Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Homilía

Semana Santa 2008

Celebración de la Pasión del Señor

21 de marzo de 2008


Publicado: BOA 2008, 116.


Lo dice san Juan en la lectura de la Pasión que acabamos de escuchar: «Jesús, cargando él mismo con su cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice ‘Gólgota’)». La descripción no puede ser más sobria. Ni una sola palabra sobre el horror de este acontecimiento. Pero en aquel tiempo, los que oían este breve relato sabían bien lo que quería decir. Se veía muy a menudo el suplicio de la crucifixión, y todo el mundo sabía lo que la flagelación significaba. Así que unas pocas palabras tenían todo su impacto.

«Ellos le crucificaron». Más tarde, cuando ya no se crucificaba a los condenados a muerte, los hombres y mujeres han intentado imaginar cómo ha sido el camino de Jesús hasta el calvario. Han tejido alrededor de unas pocas palabras todo un lienzo de comentarios. De ahí nacen las catorce estaciones del Vía Crucis que se encuentran en todas las iglesias.

Pero también en todo tiempo, hombres y mujeres han meditado la Pasión de Jesús, la flagelación y la corona de espinas, las horas de su agonía sobre la cruz hasta que Él entrega el Espíritu. Hay quienes destacan más la victoria futura sobre el sufrimiento y sobre la muerte, y muestran a Jesús ya a la luz de la Resurrección, como lo testimonian los Cristos gloriosos del arte románico. La Liturgia de la Iglesia también nos dice que hoy es el primer día de la Pascua, del Triduo pascual.

Otros hacen hincapié sobre los detalles de la Pasión, e intentan hacer revivir los dolores y el suplicio de Jesús. Existe una descripción terrible de un médico sobre cómo es la muerte de un crucificado, con la asfixia del que cuelga del madero. También nuestros grandes imagineros de los siglos XVI y XVII representan la atrocidad de la cruz con un realismo casi insostenible a la vista. En Colmar (Francia) se encuentra una crucifixión pintada por Matthias Grünewald (1475-1528), que alcanza aquí el paroxismo. Estaba en el pasado expuesta en un hospicio donde se daban las peores enfermedades y muchos de sus cuerpos se parecían al cuerpo atrozmente despellejado vivo de Jesús.

¿Por qué se han representado los sufrimientos de Jesús con tanto realismo y crueldad? ¿Por qué mostrar una Pasión de Jesús tan sanguinolenta, como, por ejemplo, aparece en la película de Mel Gibson? A mi modo de entender estas interpretaciones de la Pasión de Cristo se fundamentan en dos razones: primero, en el hecho de que su pasión fue verdaderamente de una crueldad inimaginable. Es preciso que nos horroricemos al ver que en nuestros días los hombres podemos todavía infligir semejantes torturas a otros hombres y mujeres. Estas pasiones existen también hoy día: atentados, genocidios, hambre, bombas contra población civil, odios étnicos, secuestros, y un largo etcétera. El Vía Crucis de Jesús nos recuerda que debemos permanecer atentos al sufrimiento de los otros.

La segunda razón es que constatamos de manera consternada: ¡es por mí y por mi causa por quien Jesús ha sufrido todo esto! Viendo a nuestros crucificados, a ese Cristo llagado, también los enfermos graves y los moribundos, los abandonados, los que están en tribulación y solos, los que sufren, los que no encuentran sentido a su vida, pueden ver la unión que existe entre sus sufrimientos y los de Jesús. Él mismo ha cargado con sus sufrimientos. Pero este Crucificado es el Resucitado y, contemplando al Resucitado, ellos intuyen la salvación que se les promete. Es lo que se expresa en ese canto: «Si morimos con Él, viviremos con Él; si sufrimos con Él, reinaremos con Él». Por mí has muerto, oh mi Dios; por mí has sufrido tanto, Tú que has tomado sobre ti el peso de mi pecado.

En esas imágenes de Cristo crucificado, con el realismo que le dieron nuestros artistas, los hombres y mujeres encontraban consuelo, pues sabían que Dios padece con ellos en Cristo, este Crucificado que, como derrotado, se había hecho uno con todos los derrotados de la historia. Sentían la presencia del Crucificado en su propia cruz. Vivían la Cruz de Cristo como su propia salvación.

En la actualidad hay muchos hombres y mujeres que se sienten invadidos por una profunda desconfianza frente a este modelo de entender la salvación. Consideran el consuelo celestial sobre este valle de lágrimas como una vana promesa que no mejora las cosas, sino que perpetúa la miseria del mundo, favoreciendo sólo a quienes tienen interés en la conservación de la situación existente. En lugar de esa vana promesa reclaman una transformación que elimine el dolor y nos libere. La consigna no es liberación por el sufrimiento, sino liberación del sufrimiento: el cometido no es esperar la ayuda divina, sino la humanización del hombre por el hombre.

Yo veo a Cristo que muere orando, y que hace de su muerte un acto de oración, un acto de adoración al Padre, utilizando aquellas palabras del Salmo 21: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?», y me pregunto: ¿Cómo vivir la cruz? ¿No valdrá esta forma de morir de Cristo que, aunque nos invita a rechazar la injusticia del mundo, entrega su vida en la Cruz, y de ahí nace la Eucaristía, verdadera saciedad de los “pobres”?

Al adorar la Cruz el Viernes Santo, recuerdo ese responsorio: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿En qué te he ofendido? Respóndeme». Son para mí palabras que me recuerdan mi pecado, mi injusticia, mi odio, mi desamor a Dios y a los hermanos. Me recuerdan también el perdón de mis pecados por Cristo en su Iglesia, verdadera capacidad de volver a crear un mundo según el designio del Creador y del Salvador. ¿No estará ahí la sabiduría?