabajo para la renovación del mundo brotan de la Palabra, brotan de la adoración.