Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La alegría de la Pascua (I)

23 de marzo de 2008


Publicado: BOA 2008, 99.


¡Feliz Pascua! Si es hermoso desearnos una feliz Navidad, con mayor razón debemos ahora felicitarnos en la renovación pascual, cuando el Señor nos ha concedido un año más vivir el Triduo Pascual. Entramos en cincuenta días de gozo, alegría y júbilo. ¿De dónde viene este gozo? Desde la primera “mostración” del resucitado, en la tarde/noche del primer domingo, el evangelista comenta: «Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20,20). Pensemos que estaban reunidos, llenos de miedo a los judíos, y se alegraron cuando Jesús se les hizo visible.

Pero el evangelista no está expresando únicamente una reacción espontánea, como quien pasa de una angustia a un final feliz. En realidad, en la alegría de los discípulos se da cumplimiento a lo que Jesús había dicho en la despedida de los suyos tras la Cena: «Mientras que el mundo se alegrará, vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20). Pone después Jesús la comparación de la madre que da a luz: la alegría de traer un ser al mundo compensa todos sus sufrimientos en el parto. Y promete Jesús: «Así también vosotros estáis ahora tristes; pero os veré de nuevo, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará ya vuestra alegría» (Jn 16,22).

La alegría de los Apóstoles es, pues, una extraordinaria novedad, absoluta, definitiva. Podemos ver aquí lo que Jesús piensa de cómo ha de ser el programa de vida de una comunidad cristiana, tanto en el conjunto de la vida y de la misión de la Iglesia como en el campo de la celebración, donde la presencia de Jesús es sentida con más fuerza. Lo dice también san Lucas, cuando nos indica que los creyentes «partían el pan... con alegría» (Hch 2,46). Y esta alegría no tiene su origen en una buena mesa, con estupendas viandas; no: se trata de la alegría de participar de la “fracción del pan”, es decir, la alegría de «comer y beber con el Resucitado». Y si para tantos fue preciosa la comunidad de mesa con Jesús, en la que se sentían acogidos por el Maestro, ¡cuánto más grande fue esta alegría para los primerísimos cristianos teniendo y gozando de la presencia del resucitado, que muestra su potencia de vida nueva!

Sabemos que, cuando Jesús dejó de mostrar a los suyos su Cuerpo resucitado tras la Ascensión, la Iglesia comenzó a «partir el pan», esto es, a celebrar la Eucaristía. De modo que el gozo pascual pasó a la celebración litúrgica. Aquel que anunció «la alegría que ya nadie os quitará» es el que está ahora en el centro de la celebración. Él es el Protagonista de las celebraciones de la Iglesia. El tiempo pascual es, pues, el tiempo por excelencia para rememorar la presencia gozosa de Jesucristo resucitado. Como dice san Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios, es tiempo para experimentar «el oficio de consolar, que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros».

Consideren en tantos textos litúrgicos de la Pascua esa alegría de la que hablamos. Citamos hoy solamente esa parte fija de los cinco prefacios de Pascua: «Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría...». Ese gozo pascual es el que yo le deseo en la nueva Pascua.