Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

El sacramento de la esperanza

25 de mayo de 2008


Publicado: BOA 2008, 223.


Así podemos definir a la Eucaristía: ese momento donde Cristo celebra con su Pueblo su misterio pascual de acción de gracias, sobre todo los domingos; ese momento también donde su Presencia se hace más grande, más expresiva, más real. Todo lo que ayude a crear en los hombres y mujeres esperanza cierta, no engaño publicitario, es un bien para todos. Nada hay que más despersonalice al hombre que no sentirse querido por nadie, esperado por nadie. Lo dice Benedicto XVI de modo sugestivo: «El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de redención que da un nuevo sentido a su existencia» (Spe salvi, 26) .

Pero, ¿está al alcance de todos esa posibilidad? Por parte de Dios el camino está abierto; en el mundo en que vivimos, la redención de Cristo encuentra muchos obstáculos, por parte del enemigo de la humanidad, el Demonio, y de los que cedemos al mal y caemos en pecado, en injusticia. Muchos no conocen a Dios, ni a Jesucristo, ni lo que es su Iglesia; no saben lo que es la alegría de sentirse hijo de Dios, amado por Cristo, ayudado por el Espíritu Santo. Tampoco gozan todos, por la injusticia humana, de las oportunidades para vivir una vida digna. No es la ciencia la que redime al hombre; éste sólo es redimido por el amor.

¿Qué hemos de hacer, pues, hermanos? Sin duda alguna, valorar ese amor absoluto e incondicionado de Dios que el hombre necesita para encontrar sentido a la vida y vivirla con esperanza, mostrando en la propia vida que tal amor se ha manifestado en Cristo y tiene su máxima expresión en el misterio de la Eucaristía. Y en la medida en que vivamos ese misterio de amor y lo vayamos anunciando amando a los demás, sobre todo a los más pobres, lucharemos porque en este mundo haya amor, justicia, igualdad y bien común. Lo que muchos llaman solidaridad es, en cristiano, amor, caridad de la buena, pues se nos conmueven las entrañas al ver la indigencia y el dolor de los marginados y olvidados. Pero sin alharacas, sabiendo acercarse a la pobreza con el amor de Jesucristo.

Ocurre que en las comunidades cristianas no siempre se vibra de esta manera. Muchas parroquias, gracias a Dios, tienen su equipo de Cáritas. En ellos trabajan gentes admirables, pero en muchas ocasiones constatamos que el resto de la parroquia se despreocupa de ese aspecto fundamental de la vida cristiana: la transformación de la realidad por el amor de Cristo, la vivencia de la caridad, la atención a los más necesitados, estén cerca o lejos. Y no se arregla todo con una limosna. No. Es necesario que toda la comunidad parroquial sepa la realidad de Cáritas, de otras instituciones eclesiales de formación en la caridad, de promoción y de acercamiento a la pobreza de nuestro mundo. Hay que mirar lo que ocurre, lo que pasa en nuestras casas y en nuestro entorno.

Por ejemplo: la igualdad original entre hombre y mujer es un principio jurídico universal, y asistimos a una feminización de la pobreza: las mujeres son más pobres. «La trata de mujeres es una de las formas más crueles de violencia y de esclavitud... Muchas son captadas y traídas a España por personas, grupos de delincuentes o redes criminales organizadas..., con el fin de someterlas a diversas formas de explotación, en la prostitución, en la agricultura, en el servicio doméstico, en la construcción, la hostelería o los talleres clandestinos». ¿Viviremos la Eucaristía sin tener en cuenta como Cristo está roto, despreciado, rechazado y vilipendiado en esos hermanos y hermanas? Dios no lo quiera.