Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

Tiempo de Pascua

20 de abril de 2008


Publicado: BOA 2008, 106.


No sería bueno pensar que la Pascua, fiesta mayor de los cristianos, se termina cuando acaba la Semana Santa. Esa visión es empobrecedora y de visión corta. Ciertamente mantener la atención y la tensión celebrativa durante la Cincuentena Pascual no resulta fácil; por ello hay que hacer el esfuerzo de vivir los domingos pascuales de manera diferente a como lo hacemos. La riqueza que la Palabra de Dios ofrece en estos domingos es muy notable y ningún corazón que vibre con Cristo puede quedarse indiferente.

El tiempo de Pascua es también ocasión privilegiada para sentir la Iglesia que somos, y para sentir con ella. El Señor resucitado sigue presente en medio de su Pueblo y la vida de éste es la que se va haciendo en una historia de amor, de avances y dificultades, tanto en los retazos narrados por los Hechos de los Apóstoles como en nuestra propia historia contemporánea. Claro que, para que esto suceda hoy, la Palabra de Dios debe seguir cundiendo, de manera que los cristianos tengamos pasión por evangelizar y los pastores fortaleza e ilusión por pastorear. ¡Cuántas veces hemos de anunciar que Cristo es la piedra angular para construir cualquier vida! ¡Con cuánta certeza debemos mostrar en nuestra vida que somos una raza escogida —de todas las razas—, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa!

«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí», dice Jesús. He aquí la esencia del cristianismo. El evangelio de este domingo relata el discurso “de adiós” de Jesús, pero no es un discurso simplemente de despedida: ahonda en la explicación de la gloria que Él va a recibir en su pasión y resurrección. El Señor nos indica cómo va a completar su misión. Si, por la encarnación, se ha hecho un lugar entre los hombres, ahora vuelve al Padre para preparar nuestra entrada en la gloria.

El ser humano, que a lo largo de la historia ha intentado acercarse a Dios de muchas maneras, ahora se encuentra con que hay un puente que ha sido tendido entre el cielo y la tierra: la humanidad glorificada de Jesucristo. Santa Catalina de Siena en su Diálogo expone que antes de Jesucristo los hombres intentaban salvar la distancia que les separaba de Dios. Ponía la comparación de un río que debía vadearse, pero todos se anegaban en sus aguas porque nadie, a pesar de sus obras justas, podía llegar a la vida eterna. Pero ahora hay un puente.

Felipe pide ver al Padre. Quiere anticipar la visión. Jesús le indica que quien le ve a Él ya ha visto al Padre, porque son uno en la Trinidad. Y es que conocemos al Padre conociendo al Hijo. Es más, no podemos vivir la paternidad de Dios, ni nuestra fraternidad, sin la filiación que hemos recibido a través de Jesucristo. Hablar de Dios Padre sin tener presente a su Hijo es inventarse su paternidad y minimizarla, porque es imposible, según san Ireneo, conocer a Dios en su grandeza, ya que el Padre no es posible que sea medido por el hombre. Estas son las grandes cosas de la Pascua, que el Señor nos ha concedido celebrar un año más.