Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La alegría de la Pascua (II)

30 de marzo de 2008


Publicado: BOA 2008, 101.


Decíamos la semana pasada que la liturgia eucarística del tiempo pascual abunda en alusiones a la alegría, al gozo, al júbilo incluso, poniendo siempre como fuente el misterio del Cristo resucitado que es celebrado y actualizado en la Eucaristía. Citamos ahora esta preciosa oración sobre las ofrendas del IV Domingo de Pascua: «Concédenos, Señor, que la celebración de estos misterios pascuales nos llene siempre de alegría y que la actualización repetida de nuestra redención sea para nosotros fuente de gozo incesante». O esta otra del III Domingo de Pascua: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo, y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar también del gozo eterno».

Quiero fijar mi atención en la frase «actualización repetida de nuestra redención», contenida en esa bella oración del domingo del Buen Pastor. Se está hablando, sin duda, de la Eucaristía, en concreto de ese momento de la celebración en que el sacerdote se dispone a empezar la oración eucarística. Significa que la alegría que difundió en su momento histórico la resurrección de Cristo, como victoria sobre la muerte, ahora tiene su “lugar” de actuación en la Eucaristía. Y es que la Eucaristía podemos decir que es el misterio pascual en acción.

En esta realidad se juegan muchas cosas en la Iglesia. Estoy convencido de que cualquier cristiano que haya experimentado el encuentro con Cristo resucitado comprende enseguida la importancia de la Misa dominical. La Eucaristía es la fiesta de los de casa en el domingo. No podemos invitar a la Misa a quien no conoce a Jesús, ni ha oído ni sabe que ha resucitado. Es empezar la casa por el tejado. Es preciso que los bautizados comprendan al menos el valor de la celebración festiva y gozosa de la Eucaristía dominical, que «es el Cristo crucificado y glorificado quien pasa en medio de sus discípulos para llevárselos juntos hacia la renovación de su resurrección», como decía Pablo VI en una conocida exhortación apostólica sobre la alegría cristiana (Gaudete in Domino, 77).

Sin duda que es preciso insistir oportuna e importunamente sobre la fidelidad de los bautizados a la celebración festiva y gozosa de la Eucaristía, porque las cosas esenciales las olvidamos pronto o la debilidad nos impide persistir en los buenos propósitos, pero poco conseguiremos si en la formación en la fe, en la iniciación cristiana en general, no mostramos cuál es el significado profundo de la Eucaristía y su celebración: encuentro en la comunidad de la Iglesia con Cristo resucitado, que da alegría a nuestra vida. Para alcanzar esta persuasión hay que echar mano de muchos recursos y tener hoy la comunidad cristiana esa vitalidad que nos muestra el libro de los Hechos de los Apóstoles que tenían las comunidades primeras. Aquel asombro de poder celebrar la Eucaristía, haciendo memoria del misterio pascual de Cristo, que vuelve cada vez que nos reunimos según nos mandó, sobre todo el domingo.

Pido al Señor, como regalo de Pascua para todos los fieles, redescubrir la importancia de la Misa dominical, para poder gozar del júbilo del Resucitado. Santa María, la primera de los creyentes, que también conoció a su Hijo resucitado nos lo alcance de la bondad del Padre por el Espíritu Santo.