Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Buscar la verdad para compartirla

4 de mayo de 2008


Publicado: BOA 2008, 218.


¿Cómo, en el siglo veintiuno, puede un obispo cumplir del mejor modo posible la llamada a «renovarlo todo en Cristo, nuestra esperanza»? Esta pregunta se hacía Benedicto XVI muy recientemente. Y proseguía: ¿Cómo puede guiar a su pueblo al encuentro del Dios vivo, fuente de aquella esperanza que transforma la vida de la que habla el Evangelio? (cf. Spe salvi, 4) . Quizá se necesite derribar ante todo algunas barreras que impiden este encuentro con el Señor. Pienso sinceramente que muchas barreras pueden caer si el obispo utiliza convenientemente los medios de comunicación social. Tarea no fácil, sin duda.

Estos medios, gracias a una vertiginosa evolución tecnológica, logran potencialidades extraordinarias, pues pueden aportar mucho en noticias, conocimiento de los hechos y difusión del saber. Así se favorece la socialización, el desarrollo de la democracia y el diálogo entre los pueblos, para conseguir la paz y un mundo más justo y solidario. Lamentablemente, existe también el peligro de que los medios se transformen en sistemas dedicados a someter al hombre a lógicas dictadas por los intereses dominantes del momento. Se da una comunicación usada para fines ideológicos o para la venta de productos de consumo mediante una publicidad obsesiva. Y en muchas ocasiones, con el pretexto de representar la realidad, se tiende de hecho a legitimar e imponer modelos distorsionados de vida personal, familiar o social. ¿Y qué decir de la búsqueda de mayor audiencia, al recurrir a vulgaridades, a la transgresión o a la violencia y a la mentira? Todavía más preocupante es proponer en los medios modelos de desarrollo que, en vez de disminuir el abismo tecnológico entre países ricos y pobres, lo aumentan.

Y es que existe una sutil influencia del laicismo, poco perceptible, por tanto, que contribuye a que en muchos cristianos su fe no influya en sus comportamientos diarios. Pongamos algunos ejemplos: ¿es acaso coherente profesar la fe el domingo en el templo y luego, durante la semana, dedicarse a negocios o promover intervenciones médicas o de otro tipo contrarias a esta fe? ¿Es quizá coherente para católicos practicantes ignorar o explotar a los pobres y marginados, promover comportamientos sexuales contrarios a la enseñanza de la moral católica, adoptar posiciones que contradicen el derecho a la vida de cada ser humano desde su concepción hasta su muerte natural? También es necesario resistir a toda tendencia que considere la religión como un hecho privado, porque sólo cuando la fe impregna cada aspecto de la vida, los cristianos se abren verdaderamente a la fuerza transformadora del Evangelio.

Yo sé que es preciso afrontar estos temas con ayuda de los medios, aún contando con su sutil y posible contraria influencia en las personas. Es una tarea paciente, pues los medios son buenísimos, pero no así siempre su utilización. Ahí está también la influencia del materialismo, que puede atraer muy fácilmente más atención que el «cien veces más» prometido por Dios ya en esta vida (cf. Mc 10,30). Hay que seguir sintiendo muy dentro que en su interior las personas necesitan reconocer que hay una sed profunda de Dios, que necesitan tener la oportunidad de enriquecerse del pozo de su amor infinito; y que es una ilusión que, sin Dios, se puedan saciar nuestras necesidades más profundas. Yo utilizaré, pues, con todo ahínco, los medios para seguir anunciando el Evangelio y agradeceré con todo mi corazón a cuantos trabajan en prensa, radio y televisión por buscar la verdad para compartirla, por buscar a Dios, el cual nos da lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar (cf. Spe salvi, 31).