Sede Apostólica
Santo Padre
Benedicto XVI

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Discurso

Viaje Apostólico a Estados Unidos y visita a la ONU 2008

Encuentro con los representantes \\de otras religiones en Washington

17 de abril de 2008


Temas: diálogo interreligioso, libertad religiosa y verdad (Estados Unidos).

Web oficial: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/april/documents/hf_ben-xvi_spe_20080417_other-religions_sp.html

Publicado: BOA 2008, 198; Ecclesia LXVIII/3.411, abril (2008), 613-614.


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Queridos amigos:

Me alegra tener la ocasión de encontrarme hoy con ustedes. Agradezco las palabras de bienvenida del obispo Sklba y saludo cordialmente a todos los que están aquí en representación de las diversas religiones de los Estados Unidos de América. Muchos de ustedes han aceptado amablemente la invitación para elaborar las reflexiones contenidas en el programa de hoy. Les estoy muy agradecido por sus palabras sobre cómo cada una de sus tradiciones contribuye a la paz. Gracias a todos.

Este país tiene una larga historia de colaboración entre las diversas religiones en muchos campos de la vida pública. Servicios de oración interreligiosa durante la fiesta nacional de Acción de Gracias, iniciativas comunes en actividades caritativas, una voz compartida sobre cuestiones públicas importantes: éstas son algunas de las formas de encuentro de los miembros de las diversas religiones para mejorar la comprensión mutua y promover el bien común. Aliento a todos los grupos religiosos de América a perseverar en esta colaboración y a enriquecer de este modo la vida pública con los valores espirituales que animan su acción en el mundo.

El lugar en el que estamos ahora reunidos fue fundado precisamente para promover este tipo de colaboración. De hecho, el Centro Cultural Papa Juan Pablo II desea ofrecer una voz cristiana para «la búsqueda humana del sentido y la finalidad de la vida» en un mundo de «comunidades religiosas, étnicas y culturales diversas» (Mission Statement). Esta institución nos recuerda la convicción de esta nación de que todos los hombres deben ser libres para buscar la felicidad de manera adecuada a su naturaleza de criaturas dotadas de razón y de voluntad libre.

Los estadounidenses han apreciado siempre la posibilidad de dar culto libremente y de acuerdo con su conciencia. Alexis de Tocqueville, historiador francés y observador de las realidades estadounidenses, estaba fascinado por este aspecto de la nación. Subrayó que éste es un país en el que la religión y la libertad están «íntimamente vinculadas» en la contribución a una democracia estable que favorezca las virtudes sociales y la participación en la vida comunitaria de todos sus ciudadanos. En las áreas urbanas, es habitual que personas de diferentes orígenes culturales y religiones se relacionen cada día en actividades comerciales, sociales y educativas. Hoy, chicos cristianos, judíos, musulmanes, hindúes, budistas y de todas las religiones se sientan en las aulas de todo el país codo con codo, aprendiendo unos con y de otros. Esta diversidad da lugar a nuevos retos que suscitan una reflexión más profunda sobre los principios fundamentales de una sociedad democrática. Es de desear que vuestra experiencia anime a otros, y sean conscientes de que una sociedad unida puede proceder de una pluralidad de pueblos —«E pluribus unum» (‘de muchos, uno’)—, siempre que todos reconozcan la libertad religiosa como un derecho civil básico (cf. Dignitatis humanae, 2).

La tarea de defender la libertad religiosa nunca termina. Nuevas situaciones y desafíos invitan a los ciudadanos y líderes a reflexionar sobre el modo en que sus decisiones respetan ese derecho humano fundamental. Proteger la libertad religiosa dentro de las leyes no garantiza que los pueblos —en particular las minorías— se vean libres de formas injustas de discriminación y prejuicio. Esto requiere un esfuerzo constante por parte de todos los miembros de la sociedad, para asegurar que a los ciudadanos se les dé la oportunidad de celebrar pacíficamente el culto y transmitir su herencia religiosa a sus hijos.

La transmisión de las tradiciones religiosas a las generaciones venideras no sólo ayuda a preservar un patrimonio, sino que también sostiene y alimenta en el presente la cultura que las rodea. Lo mismo vale para el diálogo entre las religiones: tanto los que participan en él como la sociedad salen enriquecidos. En la medida en que crecemos en la comprensión mutua, vemos que compartimos una estima por los valores éticos, perceptibles por la razón humana, que son reconocidos por todas las personas de buena voluntad. El mundo pide con claridad un testimonio común de estos valores. Por consiguiente, invito a todas las personas religiosas a considerar el diálogo no sólo como un medio para mejorar la comprensión mutua, sino también como un modo de servir a la sociedad de manera más amplia. Al dar testimonio de las verdades morales que tienen en común con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, los grupos religiosos influyen en la cultura en su sentido más amplio e impulsan a vecinos, colegas y conciudadanos a unirse en la tarea de fortalecer los lazos de solidaridad. En palabras del presidente Franklin Delano Roosevelt: «nada más grande podría recibir nuestra tierra que un renacimiento del espíritu de fe».

