Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Trabajo, pobreza y exclusión social

27 de abril de 2008


Publicado: BOA 2008, 107.


En la memoria litúrgica de san José Obrero, día 1 de mayo, se encierra toda una sensibilidad cristiana hacia los que trabajan por cuenta ajena, y sus situaciones de posible precariedad. También aflora la preocupación por los que carecen de trabajo, por la posibilidad real de entrar en el umbral de la pobreza y la subsiguiente exclusión social.

Acabamos de pasar la época electoral. La campaña fue tiempo de maravillosas promesas de los partidos, que nos pintaban idílicas situaciones con sus programas y soluciones “mágicas”, pues todo sería mejor, si les votábamos a ellos, naturalmente. Hay ya “nuevo gobierno” y “nueva oposición”. ¿Se ha cambiado el rumbo de lo apuntado por los agentes sociales y económicos? Ha llegado la cruda realidad: hay crisis económica, viene la hora de la verdad. ¿Cómo se van a resolver los problemas reales? Los que nos gobiernan en todos los niveles saben o deben saber que estamos en una situación no fácil, y deben preocuparnos más los que, más vulnerables, perderán sus puestos de trabajo, pero no sus deudas, hipotecas... La pérdida de trabajo trae consigo, sin duda, pobreza y exclusión social.

Nuestras Cáritas diocesanas en Castilla y León, y otras instituciones católicas de atención a los más desfavorecidos, tienen una preocupación creciente por cómo hacer frente a los problemas que ya se están presentando. Como obispo de la Iglesia de Valladolid, pido a los católicos un esfuerzo para no dejar solos y aislados a quienes, en recesión económica, más padecen: los parados, los trabajadores con salarios bajos, los inactivos en edades inmediatamente anteriores a la jubilación, los jóvenes en situación de riesgo, muchos hogares monoparentales... y los inmigrantes.

Ciertamente yo no soy nadie para dar consejos a autoridades económicas o sociales. Sí digo que las medidas que se tomen sean lo más justas posible y que lo esencial sea atendido, para que la dignidad de la persona humana sea lo primero en atender y lo último en olvidar. Son los problemas reales de la gente los que los políticos deben ahora abordar. La vulnerabilidad de los parados es evidente y supone un riesgo para ellos y sus familias.

Mi discurso podría parecer abstracto o desencarnado. No es así. Sin duda que no soy agente social o económico directo. Pero tengo en cuenta a la gente concreta que sufre. Y me dirijo a los católicos y hombres y mujeres de buena voluntad que tienen responsabilidad social o de gobierno, para que nos digan cómo salir mejor de esta situación de cierta precariedad. Digo de “cierta precariedad”, si se compara con la que pasan desde hace muchas décadas otros pueblos empobrecidos de la Tierra, en un panorama desolador. Por eso es importante que nos digan la verdad y dejen ambigüedades que a nadie aprovechan.

La Doctrina Social de la Iglesia proporciona siempre principios inspiradores a la hora de llevar a cabo pactos sociales, del empleo, de la precariedad del trabajo en mujeres y jóvenes. No hay que olvidar la dependencia de mayores y la discapacidad de tantas personas, así como la integración social de los inmigrantes, que puede sufrir un golpe en una situación económica como la actual.