Un ejemplo concreto de la contribución que las comunidades religiosas ofrecen a la sociedad civil son las escuelas confesionales. Estas instituciones enriquecen a los niños tanto intelectual como espiritualmente. Guiados por sus maestros en el descubrimiento de la dignidad dada por Dios a todo ser humano, los jóvenes aprenden a respetar las creencias y prácticas religiosas de los otros, mejorando la vida civil de la nación.

¡Qué responsabilidad tan grande tienen los líderes religiosos!: imbuir en la sociedad un profundo temor y respeto a la vida humana y la libertad; garantizar que la dignidad humana se reconozca y aprecie; facilitar la paz y la justicia; enseñar a los niños lo que es justo, bueno y razonable.

Hay otro punto sobre el que deseo detenerme. He notado un interés creciente entre los gobiernos por patrocinar programas destinados a promover el diálogo interreligioso e intercultural. Se trata de iniciativas encomiables. Al mismo tiempo, la libertad religiosa, el diálogo interreligioso y la educación basada en la fe buscan algo más que un consenso sobre las formas de implementar estrategias prácticas para el progreso de la paz. El objetivo más general del diálogo es descubrir la verdad. ¿Cuál es el origen y el destino de la humanidad? ¿Qué son el bien y el mal? ¿Qué nos espera al final de nuestra existencia terrena? Solamente afrontando estas cuestiones más profundas podremos construir una base sólida para la paz y la seguridad de la familia humana: «donde y cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2006, 3) .

Vivimos en una época en la que con demasiada frecuencia se marginan estas preguntas. Sin embargo, nunca podrán borrarse del corazón humano. A lo largo de la historia, hombres y mujeres han buscado relacionar sus inquietudes con este mundo que pasa. En la tradición judeocristiana, los salmos están llenos de expresiones como éstas: «Mi aliento desfallece» (Sal 143,4; cf. Sal 6,7; 31,11; 32,4; 38,8; 77,3); «¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas?» (Sal 42,6). La respuesta es siempre de fe: «Espera en Dios, que volverás a alabarlo: “Salud de mi rostro, Dios mío”» (ibíd.; cf. Sal 62,6). Los líderes espirituales tienen el especial deber, y podríamos decir competencia, de poner las preguntas más profundas en el primer plano de la conciencia humana, de volver a despertar a la humanidad ante el misterio de la existencia humana, de hacer sitio en un mundo frenético a la reflexión y la oración.

Ante estas cuestiones profundas sobre el origen y el destino de la humanidad, los cristianos proponen a Jesús de Nazaret. Él, así lo creemos, es el Logos eterno, que se hizo carne para reconciliar al hombre con Dios y revelar la razón que subyace en todas las cosas. Es a Él a quien llevamos al foro del diálogo interreligioso. El deseo ardiente de seguir sus huellas impulsa a los cristianos a abrir sus mentes y sus corazones al diálogo (cf. Lc 10,25-37; Jn 4,7-26).

Queridos amigos, en nuestro intento de descubrir puntos en común, quizás hemos evitado la responsabilidad de discutir nuestras diferencias con calma y claridad. Uniendo siempre nuestros corazones y mentes en busca de la paz, debemos también escuchar con atención la voz de la verdad. De este modo, nuestro diálogo no se detendrá en identificar un conjunto común de valores, sino que avanzará para explorar sus cimientos más básicos. No tenemos nada que temer, porque la verdad nos revela la relación esencial entre el mundo y Dios. Somos capaces de percibir que la paz es un «don celestial» que nos llama a conformar la historia humana al orden divino. Aquí está «la verdad de la paz» (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2006).

Como hemos visto, pues, el objetivo más importante del diálogo interreligioso requiere una exposición clara de nuestras respectivas doctrinas religiosas. A este respecto, los colegios, universidades y centros de estudio son foros importantes para un intercambio sincero de ideas religiosas. La Santa Sede, por su parte, intenta impulsar esta importante tarea por medio del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, del Instituto Pontificio de Estudios Árabes e Islámicos, y de varias universidades pontificias.

Queridos amigos, que nuestro diálogo sincero y cooperación impulsen a todos a meditar las cuestiones profundas sobre su origen y destino. Que todos los que profesan una religión estén unidos en la defensa y promoción de la vida y la libertad religiosa en todo el mundo. Entregándonos generosamente a esta sagrada tarea —a través del diálogo y de tantos pequeños actos de amor, comprensión y compasión— podemos ser instrumentos de paz para toda la familia humana. Paz a todos ustedes.